La concepción multipolar del mundo que ha llevado a Obama a la Casa Blanca, y que contrasta con el hegemonismo de su predecesor republicano, Bush, adquiere plena visibilidad con el decisivo despegue de China, que ya se ha convertido en la segunda potencia mundial por Producto Interior Bruto.
En el segundo trimestre del año, Japón creció un 0,1% con respecto al anterior mientras China ha exhibido un espectacular ritmo continuado de crecimiento del 9% anual. En definitiva, el PIB nominal trimestral chino llegaba a 1,335 billones (billones europeos: millones de millones) de dólares en dicho trimestre, en tanto Japón se estancaba en 1,286 billones. La población de China es de 1.314 millones de habitantes y la de Japón, menos de la décima parte, apenas 127 millones.
En realidad, no es la primera vez que China supera en un trimestre a Japón en Producto Interior Bruto pero todo indica que esta vez la diferencia de los ritmos respectivos consolidarán la situación actual.
Pese a esta escalada, China sigue siendo un país del Tercer Mundo, con una renta per capita de apenas 3.600 dólares, menos de la décima parte de la japonesa, de 37.800. En realidad, la renta china es la 127 del mundo, y está en el bloque de los países africanos.
Ello explica varias cosas a la vez: la gran productividad de la potencia asiática, dados sus bajísimos salarios; la gran desigualdad interna, que mantiene una situación en la que escenas de opulencia y brillantez tecnológica contrastan con episodios de verdadera miseria; y la supervivencia de un régimen autoritario realista, que permite el desarrollo capitalista pero que también mantiene embridadas, con apoyo de las elites, a las masas populares.
En cualquier caso, lo cierto es que China va incluso a la zaga de los Estados Unidos. Si cuatro años atrás alcanzó al Reino Unido y más recientemente ha sobrepasado a Alemania y Japón, también alcanzará al gigante norteamericano en 2027 según Goldman Sachs o antes, en 2020, según Pricewaterhouse Coopers.
Y las débiles bases económicas de su desarrollo irán consolidándose a medida que suban las rentas y se afiancen sus estructuras, aunque paulatinamente bajará su productividad y se generarán inevitables conflictos políticos y sociales (una vez saciada la necesidad económica, la población demandará libertades).
Europa tiene que espabilarse
Lo relevante del caso es que China es ya un actor global de primer orden, con un peso muy significante en los equilibrios mundiales. Aunque su potencia militar es exigua, su prestigio diplomático crece. En suma, cabe hablar con propiedad de bipolaridad USA-China en el concierto internacional, con actores de segundo orden que contemplan el espectáculo desde su relativa irrelevancia.
La conclusión de estas evidencias desde el punto de vista europeo es que el Viejo Continente puede quedarse en una posición marginal si no acentúa su integración y se convierte en un único actor, capaz de tutear a chinos y norteamericanos y de influir por tanto en los equilibrios globales.
Durante la Guerra Fría, Europa, bajo el paraguas americano, pudo amodorrarse sin problemas en la tensa quietud reinante. Hoy, en cambio, no podrá desempeñar un papel significativo en el concierto mundial, ni siquiera conservar su destacado nivel de vida, si no da nuevos pasos hacia la federalización de la Unión Europea de forma que pueda hablar con una sola voz y actuar como un único interlocutor económico.
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