El delegado Lorente publicó ayer en el periódico una pieza antológica. Uno de esos textos que marcan época y la empaquetan. Un documento para meterlo con algunas monedas, un teléfono móvil y unas gafas de la ottica Micromega en alguna de esas cápsulas del tiempo para marcianos posnucleares. Un j’accuse, sustentado en la enfermedad y no en la razón, pero j’accuse al fin. Al que no le faltaba, incluso, su rasgo de humor, como en este párrafo:
«Como se deduce de algunos artículos y opiniones aparecidos estos días, hay quien prefiere esconder la realidad de fondo bajo argumentos basados en percepciones individuales que se apoyan a su vez en datos aislados e inconexos.»
¡Datos aislados e inconexos el delegado Lorente!
En este artículo sobre el que volveré una vez y otra hay una frase cardinal y luminosa:
«No se puede ser simplista y decir que es una Ley contra los hombres. No es así; sólo actúa contra quienes se aprovechan de las circunstancias que la cultura sitúa a su alcance para ejercer la violencia, algo que no pueden hacer las mujeres. Pero ello no significa que ellas no sean sancionadas cuando agreden: lo son de manera proporcional al significado de la violencia que ejercen, y no sólo al resultado de la agresión.»
Sí, comprendo que sea difícil encontrarla entre la exuberancia. Pero escribir que las sanciones se establecen en razón del SIGNIFICADO de la violencia y no sólo de su RESULTADO es un altísimo ejercicio de precisión. Es evidente que el delegado Lorente tiene que ser tratado (y con él, por cierto, toda la pandilla de vividores a cuenta de la sociología, los estudios culturales y la subvención que le surten de conceptos como ése del «modelo ecológico de la violencia»); pero no, en absoluto, de la enfermedad semántica, para la que muestra más credenciales que Alonso Quijano, adarga.
La precisión del delegado, por lo demás, debe hacer enrojecer a los magistrados del Tribunal Constitucional que legitimaron una ley (la de la Violencia de Género) que privilegiaba el significado frente a los hechos. Y de la que ahora reniegan, aunque sin saber cómo, en un ejercicio más bochornoso que el verano barcelonés.
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