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La marihuana sale del armario


Poco a poco, la batalla por la legalización de las drogas va abriéndose camino y haciendo retroceder a quienes, contra la evidencia misma de los hechos, creen que la represión de la producción y el consumo es la mejor manera de combatir el uso de estupefacientes y las cataclísmicas consecuencias que tiene el narcotráfico en la vida de las naciones.
Hay que aplaudir la valerosa decisión del gobierno de Uruguay y de su presidente, José Mújica, de proponer al Parlamento una ley legalizando el cultivo y la venta de cannabis. De ser aprobada —lo que parece seguro pues el Frente Amplio tiene mayoría en ambas cámaras y, además, hay diputados y senadores de los partidos de oposición, Blanco y Colorado, que aprueban la medida—, ésta infligirá un duro revés a las mafias que, de un tiempo a esta parte, utilizan a ese país no sólo como mercado de la droga sino como una plataforma para exportarla a Europa y Asia. Esta ley forma parte de una serie de disposiciones encaminadas a combatir la “inseguridad ciudadana”, agravada de un tiempo a esta parte en Uruguay, al igual que en toda América Latina, por la criminalidad asociada al narcotráfico.
“Alguien tiene que ser el primero”, declaró el presidente Mújica aO’Globo, de Brasil. “Alguien tiene que empezar en América del Sur. Porque estamos perdiendo la batalla contra las drogas y el crimen en el continente”. Y el ministro de Defensa de Uruguay, Eleuterio Fernández Huidobro, señaló, como razón central de este paso audaz, que “la prohibición de ciertas drogas le está generando al país más problemas que la droga misma”. No se puede decir de manera más lúcida y concisa una verdad de la que tenemos pruebas todos los días, en el mundo entero, con las noticias de los asesinatos, secuestros, torturas, atentados terroristas, guerras gansteriles, que están sembrando de cadáveres inocentes las ciudades del mundo, y el deterioro sistemático de las instituciones democráticas de los países, cada día más numerosos, donde los poderosos cárteles de la droga corrompen funcionarios, jueces, policías, periodistas y a veces deciden los resultados de las justas electorales. La prohibición de la droga sólo ha servido para convertir al narcotráfico en un poder económico y criminal vertiginoso que ha multiplicado la inseguridad y la violencia y que podría muy pronto llenar el Tercer Mundo de narcoestados.
Según las primeras informaciones, este proyecto de ley pondrá en manos del Estado uruguayo el control de la calidad, cantidad y precio de la marihuana y los compradores deberán registrarse y tener cumplidos 18 años de edad. Cada comprador podrá adquirir un máximo de 40 porros al mes y los impuestos que graven la venta se emplearán en tratamientos de rehabilitación y de prevención y en la creación de un centro de control de calidad del producto. En un comentario a la iniciativa uruguaya que leo en Time Magazine, por lo demás muy favorable a la medida, se recuerda el mal administrador que suele ser el sector público, y con buen juicio se deplora que no se deje en libertad al sector privado de llevar a cabo esta tarea, eso sí, bajo una estricta regulación.

En ese mismo ensayo se examina lo ocurrido en Portugal, donde desde hace una decena de años se legalizó de manera parcial la marihuana sin que ello haya traído consigo el aumento del consumo de drogas más fuertes, que es lo que suelen alegar que ocurrirá los que se oponen de manera irreductible a la legalización de las llamadas drogas blandas.Time Magazine recuerda además que, según las últimas encuestas, un 50% de los ciudadanos de Estados Unidos se declaran a favor de la legalización del cannabis. Extraordinaria evolución cuando uno recuerda la tempestad de críticas, y hasta de injurias, que recibió hace algunas décadas Milton Friedman cuando defendió la legalización de las drogas y predijo el absoluto fracaso de la política de represión en las que los gobiernos de Estados Unidos han gastado ya muchos billones de dólares.
El Gobierno del Uruguay, al atreverse a legalizar la marihuana, hace suyos muchos de los argumentos y estudios que viene difundiendo la Comisión Latinoamericana de Drogas y Democracia, que encabezan los expresidentes Fernando Henrique Cardoso de Brasil, César Gaviria de Colombia y Ernesto Zedillo de México, y de la que yo mismo formo parte con otras 18 personas, de distintas profesiones y quehaceres, de la región. Recibida al principio con reticencias y preocupación, y a veces duras críticas, esta Comisión ha ido ganando audiencia y respetabilidad por la seriedad de sus trabajos, en los que han participado siempre especialistas destacados, por su espíritu dialogante y la clara vocación democrática que la inspira.
El problema de la droga ya no sólo concierne a la salud pública, al descarrío de tantos niños y jóvenes a que muchas veces conduce, y ni siquiera a los terribles índices del aumento de la criminalidad que provoca, sino a la misma supervivencia de la democracia. La política represiva no ha restringido el consumo en país alguno, pues en todos, desarrollados o subdesarrollados, ha seguido creciendo de manera paulatina, y sí ha tenido en cambio la perversa consecuencia de encarecer cada vez más los precios de las drogas. Esto ha transformado a los cárteles que controlan su producción y comercialización en verdaderos imperios económicos, armados hasta los dientes con las armas más modernas y mortíferas, con recursos que les permiten infiltrarse en todos los rodajes del Estado y una capacidad de intimidación y corrupción prácticamente ilimitada.
Lo ocurrido en México es sumamente instructivo. El presidente Calderón, consciente del enorme riesgo para el funcionamiento de las instituciones que representaba el narcotráfico, decidió combatirlo de manera frontal, incorporando al Ejército a esta lucha. Los 50.000 muertos que esta guerra lleva ya en su haber no parece haber hecho mayor mella en las actividades criminales de los mafiosos, ni haber disminuido para nada el consumo de drogas blandas o duras en la sociedad mexicana, y sí, en cambio, ha desatado una creciente desesperanza y decepción hacia el gobierno, al que se reprocha incluso, con dureza, “haber declarado una guerra que no se podía ganar”. ¡Fantástica conclusión! ¿Había, pues, que bajar los brazos, rendirse, mirar para otro lado, y dejar que los pistoleros y traficantes de la droga se fueran apoderando poco a poco de todas las instituciones de México, que pasaran a ser ellos los verdaderos gobernantes de ese país?
Evidentemente, ésa no podía ser la solución. ¿Cuál entonces? La que, con gran mérito, está emprendiendo el gobierno uruguayo. Cambiar de táctica, pues la puramente represiva no sirve y es contraproducente, ya que beneficia a la mafia, a la que enriquece y confiere más poder. En las actuales circunstancias, la primera prioridad no es poner fin a la producción y al consumo de drogas, sino acabar con la criminalidad que depende íntimamente de estas actividades. Y para ello no hay otro camino que la legalización.


Desde luego que legalizar las drogas implica riesgos. Deben ser tomados en cuenta y combatidos. Por ello, quienes defendemos la legalización siempre subrayamos que esta medida debe ir acompañada de un esfuerzo paralelo para informar, rehabilitar y prevenir el consumo de estupefacientes perjudiciales para la salud. Se ha hecho en el caso del tabaco y con bastante éxito, en el mundo entero. El consumo de cigarrillos ha disminuido y hoy día quedan pocos lugares donde los ciudadanos no sepan los riesgos a los que se exponen fumando. Si quieren correrlos, sabiendo muy bien lo que hacen, ¿no es su derecho hacerlo? Yo creo que sí y que no está entre las funciones del Estado impedir a un ciudadano que goza de sus facultades llenarse los pulmones de nicotina si le da su real gana.
Siempre he tenido una gran simpatía por el Uruguay, desde el año 1966, en que fui a Montevideo por primera vez y descubrí que América Latina no era sólo una tierra de gorilas y terroristas, de revolucionarios y fanáticos, de explotadores y explotados, que podía ser también tierra de tolerancia, coexistencia, democracia, cultura y libertad. Es verdad que Uruguay pasó a vivir luego la atroz experiencia de una dictadura militar. Pero la vieja tradición democrática le ha permitido recuperarse más pronto que otros países y hoy, quién lo hubiera dicho, bajo un gobierno de un Frente Amplio que parecía tan radical, y un presidente de 77 años que fue guerrillero, es otra vez un modelo de legalidad, libertad, progreso y creatividad, un ejemplo que los demás países latinoamericanos deberían seguir.

Las ficciones malignas

Mario Vargas Llosa.



Los seres humanos no pueden vivir sin ficciones —mentiras que parecen verdades y verdades que parecen mentiras— y gracias a esa necesidad existen creaciones tan hermosas como las bellas artes y la literatura, que hacen más llevadera y enriquecen la vida de las gentes. Pero existen ficciones benignas, como las que salieron de los pinceles de un Goya o de la pluma de un Cervantes, y malignas, que son aquellas que niegan su naturaleza subjetiva, ideal e irreal y se presentan como descripciones objetivas, científicas, de la realidad.
En los últimos tiempos hemos tenido muchas ocasiones de ver los efectos perniciosos que las ficciones malignas, difundidas por algunos gurús procedentes de la economía sobre todo, pueden tener sobre la vida social. La más reciente es la de Paul Krugman que, en su columna de The New York Times, acaba de anunciar un próximo “corralito” para la economía española, lo que acaso haya contribuido a acelerar la fuga de capitales y de ahorristas de España y que debe haber dejado estupefactos a buen número de sus admiradores que no habían advertido todavía que también los Premios Nobel de Economía, cuando se convierten en iconos mediáticos, dicen a veces tonterías. (Dicho sea entre paréntesis, los asustados por las profecías apocalípticas del profesor de Princeton harían mejor en creerle al presidente de Telefónica, César Alierta, quien acaba de afirmar de manera categórica que “España es un país solvente, tanto en el sector público como en el privado”. Tengo la seguridad absoluta de que el señor Alierta está mejor informado que el doctor Krugman sobre la salud económica de este país).
Una de las ficciones malignas que, desde la Edad Media, circula como un tópico, en la cultura europea es la de la decadencia de Occidente. En sus orígenes tenía un supuesto sostén religioso y apocalíptico: aquí tendría lugar el fin de los tiempos, de la historia, y ese final sería precedido por un largo período de anarquía y catástrofe, de matanzas, pestes, confusión y ruina. Luego, aquellas sombrías predicciones irían perdiendo sus acentos bíblicos y adoptando semblantes más realistas. Ya no serían los inescrutables designios de Dios, sino la insensatez y la locura de los propios europeos lo que precipitaría la ruina y el hundimiento de Occidente. Pero, la verdad es que, pese a las guerras, las epidemias, los genocidios y todas las formas de destrucción y de exterminio que ha debido padecer a lo largo de su historia, Europa, cuna de la cultura de la libertad, está aún viva y coleando, ha enterrado a las dos amenazas más poderosas de la democracia, el fascismo y el comunismo, y es la única región del planeta donde está en marcha la construcción de un gran proyecto de integración de naciones, sociedades, culturas, economías e instituciones bajo el signo de la legalidad y de la libertad.
Seguir leyendo en El País.

Cráneo sin cerebro

Arcadi Espada.

Comparto, cómo no, algunas de las cosas que dice Mario Vargas Llosa en su nuevo libro, y que lleva diciendo hace tiempo en sus artículos. Pero me preocupa que el balance final incida, agravándolo, en el principal problema de la civilización digital: los que saben se alejan y los que todo lo ignoran se afianzan a los mandos. Cualquier interesado por las máquinas observará una descomunal desproporción entre la sofisticación de las máquinas (hardware) y la banalidad de su cerebro (software). Dos ejemplos del iPad: sus mejores programa de escritura (iWriter: limpio, sencillo, eficaz y iBooks Author: ultimismo y multimedia) no saben poner pies de página. Y el segundo: la abrumadora mayoría de las ediciones de periódicos y de revistas son fotocopias exactas de las versiones impresas. Y no puedo extenderme aquí y ahora sobre la sucia pobreza formal de los e-books. La civilización digital es una inteligencia básica de ingenieros que han creado máquinas de la belleza y sofisticación del iPad. Han puesto a disposición de los creadores posibilidades expresivas puramente extraordinarias. Pero nadie ha escrito todavía el manual de instrucciones. Entre otros motivos, porque los grandes creadores como Vargas Llosa no presionan lo suficiente: prefieren denunciar la banalidad. No pasó lo mismo en los albores del cine: ningún director de fotografía fue ni ha sido nunca más importante que los realizadores y los actores. Si lo digital es banal es porque los Vargas no meten el dedo. Ni en la llaga ni en el enchufe.

El orden espontáneo

Por Mario Vargas Llosa.

Mario Vargas Llosa, Los empresarios y comerciantes del barrio limeño de Gamarra son unos liberales que desconfían del Estado y del Gobierno. Esa zona es un paraíso de la informalidad y el capitalismo popular.


El Negro Cucaracha fue uno de los capos indiscutidos de una de las cárceles de Lima durante muchos años y, me dicen, tiene el cuerpo hecho un crucigrama de cicatrices de tanta cuchillada que recibió en esos tiempos turbulentos. Es un moreno alto, fornido y de edad indefinible a cuyo paso la gente de Gamarra se abre como ante un río incontenible. Me lo han puesto de guardaespaldas y no sé por qué pues en este rincón de La Victoria me siento más seguro que en el barrio donde vivo, Barranco, donde no son infrecuentes los atracos con pistola.

El Negro Cucaracha es ahora un hombre religioso y pacífico. Se ha vuelto evangélico, anda con una biblia en la mano y en el largo paseo me recita versículos sagrados y me habla de redención, arrepentimiento y salvación con esa seguridad del creyente radical que a mí siempre me pone algo nervioso.

Gamarra comienza donde termina Mendocita, ahora un sector de La Victoria de clase media modesta, donde, en mi primer año universitario, 1953, yo participé en una encuesta para averiguar la composición social de la que era entonces la barriada más pobre y violenta de Lima, recién formada por migrantes que bajaban de la sierra en busca de trabajo. Mendocita ha progresado mucho desde entonces, pero lo que constituye un prodigio de desarrollo es la contigua Gamarra, paraíso de la informalidad y el capitalismo popular, y soberbio ejemplo de lo que Friedrich A. Hayek llamó el orden espontáneo. En este puñado de manzanas cuya densidad demográfica a estas horas de la mañana es la de un hormiguero, se produce más riqueza y hay más transacciones comerciales que sin duda en ningún otro lugar del Perú. Y por aquí no pasó el Estado ni Gobierno alguno, ni las instituciones financieras formales, ni los créditos bancarios ni las normativas del Perú oficial. Todo esto que fermenta a mi alrededor con un dinamismo enloquecido es una creación de provincianos pobres y misérrimos que, huyendo del hambre, el desamparo y la violencia, dejaron sus aldeas andinas y, como no encontraron en la capital el trabajo que buscaban, tuvieron que inventárselo.

He venido porque hace unos días un empresario amigo que conoce bien Gamarra me contó algunas anécdotas sobre los personajes del lugar que me dejaron estupefacto. Me habló de un puneño al que llamaremos Tiburcio, a quien vio llegar a Lima muy joven, con poncho y ojotas, que sobrevivió vendiendo chupetes por las calles, y que ahora alquila tiendas y talleres de manufactura en estas calles por dos millones de dólares al mes. No exageraba ni una pizca. Tiburcio es uno de los iconos del barrio. Tiene 11 edificios, incontables tiendas y talleres y, desde hace poco, una fábrica de etiquetas en México.

Me recibe en el más moderno de sus locales y me muestra orgulloso una foto panorámica del minúsculo pueblecito, a orillas del lago Titicaca, donde nació. Habla un buen español, con música aymara, y despide energía y optimismo por todos los poros de su cuerpo. ¿Cómo lo hizo? Trabajando día y noche, ahorrando lo que podía y durmiendo en las calles, al principio. Lo ayudaron otros puneños que habían ya progresado y, por eso, él ayuda a los provincianos que vienen a Lima sin otro capital que su voluntad de salir adelante. Me asegura que el dinero que presta se lo devuelven en el 99% de los casos. "Me sobran dedos en las manos para contar las veces que me han estafado. Y eso que nunca pedí recibo por los préstamos". Ha crecido tanto que, ahora, intenta formalizar por lo menos una parte importante de sus negocios y, para ello, ha contratado como gerente al primer banquero que le abrió una cuenta corriente.

Son pocas las transacciones que se hacen en Gamarra que figuran en contratos. Prima la palabra, que es sagrada, y el que la viola la paga: se le cierran todas las puertas y se vuelve un apestado. Le conviene huir y no volver por estos lares. Por doquier me dicen que la delincuencia es menor que en otros barrios y que no son muchos los dueños de negocios y locales que tienen seguridad privada. El precio de la propiedad alcanza cifras vertiginosas. Mi amigo me jura que, aunque parezca imposible, no hace mucho se vendió un local en el epicentro de Gamarra ¡a 28.000 dólares el metro cuadrado! Es decir, más caro que los barrios más caros de Nueva York, Fráncfort, Zúrich o Tokio.

Se comercia de todo pero principalmente paños y telas, y ropa que es confeccionada en talleres del mismo barrio. Son centenares, equipados con maquinaria muy moderna, y miríadas de trabajadores de ambos sexos que hilan, cortan, cosen y empaquetan a un ritmo frenético, a menudo oyendo huaynos y música chicha por altoparlantes a todo volumen. Algunos talleres están en las alturas, con una vista circular sobre el centro de la ciudad y los cerros aledaños, y otros en sótanos atestados que se hunden cuatro o cinco pisos en el subsuelo limeño. Mañana y tarde un verdadero río de camiones, camionetas, autos y hasta carretillas y motos se llevan esa mercadería por todos los rincones del Perú y también al extranjero.

Una de las tiendas mejor provistas es la de don Moisés (tampoco éste es su nombre). Es uno de los más antiguos y respetados comerciantes del barrio. Todos hablan de él con reverencia y gratitud. No es un provinciano sino un criollo, uno de los pocos que representa a Lima en este Perú en pequeño formato que es Gamarra. Según él, este emporio nació en los años sesenta, cuando algunos migrantes advirtieron que los camiones que traían animales y artículos de pan llevar al Mercado Mayorista regresaban vacíos al interior del país. Se les ocurrió entonces utilizar ese transporte para enviar mercancías a sus pueblos y así comenzó a rodar la bolita de nieve que convertiría este pedazo de la vieja Lima en el vórtice de trabajo y riqueza que es ahora.

Los empresarios y comerciantes de Gamarra son unos liberales que se ignoran. Desconfían del Estado y del Gobierno y repiten como un mantra: "¡Si sólo nos dejaran trabajar!". Ahora se quejan de la disposición que prohibió temporalmente y aún mantiene ciertas restricciones para importar hilados de la India, una medida que, dicen, ha conseguido el lobby de los productores de hilados nacionales, más caros y menos variados que los que traían de Bombay o Kerala. Eso encarece sus costes y favorece a los fabricantes colombianos, sus grandes competidores en el mercado manufacturero nacional y americano. ¿Qué quisieran, pues? Que se abrieran las fronteras y la globalización de la que tanto se habla fuera una realidad también en el Perú.

Las horas que paso en Gamarra me ilustran mejor que muchos estudios sobre el Perú de nuestros días. En las elecciones del año pasado, cuando advirtieron que los pobres del Perú votarían por Ollanta Humala, las clases dirigentes (que nunca han dirigido nada y vivido casi siempre del mercantilismo) entraron en pánico y, creyendo que se venía un segundo Hugo Chávez, volcaron todo su poderío a favor de Keiko Fujimori, la hija del dictador que cumple 25 años de cárcel por asesino y por ladrón. Pese a ello, esta última perdió la elección. Humala ha respetado escrupulosamente la Hoja de Ruta que prometió seguir en la segunda vuelta electoral, es decir, mantener la democracia y las políticas de mercado que en los últimos 11 años han traído al Perú un desarrollo sin precedentes en su historia.

¿Por qué el presidente Humala tomó distancia de Hugo Chávez y adoptó las políticas de Brasil, Uruguay o Colombia? Más que por una conversión ideológica, por una percepción clara de la realidad: porque, para que sea posible la inclusión social que es su objetivo primordial, es indispensable que haya riqueza y empleo y para ello no hay otro camino que el que siguen los hombres y las mujeres de Gamarra. Estos descubrieron a través de su experiencia algo que todavía muchos dirigentes de la izquierda, cegados por la ideología, se niegan a aceptar: que el verdadero progreso social no pasa por el estatismo ni el colectivismo -inseparables a la corta o a la larga de la dictadura- sino por la democracia política, la propiedad privada, la iniciativa individual, el comercio libre y los mercados abiertos.

El Perú va por el buen camino y ni la derecha fujimorista ni la izquierda obtusa y anacrónica están por el momento en condiciones de apartarlo de él.

© Derechos mundiales de prensa en todas las lenguas reservados a Ediciones EL PAÍS, SL, 2011. © Mario Vargas Llosa, 2011.

Libros y cadáveres

Por Mario Vargas Llosa.



Entre el 21 y el 23 de noviembre hubo en los barrios pobres de Guadalajara (Jalisco) lo que los mexicanos llaman levantones, es decir, secuestros. Las víctimas eran, casi todas, jóvenes de humildes oficios -repartidores, electricistas, mecánicos, vendedores de chatarra, panaderos- y algunos de ellos estaban fichados por la policía por delitos menores como atracos callejeros y robo de autos.

Un día después, el 24, todos ellos aparecieron -eran 26- muertos, con las manos y pies atados, huellas de balas en la cabeza y algunos con señales de tortura. Los asesinos embutieron los 26 cadáveres en tres camionetas robadas que dejaron cerca de los Arcos del Milenio, en pleno centro de la ciudad y a pocas cuadras del local donde dos días más tarde se inauguraría la 25ª edición de la Feria Internacional del Libro, sin duda la más importante de las muchas que se celebran en el mundo de lengua española.

¿Quién y por qué perpetró ese horrendo crimen? Según un reportaje estremecedor aparecido en el semanario Proceso, del 27 de noviembre, los asesinos fueron sicarios de uno de los cárteles más poderosos de la droga, el de Zeta-Milenio, que con esta matanza se proponía simplemente advertir a un cártel rival, el del Pacífico, lo que le esperaba si seguía empeñado en tender sus redes en tierras de Jalisco, que los zetas consideran exclusivamente suyas. Lo que pone los pelos de punta al leer esta crónica no son solo los horripilantes excesos de crueldad cometidos por los forajidos en esta ocasión, sino que salvajismos de esta índole son frecuentes en distintos lugares de México, donde cerca de 50.000 personas han perecido ya desde que el Gobierno del presidente Felipe Calderón decidió enfrentar militarmente los cárteles de la droga que habían comenzado a infiltrarse como una hidra por todos los vericuetos del Estado, empezando por los cuerpos policiales.

Declarar esta guerra fue un acto de coraje, sin duda, que ha servido para sacar a la luz del día y mostrar el enorme poder económico y bélico del monstruo que anidaba en las entrañas de la sociedad mexicana, pero, también, para comprobar lo quimérico que es ya en nuestros días creer que se podrá acabar con el tráfico de drogas y la delincuencia y crímenes que genera mediante la simple represión. La bestia ha crecido demasiado y cuenta con demasiados recursos para poder derrotarla por las armas de modo definitivo. Ella se reproduce como las serpientes en la cabeza de la Medusa y la violencia que desata puede llegar a desarticular el funcionamiento de todas las instituciones y a convertir la democracia en una caricatura de sí misma.

Proceso reproduce el mensaje que los autores del asesinato dejaron garabateado en una de las camionetas. Basta tratar de leerlo para darse cuenta de la indescriptible mescolanza de ignominia, crueldad y estupidez que guía a los forajidos. Comienzan advirtiendo que "el pleito no es con la población civil. Es con el Chapo y Mayo Zambada que andan queriendo pelear y no defienden ni su tierra". Acusan a sus enemigos de ser "informantes de los gringos" y piden a las gentes de Jalisco que "se quiten la venda de los ojos". Añaden: "Aquí les dejamos estos muertitos. Sí, los levantamos nosotros para que miren que sin la ayuda de ningún cabrón estamos metidos hasta la cocina". Se despiden de este modo jactancioso: "Atentamente. Grupo Z, el cártel fuerte a nivel nacional. El único cártel no informante de los gringos. Lealtad, honor, Grupo Z, siempre leales". (He puesto la puntuación para hacer algo más comprensible ese mazacote sintético). Lo que parecen querer decir es muy simple: "Asesinamos a esos 26 solo para demostrar que podemos hacerlo". No tenían inquina alguna contra sus víctimas. Los aniquilaron solamente para que el enemigo supiera que estaban en condiciones de acabar con cualquiera que pretendiera disputarles el monopolio que se habían ganado a punta de dinero y balazos.

¿Significa esto que México seguirá hundiéndose en la barbarie de manera irreversible?

Nada de eso. Yo llegué a la ciudad de Guadalajara dos días después de aquella matanza, permanecí cuatro días en la ciudad y no vi ni un solo muerto ni una sola escena de violencia. Más bien, mañana, tarde y noche estuve rodeado de libros y de gentes cultas, apasionadas por el arte, las ideas, la música, la poesía, las novelas, hombres y mujeres que acudían en masa a escuchar presentaciones de novedades literarias, diálogos y debates de escritores, filósofos, politólogos, críticos y masas de personas que salían de los interminables pabellones de la Feria con enormes bolsas llenas de los libros que acaban de comprar. Tuve un diálogo público con Herta Muller sobre la vocación literaria y creo que ninguno de los dos vio jamás un público tan atento y numeroso, unos 1.800 espectadores. Cualquiera que hubiera vivido solo esa experiencia hubiera concluido que México está muy lejos de la barbarie y es uno de los países más civilizados, libres y cultos del planeta.

En verdad, México, como el resto de América Latina y buena parte del mundo, es ahora las dos cosas a la vez. Si, antaño, parecía que la civilización y la barbarie tenían bien definidas sus demarcaciones y eran antagónicas, hoy descubrimos que aquella era una más de las muchas ilusiones que fabricamos para no sentirnos demasiado inseguros en el mundo en que vivimos. Gracias al fanatismo religioso y político y su símbolo -el terrorista suicida- y a la criminalidad que la industria de la droga genera por doquier, además de factores como las enormes desigualdades económicas, el desplome de los valores espirituales y religiosos y el generalizado desapego a la ley, la barbarie es hoy un ingrediente esencial de la civilización, una de sus expresiones. No es una casualidad que en Noruega, que parecía un pequeño paraíso, el salvador de la humanidad Anders Behring Breivik se cargara el 22 de julio pasado a 77 inocentes, solo para mandar un mensaje al adversario, como hacen los zetas mexicanos.

Cuando recuerda que el Holocausto fue obra de un país que era el mismo de Goethe, Beethoven, Rilke y Thomas Mann, George Steiner saca la siguiente lección: "Las humanidades no humanizan". Tal vez tenga razón, tal vez sea cierto que la cultura no nos defiende contra el instinto tanático de destrucción y muerte que se disputa en nuestro ser con el Eros constructivo, solidario y vital.

Pero, acaso, la cercanía del peligro y del horror sea un poderoso aliciente para el quehacer cultural, lo impregne de una atracción hechicera y de una fuerza mágica a la que inconscientemente acudimos en pos de consuelo, ayuda, seguridad, cuando el suelo parece estar cediendo bajo nuestros pies. ¿Es esa la explicación de la extraordinaria concurrencia de jóvenes que, procedentes de todas las provincias de México, acuden a la Feria del Libro de Guadalajara? Las tres o cuatro veces que he estado allí siempre me llamó la atención esa presencia sobresaliente de chicos y chicas. Y este año ella ha sido infinitamente más numerosa que las anteriores, añadida de un gran número de niños que poblaban los pabellones de literatura infantil. Esos millares de muchachos y muchachas circulando por todos los rincones de la Feria, haciendo largas colas para asistir a los actos programados, hojeando los libros de las estanterías o leyendo tumbados por los suelos o apretujados en los cafés y salas de descanso, parecían inmunizados contra los peligros que erizan las calles de México, fuera del alcance de esos pistoleros semianalfabetos, armados de las armas más modernas de la industria bélica, que levantan a los indefensos transeúntes y los matan solo para que sus competidores sepan lo feroces y mortíferos que son.

La Feria del Libro de Guadalajara comenzó hace un cuarto de siglo sin muchas ínfulas pero ha ido creciendo de manera sistemática, sin pausa, y es ahora un encuentro internacional al que acuden editores, agentes, libreros, escritores y lectores de todos los países del globo. Su notable éxito se debe a que ha sabido combinar el aspecto industrial y comercial con el cultural, de mercado que es al mismo tiempo un semillero de actividades creativas en la que participan intelectuales y escritores de todas las culturas del globo. Ahora no solo existe en el Estado de Jalisco. Desde el año pasado se celebra también en Los Ángeles y esta es, creo, la única feria en Estados Unidos dedicada exclusivamente al libro en español.

Se trata de un espectáculo hermoso y gratificante, sin duda. Y, también, de un homenaje a esos 26 pobres diablos sacrificados de manera inmisericorde por las guerras cainitas del narcotráfico. Porque no hay nada más lejano de la muerte, la crueldad y la brutalidad que el amor por los libros.

El Premio Nobel Mario Vargas Llosa advierte de que Latinoamérica puede convertirse en un continente de narco-estado


Mario Vargas Llosa cree que la violencia que genera el tráfico de drogas es “un fenómeno continental“. El narcotráfico “es una hidra, que está en todas partes” y, si esa amenaza no se enfrenta, puede acabar convirtiendo a Latinoamérica “en una especie de continente de narcos“.
“Yo creo que ha llegado la hora de pensar en una solución distinta, y en lugar de la represión“, habría que destinar recursos a “la prevención y la descriminalización de las drogas“, afirma en una entrevista con Efe el escritor peruano, que estos días visita la Feria Internacional del Libro (FIL) de Guadalajara.

[...]

Hace dos días la ciudad de Guadalajara se vio sacudida por un nuevo episodio de violencia, y muy cerca de donde se celebra la Feria del Libro aparecieron los cadáveres de 26 varones, atados y amordazados.

Vargas Llosa cree que el Gobierno mexicano “ha dado un ejemplo” al enfrentar “de una manera resuelta, directa, el desafío del narcotráfico“, y le sorprende “mucho” que haya quienes critiquen al presidente de México por haberse “lanzado a una aventura semejante”.
“¿Qué habría que hacer? ¿Habría que mirar hacia el otro lado y dejar que el narcotráfico siguiera creciendo e impregnando el Estado, infiltrándose en todas las instituciones hasta convertir a México en un narco-estado?”, se pregunta.

Sin embargo, en su opinión, la idea de que reprimir el narcotráfico “es la prioridad fundamental, es equivocada” y se está viendo que no da resultados.

Por eso Vargas Llosa es partidario de “descriminalizar las drogas” y sostiene que “si los inmensos recursos que se dedican a la represión del narcotráfico, sin ningún éxito, se orientaran hacia la prevención, podría haber resultados y, sobre todo, se eliminaría la criminalidad, que es lo que está provocando esa montaña de cadáveres, en México y en todas partes“.

Y es que esta violencia afecta también a “muchos países de América Latina“; es un fenómeno “continental“. El narcotráfico “es una hidra, está en todas partes y si no se enfrenta, esa amenaza puede acabar convirtiendo a Latinoamérica en una especie de continente de narcos“, sostiene el novelista.

“Corremos el riesgo de que en un momento dado la democracia se ponga al servicio, no de la sociedad, sino del narcotráfico“, asegura.


Leer entrada completa en el blog de Miguel Galbán.

Literature and the Search for Liberty. Mario Vargas Llosa

The blessings of freedom and the perils of its opposite can be seen the world over. It is why I have so passionately adhered to advancing the idea of individual freedom in my work.

Having abandoned the Marxist myths that took in so many of my generation, I soon came to genuinely believe that I had found a truth that had to be shared in the best way I knew—through the art of letters. Critics on the left and right have often praised my novels only to distance themselves from the ideas I've expressed. I do not believe my work can be separated from its ideals.

It is the function of the novelist to tell timeless and universal truths through the device of a fashioned narrative. A story's significance as a piece of art cannot be divorced from its message, any more than a society's prospects for freedom and prosperity can be divorced from its underlying principles. The writer and the man are one and the same, as are the culture and its common beliefs. In my writing and in my life I have pursued a vision not only to inspire my readers but also to share my dream of what we can aspire to build here in our world.

Those who love liberty are often ridiculed for their idealism. And at times we can feel alone, as there appear to be very few dedicated to the ideals of true "liberalism."


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El Estado palestino. Mario Vargas Llosa

El reconocimiento del Estado palestino por las Naciones Unidas es un acto de justicia con un pueblo cautivo en su propio país que vive una servidumbre colonial intolerable en el siglo XXI. Reconocer este hecho no implica justificar a las organizaciones terroristas ni a los fanáticos de Hamás que se niegan a reconocer el derecho a la existencia de Israel, sino enviar un mensaje de aliento a la gran mayoría de los palestinos que rechazan la violencia y aspiran solo a trabajar y vivir en paz, como los indignados israelíes. Aunque representan ahora solo una minoría, muchos ciudadanos de Israel están lejos de solidarizarse con las políticas extremistas de su Gobierno y luchan por la causa de la paz. Los verdaderos amigos de Israel debemos aliarnos con ellos, en su difícil resistencia, porque son ellos quienes advierten con lucidez y realismo que las políticas belicistas, intolerantes, represivas y de apoyo a la expansión de los asentamientos de Benjamin Netanyahu tendrán consecuencias catastróficas para el futuro de Israel.



Mario Vargas Llosa escribe sobre China

El maestro Vargas Llosa analiza la China actual y el rumbo que puede tomar en el futuro. El artículo es brillante, se debe leer entero, pero me quedo con un par de reflexiones:

Mi pesimismo se debe a que, además del nacionalismo, lo que parece haberse convertido en una segunda naturaleza para buena parte de la sociedad china moderna, empezando por los jóvenes, es un materialismo consumista, precisamente aquel que algunos pensadores liberales lúcidos como el propio Adam Smith y Karl Popper temían: que la obsesiva concentración de la acción humana en la creación de riquezas embotara la vida espiritual e intelectual y empobreciera valores como el idealismo, la solidaridad y la generosidad.

  ¿Hubiera sido posible el prodigioso desarrollo chino en libertad? Eugenio Bregolat lo pone en duda y piensa que los jóvenes mártires de Tiananmen actuaron con precipitación. Yo quiero creer que sí era posible. ¿Por qué en China no hubiera sido posible lo que lo fue en Estados Unidos, en Inglaterra, en Francia, en España y lo está siendo ahora en India, Chile, Brasil y tantas otras sociedades democráticas?

La libertad y los árabes por Mario Vargas Llosa

El movimiento popular que ha sacudido a países como Túnez, Egipto, Yemen y cuyas réplicas han llegado hasta Argelia, Marruecos y Jordania es el más rotundo desmentido a quienes, como Thomas Carlyle, creen que "la historia del mundo es la biografía de los grandes hombres". Ningún caudillo, grupo o partido político puede atribuirse ese sísmico levantamiento social que ha decapitado ya la satrapía tunecina de Ben Ali y la egipcia de Hosni Mubarak, tiene al borde del desplome a la yemenita de Ali Abdalá Saleh y provoca escalofríos en los gobiernos de los países donde la onda convulsiva ha llegado más débilmente como en Siria, Jordania, Argelia, Marruecos y Arabia Saudí.

Es obvio que nadie podía prever lo que ha ocurrido en las sociedades autoritarias árabes y que el mundo entero y, en especial, los analistas, la prensa, las cancillerías y think tanks políticos occidentales se han visto tan sorprendidos por la explosión socio-política árabe como lo estuvieron con la caída del muro de Berlín y la desintegración de la Unión Soviética y sus satélites. No es arbitrario acercar ambos acontecimientos: los dos tienen una trascendencia semejante para las respectivas regiones y lanzan precipitaciones y secuelas políticas para el resto del mundo. ¿Qué mejor prueba que la historia no está escrita y que ella puede tomar de pronto direcciones imprevistas que escapan a todas las teorías que pretenden sujetarla dentro de cauces lógicos?

Dicho esto, no es imposible discernir alguna racionalidad en ese contagioso movimiento de protesta que se inicia, como en una historia fantástica, con la inmolación por el fuego de un pobre y desesperado tunecino de provincia llamado Mohamed Bouazizi y con la rapidez del fuego se extiende por todo el Oriente Próximo. Los países donde ello ha ocurrido padecían dictaduras de decenas de años, corruptas hasta el tuétano, cuyos gobernantes, parientes cercanos y clientelas oligárquicas habían acumulado inmensas fortunas, bien seguras en el extranjero, mientras la pobreza y el desempleo, así como la falta de educación y salud, mantenían a enormes sectores de la población en niveles de mera subsistencia y a veces en la hambruna. La corrupción generalizada y un sistema de favoritismo y privilegio cerraban a la mayoría de la población todos los canales de ascenso económico y social.

Ahora bien, este estado de cosas, que ha sido el de innumerables países a lo largo de la historia, jamás hubiera provocado el alzamiento sin un hecho determinante de los tiempos modernos: la globalización. La revolución de la información ha ido agujereando por doquier los rígidos sistemas de censura que las satrapías árabes habían instalado a fin de tener a los pueblos que explotaban y saqueaban en la ignorancia y el oscurantismo tradicionales. Pero ahora es muy difícil, casi imposible, para un gobierno someter a la sociedad entera a las tinieblas mediáticas a fin de manipularla y engañarla como antaño. La telefonía móvil, el internet, los blogs, el Facebook, el Twitter, las cadenas internacionales de televisión y demás resortes de la tecnología audiovisual han llevado a todos los rincones del mundo la realidad de nuestro tiempo y forzado unas comparaciones que, por supuesto, han mostrado a las masas árabes el anacronismo y barbarie de los regímenes que padecían y la distancia que los separa de los países modernos. Y esos mismos instrumentos de la nueva tecnología han permitido que los manifestantes coordinaran acciones y pudieran introducir cierto orden en lo que en un primer momento pudo parecer una caótica explosión de descontento anárquico. No ha sido así. Uno de los rasgos más sorprendentes de la rebeldía árabe han sido los esfuerzos de los manifestantes por atajar el vandalismo y salir al frente, como en Egipto, de los matones enviados por el régimen a cometer tropelías para desprestigiar el alzamiento e intimidar a la prensa.

La lentitud (para no decir la cobardía) con que los países occidentales -sobre todo los de Europa- han reaccionado, vacilando primero ante lo que ocurría y luego con vacuas declaraciones de buenas intenciones a favor de una solución negociada del conflicto, en vez de apoyar a los rebeldes, tiene que haber causado terrible decepción a los millones de manifestantes que se lanzaron a las calles en los países árabes pidiendo "libertad" y "democracia" y descubrieron que los países libres los miraban con recelo y a veces pánico. Y comprobar, entre otras cosas, que los partidos políticos de Mubarak y Ben Ali ¡eran miembros activos de la Internacional Socialista! Vaya manera de promocionar la social democracia y los derechos humanos en el Oriente Próximo.

La equivocación garrafal de Occidente ha sido ver en el movimiento emancipador de los árabes un caballo de Troya gracias al cual el integrismo islámico podía apoderarse de toda la región y el modelo iraní -una satrapía de fanáticos religiosos- se extendería por todo el Oriente Próximo. La verdad es que el estallido popular no estuvo dirigido por los integristas y que, hasta ahora al menos, éstos no lideran el movimiento emancipador ni pretenden hacerlo. Ellos parecen mucho más conscientes que las cancillerías occidentales de que lo que moviliza a los jóvenes de ambos sexos tunecinos, egipcios, yemenitas y los demás no son la sharia y el deseo de que unos clérigos fanáticos vengan a reemplazar a los dictadorzuelos cleptómanos de los que quieren sacudirse. Habría que ser ciegos o muy prejuiciados para no advertir que el motor secreto de este movimiento es un instinto de libertad y de modernización.

Desde luego que no sabemos aún la deriva que tomará esta rebelión y, por supuesto, no se puede descartar que, en la confusión que todavía prevalece, el integrismo o el Ejército traten de sacar partido. Pero, lo que sí sabemos es que, en su origen y primer desarrollo, este movimiento ha sido civil, no religioso, y claramente inspirado en ideales democráticos de libertad política, libertad de prensa, elecciones libres, lucha contra la corrupción, justicia social, oportunidades para trabajar y mejorar. El Occidente liberal y democrático debería celebrar este hecho como una extraordinaria confirmación de la vigencia universal de los valores que representa la cultura de la libertad y volcar todo su apoyo hacia los pueblos árabes en este momento de su lucha contra los tiranos. No sólo sería un acto de justicia sino también una manera de asegurar la amistad y la colaboración con un futuro Oriente Próximo libre y democrático.

Porque ésta es ahora una posibilidad real. Hasta antes de esta rebelión popular a muchos nos parecía difícil. Lo ocurrido en Irán, y, en cierta forma, en Irak, justificaba cierto pesimismo respecto a la opción democrática en el mundo árabe. Pero lo ocurrido estas últimas semanas debería haber barrido esas reticencias y temores, inspirados en prejuicios culturales y racistas. La libertad no es un valor que sólo los países cultos y evolucionados aprecian en todo lo que significa. Masas desinformadas, discriminadas y explotadas pueden también, por caminos tortuosos a menudo, descubrir que la libertad no es un ente retórico desprovisto de sustancia, sino una llave maestra muy concreta para salir del horror, un instrumento para construir una sociedad donde hombres y mujeres puedan vivir sin miedo, dentro de la legalidad y con oportunidades de progreso. Ha ocurrido en el Asia, en América Latina, en los países que vivieron sometidos a la férula de la Unión Soviética. Y ahora -por fin- está empezando a ocurrir también en los países árabes con una fuerza y heroísmo extraordinarios. Nuestra obligación es mostrarles nuestra solidaridad activa, porque la transformación de Oriente Próximo en una tierra de libertad no sólo beneficiará a millones de árabes sino al mundo entero en general (incluido, por supuesto, Israel, aunque el Gobierno extremista de Netanyahu sea incapaz de entenderlo).

© Derechos mundiales de prensa en todas las lenguas reservados a Ediciones EL PAÍS, SL, 2011. © Mario Vargas Llosa, 2011.

Bajo el oprobio por Mario Vargas Llosa

Irène Némirovsky conoció el mal, es decir el odio y la estupidez, desde la cuna, a través de su madre, belleza frívola a la que la hija recordaba que los seres humanos envejecen y se afean; por eso, la detestó y mantuvo siempre a una distancia profiláctica. El padre era un banquero que viajaba mucho y al que la niña veía rara vez. Nacida en 1903, en Kiev, Irène se volcó en los estudios y llegó a dominar siete idiomas, sobre todo el francés, en el que más tarde escribiría sus libros. Pese a su fortuna, la familia, por ser judía se vio hostigada ya en Rusia en el tiempo de los zares, donde el antisemitismo campeaba. Luego, al triunfar la revolución bolchevique, fue expropiada y debió huir, a Finlandia y Suecia primero y, finalmente, a Francia, donde se instaló en 1920. También allí el antisemitismo hacía de las suyas y, pese a sus múltiples empeños, ni Irène ni su marido, Michel Epstein, banquero como su suegro, pudieron obtener la nacionalidad francesa. Su condición de parias sellaría su ruina durante la ocupación alemana.

En los años veinte, las novelas de Irène Némirovsky tuvieron éxito, sobre todo, David Golder, llevada al cine por Julien Duvivier, le dieron prestigio literario y fueron elogiadas incluso por antisemitas notorios, como Robert Brasillach, futuro colaboracionista de los nazis ejecutado a la Liberación. No eran casuales estos últimos elogios. En sus novelas, principalmente en David Golder, la autora recogía a menudo los estereotipos del racismo antijudío, como su supuesta avidez por el dinero y su resistencia a integrarse en las sociedades de las que formaban parte. Aunque Irène rechazó siempre las acusaciones de ser un típico caso del "judío que odia a los judíos", lo cierto es que hubo en ella un malestar y, a ratos, una rabia visceral por no poder llevar una vida normal, por verse siempre catalogada como un ser "otro", debido al antisemitismo, una de las taras más abominables de la civilización occidental. Eso explica, sin duda, que colaborara en revistas como Candide y Gringoire, fanáticamente antisemitas. Irène y Michel Epstein comprobaron en carne propia que no era fácil para una familia judía "integrarse" en una sociedad corroída por el virus racista. Su conversión al catolicismo en 1939, religión en la que fueron bautizadas también las dos hijas de la pareja, Denise y Elizabeth, no les sirvió de nada cuando llegaron los nazis y dictaron las primeras medidas de "arianización" de Francia, a las que el Gobierno de Vichy, presidido por el mariscal Pétain, prestó diligente apoyo.

Irène y Michel fueron expropiados de sus bienes y expulsados de sus trabajos. Ella sólo pudo publicar a partir de entonces con seudónimo, gracias a la complicidad de su editorial (Albin Michel). Como carecían de la nacionalidad francesa debieron permanecer en la zona ocupada, registrarse como judíos y llevar cosida en la ropa la estrella amarilla de David. Se retiraron de París al pueblo de Issy-l'Évêque, donde pasarían los dos últimos años de su vida, soportando las peores humillaciones y viviendo en la inseguridad y el miedo. El 13 de julio de 1942 los gendarmes franceses arrestaron a Irène. La enviaron primero a un campo de concentración en Pithiviers, y luego a Auschwitz, donde fue gaseada y exterminada. La misma suerte correría su esposo, pocos meses después.

Las dos pequeñas, Denise y Elizabeth, se salvaron de milagro de perecer como sus padres. Sobrevivieron gracias a una antigua niñera, que, escondiéndolas en establos, conventos, refugios de pastores y casas de amigos, consiguió eludir a la gendarmería que persiguió a las niñas por toda Francia durante años. La monstruosa abuela, que vivía como una rica cocotte, rodeada de gigolós, en Niza, se negó a recibir a las nietas y, a través de la puerta, les gritó: "¡Si se han quedado huérfanas, lárguense a un hospicio!". En su peregrinar, las niñas arrastraban una maleta con recuerdos y cosas personales de la madre. Entre ellas había unos cuadernos borroneados con letra menudita, de araña. Ni Denise ni Elizabeth se animaron a leerlos, pensando que ese diario o memoria final de su progenitora, sería demasiado desgarrador para las hijas. Cuando se animaron por fin a hacerlo, 60 años más tarde, descubrieron que era una novela: Suite francesa.

No una novela cualquiera: una obra maestra, uno de los testimonios más extraordinarios que haya producido la literatura del siglo XX sobre la bestialidad y la barbarie de los seres humanos, y, también, sobre los desastres de la guerra y las pequeñeces, vilezas, ternuras y grandezas que esa experiencia cataclísmica produce en quienes los padecen y viven bajo el oprobio cotidiano de la servidumbre y el miedo. Acabo de terminar de leerla y escribo estas líneas todavía sobrecogido por esa inmersión en el horror que es al mismo tiempo -manes de la gran literatura- una proeza artística de primer orden, un libro de admirable arquitectura y soberbia elegancia, sin sentimentalismo ni truculencia, sereno, frío, inteligente, que hechiza y revuelve las tripas, que hace gozar, da miedo y obliga a pensar.

Irène Némirovsky debió ser una mujer fuera de lo común. Resulta difícil concebir que alguien que vivía a salto de mata, consciente de que en cualquier momento podía ser encarcelada, su familia deshecha y sus hijas abandonadas en el desamparo total, fuera capaz de emprender un proyecto tan ambicioso como el de Suite francesa y lo llevara a cabo con tanta felicidad, trabajando en condiciones tan precarias. Sus cartas indican que se iba muy de mañana a la campiña y que escribía allí todo el día, acuclillada bajo un árbol, en una letra minúscula por la escasez de papel. El manuscrito no delata correcciones, algo notable, pues la estructura de la novela es redonda, sin fallas, así como su coherencia y la sincronización de acciones entre las decenas de personajes que se cruzan y descruzan en sus páginas hasta trazar el fresco de toda una sociedad sometida, por la invasión y la ocupación, a una especie de descarga eléctrica que la desnuda de todos sus secretos.

Había planeado una historia en cinco partes, de las que sólo terminó dos. Pero ambas son autosuficientes. La primera narra la hégira de los parisinos al interior de Francia, enloquecidos con la noticia de que las tropas alemanas han perforado la línea Maginot, derrotado al Ejército francés y ocuparán la capital en cualquier momento. La segunda, describe la vida en la Francia rural y campesina ocupada por las tropas alemanas. La descripción de lo que en ambas circunstancias sucede es minuciosa y serena, lo general y lo particular alternan de manera que el lector no pierde nunca la perspectiva del conjunto, mientras las historias de las familias e individuos concretos le permitan tomar conciencia de los menudos incidentes, tragedias, situaciones grotescas, cómicas, las cobardías y mezquindades que se mezclan con generosidades y heroísmos y la confusión y el desorden en que, en pocas horas, parece naufragar una civilización de muchos siglos, sus valores, su moral, sus maneras, sus instituciones, arrebatadas por la tempestad de tanques, bombardeos y matanzas.

Irène Némirovsky tenía al Tolstói de Guerra y paz como modelo cuando escribía su novela; pero el ejemplo que más le sirvió en la práctica fue el de Flaubert, cuya técnica de la impersonalidad elogia en una de sus notas. Esa estrategia narrativa ella la dominaba a la perfección. El narrador de su historia es un fantasma, una esfinge, una ausencia locuaz. No opina, no enfatiza, no juzga: muestra, con absoluta imparcialidad. Por eso, le creemos, y por eso esa historia fagocita al lector y este la vive al unísono con los personajes, y es con ellos valiente, cobarde, ingenuo, idealista, vil, inteligente, estúpido. No solo la sociedad francesa desfila por ese caleidoscopio de palabras, la humanidad entera parece haber sido apresada en esas páginas cuya maniática precisión es engañosa, pues por debajo de ella todo es dolor, desgarramiento, desánimo, tortura, envilecimiento, aunque, a veces, también, nobleza, amistad, amor y generosidad. La novela muestra cómo la vida es siempre más rica y sutil que las convicciones políticas y las ideologías y cómo puede a veces sobreponerse a los odios, las enemistades y las pasiones e imponer la sensatez y la racionalidad. Las relaciones que llegan a anudarse, por ejemplo, entre muchachas campesinas y burguesas -entre ellas, algunas esposas que tienen a sus maridos como prisioneros de guerra- y los soldados alemanes, uno de los temas más difíciles de desarrollar, están narradas con insuperable eficacia y dan lugar a las páginas más conmovedoras del libro.

Sobre la Segunda Guerra Mundial y los estragos que ella causó, así como sobre la irracionalidad homicida de Hitler y el nazismo se han escrito bibliotecas enteras de historias, ensayos, novelas, testimonios y estudios y se han hecho documentales innumerables, muchos excelentes. Yo quisiera decir que, entre todo ese material casi infinito, probablemente nadie consiguió mostrar de manera más persuasiva, lúcida y sentida, en el ámbito de la literatura, los alcances de aquel apocalipsis para los seres comunes y corrientes, como esta exiliada de Kiev, condenada a ser una de sus víctimas, que ante la adversidad optó por coger un lápiz y un cuaderno y echarse a fantasear otra vida para vengarse de la vida tan injusta que vivió.

© Derechos mundiales de prensa en todas las lenguas reservados a Ediciones EL PAÍS, SL, 2010. © Mario Vargas Llosa, 2010

Héroes de nuestro tiempo por Mario Vargas Llosa

Mario Vargas Llosa escribe sobre la liberación-expulsión de presos cubanos, y la relación del gobierno español del PSOE con el régimen cubano.

Estoy de acuerdo con el planteamiento de Vargas Llosa.

Destaco:

¿Los delitos por los que fueron condenados a esas durísimas penas de 12, 15 y 20 años de prisión? Firmar peticiones, escribir artículos, tener una máquina de escribir, constituir grupos de derechos humanos u oficinas de información independientes, actividades pacíficas y ajenas a cualquier tipo de subversión o violencia. Si a eso se suman las infinitas vejaciones, golpizas, torturas y castigos de toda índole de que han sido víctimas los años que pasaron en la cárcel, no hay duda, cada uno de ellos es un testimonio viviente de la brutalidad irracional que aplica el régimen castrista contra quienes no se someten a él con servidumbre total y del heroísmo que hace falta para enfrentarse, aunque sea de la manera más benigna, contra una dictadura totalitaria como la cubana.

Es ingenuo pensar que la excarcelación de unas decenas de presos políticos constituye una reforma sustantiva de la política del régimen contra la oposición. Uno de los rasgos más repugnantes de la dictadura caribeña ha sido su vieja costumbre de regalar presos a los políticos occidentales que iban a hacer el besamanos al dictador, para que ganaran bonos en sus países como salvadores y dieran testimonio de lo flexible que podía ser el régimen cuando era tratado con comprensión. Este innoble tráfico de carne humana en las relaciones públicas puede permitírselo sin riesgo alguno una satrapía cuya reserva de prisioneros políticos es un barril sin fondo, y reemplaza a discreción los presos que ofrece a sus huéspedes importantes.

Confieso que nunca he entendido por qué un Gobierno democrático, en el que hay un buen número de luchadores contra el franquismo que vivieron en carne propia lo que significa una dictadura totalitaria, lleva a cabo con Cuba una política que, en términos prácticos -son los que importan- solo sirve para prolongar la existencia de una dictadura atroz, que lleva más de medio siglo, y que ha hundido a los cubanos en la miseria, el miedo, la inseguridad y el más cruel despotismo. Y, peor todavía, que constituye una recusación y hostilidad flagrantes contra una oposición que, jugándose la vida y exponiéndose a abusos y represalias vesánicas, lucha para que Cuba alcance lo que tiene España desde la muerte de Franco.

Hago votos para que, siguiendo lo que piden los presos políticos desterrados de Cuba, la Unión Europea no cometa la imprudencia de renunciar a la Posición Común y la mantenga hasta que el régimen de los hermanos Castro dé pasos verídicos y comprobables de una democratización.



ARTÍCULO:

Que una veintena de presos políticos cubanos hayan sido excarcelados y venido a España con sus familias, y que el Gobierno de Raúl Castro haya prometido excarcelar en los próximos "cuatro o cinco meses" a algunas decenas más es una buena cosa, sin duda, y hay que alegrarse por ello.

Lo primero que cabe preguntarse sobre este puñado de exiliados que, después de largos años de martirio en las prisiones cubanas, salen libres, es quiénes son. Ninguno pertenece al antiguo régimen, todos nacieron y fueron formados por la revolución, y su disidencia, por lo tanto, no nace de nostalgia por un pasado que no conocieron, sino de un rechazo a una dictadura que han padecido desde adentro y que despertó en ellos un anhelo de libertad. Por sus oficios, representan todo el abanico social: obreros, artesanos, ex soldados, periodistas, ex funcionarios. ¿Los delitos por los que fueron condenados a esas durísimas penas de 12, 15 y 20 años de prisión? Firmar peticiones, escribir artículos, tener una máquina de escribir, constituir grupos de derechos humanos u oficinas de información independientes, actividades pacíficas y ajenas a cualquier tipo de subversión o violencia. Si a eso se suman las infinitas vejaciones, golpizas, torturas y castigos de toda índole de que han sido víctimas los años que pasaron en la cárcel, no hay duda, cada uno de ellos es un testimonio viviente de la brutalidad irracional que aplica el régimen castrista contra quienes no se someten a él con servidumbre total y del heroísmo que hace falta para enfrentarse, aunque sea de la manera más benigna, contra una dictadura totalitaria como la cubana.

¿Por qué han podido salir de la isla? ¿Por los buenos oficios de la Iglesia católica, "acompañada" del Gobierno español, según la fórmula empleada por el ministro de Asuntos Exteriores Miguel Ángel Moratinos? Mi impresión es, más bien, que el Gobierno cubano, viéndose en una tesitura sumamente difícil luego de la muerte del disidente Orlando Zapata, tras 86 días de huelga de hambre, que provocó condenas en todo el mundo, y la inminente muerte de Guillermo Fariñas que llevaba cerca de 130 días en huelga de hambre, decidió hacer un gesto y se sirvió de ambos para sus propios fines. ¿Cuáles? El primero, desactivar la campaña exterior contra el régimen y levantar algo su desprestigiada imagen institucional.

El segundo, más importante, conseguir mediante estas excarcelaciones que la Unión Europea abandone la Posición Común que suspende toda colaboración económica con el régimen mientras no haya una mejora tangible de los derechos humanos en la isla. Para la dictadura cubana, que vive una situación económica crítica, de la que no sabe cómo salir porque teme que cualquier apertura a la inversión privada y liberalización del mercado la debilite y signifique el principio del fin de la estructura vertical que la sostiene, la cooperación y ayuda exterior son el balón de oxígeno indispensable para alargarle la vida.

Es ingenuo pensar que la excarcelación de unas decenas de presos políticos constituye una reforma sustantiva de la política del régimen contra la oposición. Uno de los rasgos más repugnantes de la dictadura caribeña ha sido su vieja costumbre de regalar presos a los políticos occidentales que iban a hacer el besamanos al dictador, para que ganaran bonos en sus países como salvadores y dieran testimonio de lo flexible que podía ser el régimen cuando era tratado con comprensión. Este innoble tráfico de carne humana en las relaciones públicas puede permitírselo sin riesgo alguno una satrapía cuya reserva de prisioneros políticos es un barril sin fondo, y reemplaza a discreción los presos que ofrece a sus huéspedes importantes.

Por el momento, nada ha cambiado, salvo que -¡en buena hora!- unos cuantos héroes de nuestro tiempo han podido salir de Cuba con sus familias a iniciar la difícil vida del destierro, y, como han dicho todos ellos, a seguir luchando desde el exterior por la democratización de su país. Los medios de comunicación cubanos no han dicho palabra de lo ocurrido, salvo la reproducción en Granma de un comunicado del arzobispado que debe haber dejado en la luna a sus lectores. No hay una sola disposición, reglamento o ley que sirviera para mandar a la cárcel a los disidentes que haya sido suspendida, abolida o corregida, ni la menor promesa del Gobierno cubano que haga suponer que la excarcelación es el inicio de una política de tolerancia para los objetores.

El Gobierno socialista español cree que sí lo es y este es el argumento con que el ministro Moratinos tratará de convencer a sus colegas de la Unión Europea para que levanten la Posición Común y la sustituyan por una política de apaciguamiento, amistad y "diplomacia silenciosa" que vaya persuadiendo discretamente a la dictadura de que inicie de una vez una apertura real.

Confieso que nunca he entendido por qué un Gobierno democrático, en el que hay un buen número de luchadores contra el franquismo que vivieron en carne propia lo que significa una dictadura totalitaria, lleva a cabo con Cuba una política que, en términos prácticos -son los que importan- solo sirve para prolongar la existencia de una dictadura atroz, que lleva más de medio siglo, y que ha hundido a los cubanos en la miseria, el miedo, la inseguridad y el más cruel despotismo. Y, peor todavía, que constituye una recusación y hostilidad flagrantes contra una oposición que, jugándose la vida y exponiéndose a abusos y represalias vesánicas, lucha para que Cuba alcance lo que tiene España desde la muerte de Franco.

Me lo he preguntado muchas veces y cada vez me parece más difícil encontrar una respuesta que no implique una patética falta de visión, la pequeñez o la ceguera. ¿El acercamiento a la dictadura cubana del Gobierno socialista español es, simplemente, una manera de mostrar un cambio radical de política con la del Gobierno de José María Aznar, quien persuadió a Europa de adoptar la Posición Común? Si fuera así, la política exterior de España no sería más que un juguete sin brújula al servicio de menudas querellas partidistas, sin continuidad, horizonte geopolítico ni moral.

Tal vez, la explicación sea de otra índole. El socialismo español, afortunadamente para España, de socialismo tiene ya solo el nombre (y acaso la nostalgia). Como todos los partidos socialistas del Occidente, el español se ha modernizado, renunciando a los viejos paradigmas ideológicos, la lucha de clases, el estatismo, el colectivismo, el dirigismo económico, y ha terminado por conformarse a realidades que antes combatía con encono, la empresa privada, el mercado, la inversión extranjera, y es, hoy día -aunque nunca lo reconocería en estos términos- un baluarte del capitalismo y de la democracia liberal. Sus diferencias con los partidos conservadores y centristas son menudas e intrascendentes, salvo en la retórica de sus dirigentes, en la que a veces sobrenadan los antiguos clisés de la enterrada ideología.

Me pregunto si la incomprensible e inmoral política del Gobierno socialista español de colaboración con el castrismo no es una manera para sus dirigentes de demostrarse a sí mismos que no es verdad que hayan dejado de ser socialistas, que ahí está la prueba, lo que hacen para salvarle la vida a la acorralada revolución cubana, que, aunque haya cometido muchos errores, es todavía el emblema de aquel socialismo que fue el suyo, cuando eran jóvenes y utópicos y creían que la peor de las lacras de la humanidad fue la aparición del capitalismo egoísta y vil. Tal vez eso les dé buena conciencia y, pasajeramente, los exonere de la tristeza de comprobar a cada paso que, en todo lo demás, salvo en Cuba, dejaron de ser "revolucionarios" y se volvieron pragmáticos, socialdemócratas, es decir social-pendejos como los llaman los compañeros cubanos, y, horror de horrores, ¡hasta liberales! Qué pena que toda esta operación exculpatoria de un Gobierno que debería liderar el apoyo de los países libres a los héroes de la libertad en Cuba, se haga a costa de 11 millones de cubanos sometidos desde hace más de medio siglo a un régimen que se disputa con Corea del Norte el privilegio de ser la última dictadura comunista del planeta.

Hago votos para que, siguiendo lo que piden los presos políticos desterrados de Cuba, la Unión Europea no cometa la imprudencia de renunciar a la Posición Común y la mantenga hasta que el régimen de los hermanos Castro dé pasos verídicos y comprobables de una democratización.