Comparto, cómo no, algunas de las cosas que dice Mario Vargas Llosa en su nuevo libro, y que lleva diciendo hace tiempo en sus artículos. Pero me preocupa que el balance final incida, agravándolo, en el principal problema de la civilización digital: los que saben se alejan y los que todo lo ignoran se afianzan a los mandos. Cualquier interesado por las máquinas observará una descomunal desproporción entre la sofisticación de las máquinas (hardware) y la banalidad de su cerebro (software). Dos ejemplos del iPad: sus mejores programa de escritura (iWriter: limpio, sencillo, eficaz y iBooks Author: ultimismo y multimedia) no saben poner pies de página. Y el segundo: la abrumadora mayoría de las ediciones de periódicos y de revistas son fotocopias exactas de las versiones impresas. Y no puedo extenderme aquí y ahora sobre la sucia pobreza formal de los e-books. La civilización digital es una inteligencia básica de ingenieros que han creado máquinas de la belleza y sofisticación del iPad. Han puesto a disposición de los creadores posibilidades expresivas puramente extraordinarias. Pero nadie ha escrito todavía el manual de instrucciones. Entre otros motivos, porque los grandes creadores como Vargas Llosa no presionan lo suficiente: prefieren denunciar la banalidad. No pasó lo mismo en los albores del cine: ningún director de fotografía fue ni ha sido nunca más importante que los realizadores y los actores. Si lo digital es banal es porque los Vargas no meten el dedo. Ni en la llaga ni en el enchufe.
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