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¿Quiere usted que la región de Cataluña siga formando parte del Estado de España? por Arcadi Espada

El Mundo.


Mientras no hablo, pero sobre todo cuando hablo, pienso en mi mala suerte: tantos años perdidos dándole al memo manubrio del nacionalismo. ¡Lo que yo habría sido! Pero yo mismo me animo. Que vachaché. Al fin y al cabo pensar, escribir, hablar deben de tener un efecto vigorizante per se, con independencia del contenido. Gimnasia sueca. Porque lo cierto es que aunque la veta parezca agotada siempre acaban saliendo perlas.
Por ejemplo, esta cosa gelatinosa y eufemística del nacionalismo catalán respecto a los sentimientos. Alemanes, vascos, flamencos, españoles, incluso, en épocas distintas de la historia no han ocultado detrás de nada su xenofobia. Estos nuestros ocultan la evidencia de que no soportan vivir con el otro, ¡extranjero!, bajo grasientas capas de sentimentalidad y victimismo. Este último bien humorístico: hasta el punto de tratar de hacer creer al resto que ellos son las víctimas y los que han de soportar la xenofobia.
Este argumento va íntimamente emparentado con su denuncia del presunto nacionalismo español. Cualquier alfabetizado sabe que la expresión del nacionalismo español es la Constitución de 1978, la que ha organizado uno de los Estados más flexibles del mundo. Pero, en cualquier caso, hay una diferencia esencial entre uno y otro nacionalismo: a diferencia del catalán, el nacionalismo español no quiere hoy echar de su casa a nadie.
Por lo demás observo que la santa inocencia nacionalista ya tiene preparada la pregunta y que nos llama partidarios del no. A mí, como puede comprender cualquiera, el no me va mucho. Mucho más que a Raimon Pelegero: al fin y al cabo le saco una dictadura (aunque sea blanca) de ventaja. Pero no deja de admirarme cómo estos inocentes eligen rápidamente jugar en casa, y se apropian de la psicólogica ventaja afirmativa de la respuesta. Ignoran que hasta los adverbios habrían de negociarse, y que ellos son y serán siempre los del no.

Por una nueva ley de dependencia

por Arcadi Espada.


Este primer párrafo de la convocatoria a una rueda de prensa de UPyD:
«UPyD Cataluña considera que los acuerdos adoptados por los ayuntamientos de Girona y Figueres por los cuales se contrata el servicio de uno o más trenes de pasajeros par a trasladar a Barcelona a las personas que deseen participar en la manifestación por la independencia convocada por la Asamblea Nacional de Catalunya el próximo día 11 de
septiembre constituyen una clara desviación de poder.»
Hace muy bien en denunciar UPyD y sobre todo hace muy bien en denunciarlo ante el delegado del Gobierno. Lo único que tiene que hacer el gobierno, a cambio del rescate e incluso sin rescate, es hacer cumplir la ley.
¿Pero qué ley puede venir de Fátima!
Por lo demás esos autocares franquistas prueban otra vez de modo inexorable la evidencia: ¿Una nación, Cataluña...? Hombre, hombre. ¡Una banda!

La Patria Vasca.

Juan Abreu.



En la televisión, la viuda de un asesinado por la banda de patriotas vascos conocida como ETA. Ese día, recuerda la mujer, mataron a tres. Llegaron los pistoleros y en plena calle y en medio de un evento deportivo en Bilbao, creo, u otra ciudad de la provincia vasca, dispararon a sus víctimas. Cayeron los tres hombres. Uno de ellos, el marido de la mujer a la que yo estoy mirando en la televisión, aún vivo, trató de meterse debajo de un automóvil para protegerse. Entonces, el público vasco reunido allí para presenciar el evento deportivo comenzó a gritar: ¡Hay uno vivo, hay uno vivo! Y lo señalaban con el dedo para que los asesinos, que ya se marchaban, supieran que no habían completado su trabajo. Los etarras volvieron, y remataron al herido.

La Patria Vasca.

Orgullosos

Arcadi Espada:
Hay una pregunta que a mi juicio debería eliminarse: «¿Se siente usted orgulloso de ser español?» ¿Cómo puede alguien estar orgulloso de una condición regida por el azar? Solo si se admite, claro está, que no hubo azar, sino predestinación. Aunque, desde luego, no la predestinación del tipo es español el que no puede ser otra cosa. ¡Qué absurda pregunta! Y más absurda todavía cuando se desglosa por comunidades autonómicas y se vincula con la sentimentalidad antagónica de los nacionalismos provinciales. Esa vinculación tiene un efecto colateral insidioso y es la confusión entre el ser y el orgullo. Se entenderá mejor si acudo a un ejemplo personal: yo soy un español completo sin orgullo ninguno. El de la nacionalidad es un orgullo tonto, solo comparable a los que se enorgullecen de su alta cuna o de su baja cama.

Votar contra la verdad

Arcadi Espada.



Me resultan enternecedores los ahorcamientos que se inflige la izquierda vasca con la cuerda de la verdad. Aunque, naturalmente, no sean de extrañar. Tantas décadas mintiendo y mintiéndose no presagian una relación directa y fácil con la desconocida. Hace un par de días esa izquierda publicó un documento llamado «Construyamos la paz en el proceso democrático», donde la verdad venía y revenía como la marea de un váter atascado. Hasta el punto, en un momento dado, en que el patriota redactor hubo de emplearse a fondo: «Tal y como señala un proverbio zulú, toda la verdad es amarga pero necesaria.» Es irse muy lejos. Investigué si algo había tenido que ver Kofi Annan; pero el mediador es ghanés, de la etnia fante. Es irse muy lejos, teniendo a Quevedo, el antisemita y el amargo, a un tiro de piedra vasca. Pero en cualquier caso coincido con el pueblo zulú e incluso con el abertzale: la verdad es necesaria. Ahora bien: me temo que el patriota redactor está hablando de otra cosa: él quiere armar una Comisión de la Verdad sobre lo sucedido en el último medio siglo vasco que sea «la suma de diversas e incluso (sic) de diferentes verdades.»
El nacionalismo vasco, en cualquiera de sus formas, aspirará a que las verdades estén representadas en esa comisión «ad hoc» del mismo modo que  las opiniones están representadas en cualquier parlamento. Nosotros, a la verdad, le llamamos aquí mayoría, qué te crees. Sin embargo, las verdades nunca suman. Solo encajan. Jamás mezclan con la aritmética. Dado su gusto antropológico el patriota redactor podría haber recordado que en la Edad Media el 95 por ciento de las personas creía en la brujería; y que, en consecuencia, solo el 5 por ciento estaba en la verdad. La aritmética, por el contrario, mezcla bien con las opiniones; y es por eso que ningún impedimento lógico podria frustrar la creación de una bonita Comisión de las Opiniones Zulúes.
Pero de la verdad mejor que vayamos olvidándonos. Las comisiones de la verdad las organizan las víctimas, después de que sus ideas hayan vencido tras un largo camino de sufrimiento. Y este no es, en absoluto, el caso. En el País Vasco las ideas de los agresores son las que gobiernan y, sobre todo, las que van a gobernar. El pueblo vasco votará, ya ha votado de hecho en la provincia de Guipúzcoa, para que la verdad no se conozca. Al pobre pueblo podría dolerle que no siguieran plenamente operativas las inmorales falacias, y la principal: la de que el terrorismo fue la agresión de una minoría violenta contra el conjunto del pueblo vasco. (¡Minoría! ¡Ahí está la minoría encaramada!)
Y como se sabe y se entiende la primera obligación de un patriota y un demócrata es cumplir escrupulosamente el  mandato de su pueblo.
(El Mundo, 28 de febrero de 2012)

Del tuteo

Por Arcadi Espada.

La monarquía es la ficción más útil de la vida española contemporánea. La mejor verdad de nuestras mentiras, diría probablemente Vargas Llosa. Compárese su benéfico carácter con la ficción del nacionalismo. Una y otro se basan en imaginarios derechos históricos; pero los de la Monarquía se han utilizado para diseminar la estabilidad y la convivencia y los del nacionalismo para todo lo contrario. De ahí el efecto que causa en cualquier cuerpo racional el hecho de que un nacionalista critique a la Corona. El objetivo de la ficción nacionalista es la disgregación, mientras el de la Monarquía es el de la integración. Esto no es la descripción de un objetivo abstracto; es la descripción de la vida española en los últimos treinta años. Por lo demás la comparación entre esas dos ficciones no sólo es conceptualmente razonable. La bondadosa ficción monárquica es, además, la última garantía de que el reino del mal nacionalista no acabará destruyendo la convivencia española. Hasta tal punto es verdad eso que algunos nacionalistas incluso han tratado de engatusar a la Monarquía para que se preste a una suerte de sincretismo ficcional. Cuando Jordi Pujol sugirió en 1992 que la Monarquía debía regresar a los tiempos anteriores a 1714, y desempeñar un rol parecido al austrohúngaro, estaba reconociendo que el poder de la ficción monárquica sólo podía combatirse mediante alguna alianza. Política matrimonial, por así decirlo.
Sin embargo, el nacionalismo no es el peor enemigo de la ficción monárquica. Como digo, incluso es posible imaginar entre ellos algún tipo de alianza. El peor enemigo es lo real. Su embate. Escuchaba la otra noche al Rey. Intentaba conciliar su mirada oracular, elíptica sobre las cosas de este mundo con el barro que los periódicos llevan días amontonando a la puerta de su casa. El tratamiento lingüístico que debe darse a un rey es hablar siempre con la majestad y jamás con la persona. De ahí que se prohíba el tuteo, incluso a través del usted. El tratamiento simboliza mejor que nada la relación que un rey debe mantener con lo real: la imprescindible desaparición de la persona en el seno de la institución. Se quejaba el Rey amargamente de la erosión de las instituciones a propósito del tuteo que España está practicando con su yerno. Con más amargura aún, probablemente, por ser consciente de que el primero que había permitido el tuteo en la familia (una pelota, un micrófono y un paramecio) había sido él. Fue la suya una Nochebuena imposible.
No debe cundir la alarma, sin embargo. Nadie sensato quiere que se acabe el cuento. Dijo nuestro Rey: «La ley debe ser igual para todos» y España se abrió en un cálido y deslumbrado «¡Oh!». Y está muy bien así. Una Monarquía sólo debe convocar onomatopeyas.

Patria, Parenti, Amici

By Bryan Caplan.


I'm a staunch opponent of nationalism.  But I'm also a family man.  Isn't there a direct contradiction between the two?  If I refuse to show favoritism to my fellow Americans, how can I in good conscience buy Christmas presents for my children?  You might argue that whether you favor your countrymen or your kin, you're neglecting far more deserving strangers.

There is one obvious difference between nationalism and familial favoritism.  Familial favoritism is a deep and ineradicable part of the human psyche, thanks to many millions of years of evolution.  Nationalism - and expansive tribal identities more generally - pretends to be equally fundamental, but it's largely cheap talk.  People happily give tons of free stuff to their children.  But you need coercion to make people surrender more than a pittance to their "fellow citizens."  To ask people to stop favoring their own children goes utterly against human nature.  To ask people to stop favoring their countrymen is a modest, eminently do-able request.

There is however a less obvious, but far more important difference between nationalism and familial favoritism: Despite its mighty evolutionary basis, almost everyone recognizes moral strictures against familial favoritism.  Almost everyone knows that "It would help my son" is not a good reason to commit murder, break someone's arm, or steal.  Indeed, almost everyone knows that "It would help my son" is not a good reason for even petty offenses - like judging a Tae Kwon Do tournament unfairly because your son's a contestant.

Nationalism, in contrast, is widely seen as an acceptable excuse for horrific crimes against outgroups.  Do you plan to murder hundreds of thousands of innocent foreign civilians
?  Just say, "It will save American [German/Japanese/Russian/whatever] lives" - and other members of your tribe will nod their heads.  Do you want to deprive millions of foreigners of the basic human rights to sell their labor to willing buyers, rent apartments from willing landlords, and buy groceries from willing merchants?  Just say, "It's necessary to protect American jobs" in a self-righteous tone, then bask in the admiration of your fellow citizens.


The surprising lesson: familial favoritism isn't just inevitable; it's basically benign.  People know that this fundamental emotion is no excuse for ignoring the rights of strangers
.  Nationalism, in contrast, is at once phony and dangerous.  Phony, because nationalists' behavior belies their gradiose claims of loyalty and devotion to their countrymen.  Dangerous, because when people remember their nation, they forget their basic moral obligations to leave strangers alone.


Un español independentista, como yo. Arcadi Espada


Con su habitual cinismo, los nacionalistas catalanes se rasgan las vestiduras ante las proclamas irónicas de un español independentista, el catedrático Peces-Barba, que ayer dijo que a España le habría ido mejor con Portugal que con Cataluña. Obviamente, y como corresponde a una retórica semejante, no se trata de probar la veracidad de una afirmación semejante ni siquiera de discurrir demasiado sobre ella. (Aunque parece bastante razonable suponer que a España, y sobre todo a Portugal, les habría ido mejor juntos de lo que les ha ido por separado.) De lo que se trata, y a eso se dedica Peces, es de devolver a los nacionalistas aunque sea una milésima de su propia medicina y obligarles a escuchar una octava de sus grititos, de sus ofensas y de sus desafectos, este ruido vicioso y malencarado que llevan tres décadas proyectando sobre el debate político y la convivencia entre los españoles.
Leer entrada original en El Mundo.

Subnación. Arcadi Espada

Las palabras de Duran son también irrisorias por venir de quien vienen. Todo nacionalismo es, ontológicamente, una subvención. El estado catalán trabajosamente construido en estos últimos treinta años se asienta sobre el principio de la subvención pública, que afecta por igual a escritores, empresarios y cantantes flamencos. Yo no dudo que el diputado Duran Lleida y el presidente Mas serían unos irreprochables liberales… si no tuvieran un pueblo cautivo que redimir y sobre el que proyectar todas las variantes de la discriminación positiva: al fin y al cabo los catalanes llevan mucho más tiempo oprimidos que los homosexuales, las mujeres o los borrachos andaluces. Cualquier institución catalana es siempre un algo más, se trate del Barça, TV3, La Caixa o La Vanguardia. Esa plusvalía del ser es, y muy precisamente, el puro efecto de la subvención. Ninguno de esos cuatro, como los cuarenta mil restantes que vienen luego, podría ser lo que es a la pura intemperie del mercado.


Las opiniones de Duran no son más quegossip político. Deben ser contestadas por la verdulera (mis respetos, señora), mientras se toma el cortado en el Bar Per, y ofú, ofú. Ennoblecerlas en solemne sesión plenaria es la demostración palmera de que el debate político español solo sobrevive por la subvención nacionalista.


Leer completo en Diarios de Arcadi Espada.

La constitución de los nacionalistas. Arcadi Espada


Leer entrada completa.


Extractos:

La importancia nacionalista es la de un poder fáctico. Estricta y vergonzosamente. Un poder chulesco y sentimental que amenaza con choques de trenes, desafecciones y no sé que otra golpiza. Ya sería hora de confrontar con la realidad el poderío de bravuconería semejante. PP y PSOE han reformado la Constitución aplicando la legalidad y la razón. Que es justamente lo que se niegan a hacer los nacionalistas cuando no cumplen (dando cuenta de su naturaleza fáctica, más allá del bien del mal) las sentencias de los tribunales.

Autodeterminación interminable por Mira Milosevich‏

LA sentencia del Tribunal Internacional de Justicia (TIJ) del pasado 22 de julio sobre la legalidad de la declaración unilateral de los albaneses de la independencia de Kosovo, en contra de la Resolución 1244 de la ONU (1999), que garantizaba explícitamente la integridad territorial de Serbia, ha demostrado que el llamado «derecho internacional» sirve de muy poco frente a las fuerzas atávicas de las mayorías étnicas, tan poco como el propio TIJ, según nos explicaba recientemente en este periódico Javier Rupérez. Todos sabemos, incluidos los nacionalistas, que el caso de Kosovo es distinto de los de los nacionalismos vasco y catalán, lo que no implica en absoluto que estos se vayan a abstener de esgrimirlo para justificar sus aspiraciones independentistas.

Sin embargo, en los Balcanes, el de Kosovo no es un caso excepcional en relación con los otros nacionalismos de la zona. La sentencia del TIJ ha desencadenado una preocupante serie de acontecimientos: 1) Una autodenominada Asociación de los Ayuntamientos de Kosovo (entidad hasta ahora desconocida) ha proclamado la independencia del norte de la región, de población mayoritariamente serbia, y el texto de una declaración en tal sentido, cuya autoría despierta dudas, está circulando profusamente entre los serbios, aunque ha sido desautorizada a un tiempo por los gobiernos de Belgrado y Prístina. El ministro kosovar de Interior, Bajram Redzepi, aseguró que Kosovo defendería su integridad territorial con las armas, aunque luego desmintiera tales palabras. 2) El primer ministro de Kosovo, Hashim Thaçi, ha informado a Peter Feith, representante especial de EULEX (misión estabilizadora de la UE en Kosovo) de que su Gobierno ha prohibido las visitas de políticos serbios a Kosovo porque «constituyen una provocación», lo que no contribuye a relajar las tensiones. 3) El representante del Partido Demócrata Albanés, que agrupa a unos 47.000 albaneses del sur de Serbia, Ragmija Mustafa, ha anunciado que, acogiéndose al referéndum del 1 y 2 de marzo de 1992 y la Plataforma Política del 14 de enero de 2006, tres Ayuntamientos de sur de Serbia —Bujanovac, Presevo y Medvedje— exigirán «su autonomía política, cultural y territorial y el derecho a la unión con Kosovo», ofreciendo un «intercambio de territorios», el sur de Serbia por el norte de Kosovo. 4) El serbio Nikola Spiric, actual presidente del Consejo de Ministros de Bosnia, señaló que la sentencia del TIJ abre camino a la independencia de la República Serbia de Bosnia, así como que los serbios de Bosnia no tendrían nada en contra de que la Federación Croata de Bosnia se uniera con Croacia y la Bosnia musulmana con Sandzak, región serbia de población islámica. 5) El próximo 9 de septiembre, el Consejo General de la ONU votará una nueva propuesta serbia de Resolución sobre Kosovo, que condena la declaración unilateral de independencia y exige volver a las negociaciones sobre el estatuto de la región, esto es, a la situación anterior al Plan Ahtisari (2007). A los albaneses no les conviene que el asunto vuelva a la ONU, pero la propuesta tiene muy pocas posibilidades —por no decir ninguna— de ser aprobada. No es del agrado de la UE ni de los EE.UU., de los que dependen las posibilidades de integración euroatlántica a la que Serbia supuestamente aspira. La más que probable derrota de su propuesta en la ONU será un revés definitivo para Belgrado.

El nacionalismo albanés no es muy diferente de los nacionalismos de los pueblos de la antigua Yugoslavia, porque se forjaron en regímenes totalitarios que explotaban en su provecho las pequeñas diferencias narcisistas. Los serbios expulsados de la Krajina croata en 1995, los musulmanes de Bosnia y Sandzak, los croatas de Bosnia, los albaneses de sur de Serbia y los de Macedonia difícilmente aceptarán que no se apliquen a sus reclamaciones irredentistas los mismos criterios que favorecieron la independencia de Kosovo. El resultado de la intervención internacional en las últimas guerras yugoslavas ha sido la derrota del nacionalismo étnico serbio en provecho de los nacionalismos étnicos croata y albanés y la creación de territorios étnicamente homogéneos en Bosnia y Kosovo.

El derecho de autodeterminación, pócima milagrosa del presidente norteamericano Woodrow Wilson para solucionar los problemas interétnicos de la Europa Central y los Balcanes, contribuyó en gran medida al estallido de la Segunda Guerra Mundial. La autodeterminación de Kosovo no ha traído estabilidad a la región. Quizá no provoque nuevas guerras, pero la creación de Estados sobre el principio del nacionalismo étnico retrasa el ingreso en la UE de Croacia y Bosnia y se lo impide directamente a Serbia y Kosovo. Las élites políticas de los Balcanes siguen preocupándose más de cómo pasarán a los libros escolares de historia nacional que de los ciudadanos de sus países, cuya vida mejoraría sin duda si fueran miembros de la Europa contemporánea en ámbitos más decisivos que los festivales de Eurovisión.

MIRA MILOSEVICH ES ESCRITORA Y DOCTORA EN ESTUDIOS EUROPEOS.