LA sentencia del Tribunal Internacional de Justicia (TIJ) del pasado 22 de julio sobre la legalidad de la declaración unilateral de los albaneses de la independencia de Kosovo, en contra de la Resolución 1244 de la ONU (1999), que garantizaba explícitamente la integridad territorial de Serbia, ha demostrado que el llamado «derecho internacional» sirve de muy poco frente a las fuerzas atávicas de las mayorías étnicas, tan poco como el propio TIJ, según nos explicaba recientemente en este periódico Javier Rupérez. Todos sabemos, incluidos los nacionalistas, que el caso de Kosovo es distinto de los de los nacionalismos vasco y catalán, lo que no implica en absoluto que estos se vayan a abstener de esgrimirlo para justificar sus aspiraciones independentistas.
Sin embargo, en los Balcanes, el de Kosovo no es un caso excepcional en relación con los otros nacionalismos de la zona. La sentencia del TIJ ha desencadenado una preocupante serie de acontecimientos: 1) Una autodenominada Asociación de los Ayuntamientos de Kosovo (entidad hasta ahora desconocida) ha proclamado la independencia del norte de la región, de población mayoritariamente serbia, y el texto de una declaración en tal sentido, cuya autoría despierta dudas, está circulando profusamente entre los serbios, aunque ha sido desautorizada a un tiempo por los gobiernos de Belgrado y Prístina. El ministro kosovar de Interior, Bajram Redzepi, aseguró que Kosovo defendería su integridad territorial con las armas, aunque luego desmintiera tales palabras. 2) El primer ministro de Kosovo, Hashim Thaçi, ha informado a Peter Feith, representante especial de EULEX (misión estabilizadora de la UE en Kosovo) de que su Gobierno ha prohibido las visitas de políticos serbios a Kosovo porque «constituyen una provocación», lo que no contribuye a relajar las tensiones. 3) El representante del Partido Demócrata Albanés, que agrupa a unos 47.000 albaneses del sur de Serbia, Ragmija Mustafa, ha anunciado que, acogiéndose al referéndum del 1 y 2 de marzo de 1992 y la Plataforma Política del 14 de enero de 2006, tres Ayuntamientos de sur de Serbia —Bujanovac, Presevo y Medvedje— exigirán «su autonomía política, cultural y territorial y el derecho a la unión con Kosovo», ofreciendo un «intercambio de territorios», el sur de Serbia por el norte de Kosovo. 4) El serbio Nikola Spiric, actual presidente del Consejo de Ministros de Bosnia, señaló que la sentencia del TIJ abre camino a la independencia de la República Serbia de Bosnia, así como que los serbios de Bosnia no tendrían nada en contra de que la Federación Croata de Bosnia se uniera con Croacia y la Bosnia musulmana con Sandzak, región serbia de población islámica. 5) El próximo 9 de septiembre, el Consejo General de la ONU votará una nueva propuesta serbia de Resolución sobre Kosovo, que condena la declaración unilateral de independencia y exige volver a las negociaciones sobre el estatuto de la región, esto es, a la situación anterior al Plan Ahtisari (2007). A los albaneses no les conviene que el asunto vuelva a la ONU, pero la propuesta tiene muy pocas posibilidades —por no decir ninguna— de ser aprobada. No es del agrado de la UE ni de los EE.UU., de los que dependen las posibilidades de integración euroatlántica a la que Serbia supuestamente aspira. La más que probable derrota de su propuesta en la ONU será un revés definitivo para Belgrado.
El nacionalismo albanés no es muy diferente de los nacionalismos de los pueblos de la antigua Yugoslavia, porque se forjaron en regímenes totalitarios que explotaban en su provecho las pequeñas diferencias narcisistas. Los serbios expulsados de la Krajina croata en 1995, los musulmanes de Bosnia y Sandzak, los croatas de Bosnia, los albaneses de sur de Serbia y los de Macedonia difícilmente aceptarán que no se apliquen a sus reclamaciones irredentistas los mismos criterios que favorecieron la independencia de Kosovo. El resultado de la intervención internacional en las últimas guerras yugoslavas ha sido la derrota del nacionalismo étnico serbio en provecho de los nacionalismos étnicos croata y albanés y la creación de territorios étnicamente homogéneos en Bosnia y Kosovo.
El derecho de autodeterminación, pócima milagrosa del presidente norteamericano Woodrow Wilson para solucionar los problemas interétnicos de la Europa Central y los Balcanes, contribuyó en gran medida al estallido de la Segunda Guerra Mundial. La autodeterminación de Kosovo no ha traído estabilidad a la región. Quizá no provoque nuevas guerras, pero la creación de Estados sobre el principio del nacionalismo étnico retrasa el ingreso en la UE de Croacia y Bosnia y se lo impide directamente a Serbia y Kosovo. Las élites políticas de los Balcanes siguen preocupándose más de cómo pasarán a los libros escolares de historia nacional que de los ciudadanos de sus países, cuya vida mejoraría sin duda si fueran miembros de la Europa contemporánea en ámbitos más decisivos que los festivales de Eurovisión.
MIRA MILOSEVICH ES ESCRITORA Y DOCTORA EN ESTUDIOS EUROPEOS.
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