El asesino que revisaba los extintores por Julien Cruz‏

El etarra Gurutz Agirresarobe se paseaba por el Parque Tecnológico de Miramón con la misma tranquilidad que hace siete años, tras asesinar a Joseba Pagazaurtundua. Allí se encontraba rodeado de una gran lista de objetivos de ETA, todos ellos pertenecientes al colectivo de la patronal guipuzcoana. Entre idas y venidas de empresarios amenazados, escoltas y coches oficiales, pasaba gran parte de las mañanas de forma discreta.

«Una vida normal», como dijo el consejero vasco de Interior, Rodolfo Ares, cuando Agirresarobe fue detenido. El Gobierno de Vitoria considera que ese etarra era un «terrorista durmiente» y que «seguramente estaba a la espera de recibir órdenes de la organización terrorista para actuar».

El Parque Tecnológico de Miramón es el centro neurálgico de la actividad industrial y económica de Guipúzcoa. Está situado en San Sebastián y cuenta con más de 70 empresas agrupadas en sus instalaciones que dan trabajo a más de 3.000 personas. Su edificio central ubica a varias de ellas, además de albergar el aparato de coordinación del complejo.

Precisamente a este edificio acudía el etarra de forma periódica a realizar el mantenimiento de los extintores, lo que le permitía tener acceso a un sinfín de información sobre los miembros de la Asociación de Empresarios de Guipúzcoa (Adegi), cuya sede se encuentra a escasos metros: matrículas y modelos de sus vehículos, horarios de trabajo, número y características de sus respectivos guardaespaldas...

Según revelan fuentes del propio complejo tecnológico, Agirresarobe acudía con regularidad a pasar la revisión de los extintores de ese edificio y de otros adyacentes. Solía personarse en las instalaciones a primera hora, sobre las 8.30 horas, cuando recogía las llaves de los distintos departamentos de la sede central para poder moverse a solas por su interior sin tener que molestar a los responsables de seguridad.

La autorización de la que disponía el presunto terrorista, en calidad de empleado de la empresa Lehengoak, le permitía también acceder a la zona de despachos situada en la tercera planta del edificio central, en la que tienen sus dependencias los máximos responsables del Parque de Miramón. Tanto el presidente del complejo como el director general de la red de parques tecnológicos del País Vasco, Francisco Berjón, cuentan con uno en ese mismo lugar.

Éste último goza además de una dilatada trayectoria política en las filas del PSE que le ha granjeado, como a todos socialistas, el odio de los terroristas. Fue alcalde de Ermua durante 1983 y 1991 y apoderado en las Juntas Generales de Vizcaya.

Agirresarobe llegó a estar a trabajando a solas en más de una ocasión en las inmediaciones de su despacho. Pero el descrito no era el único escenario en el que el presunto asesino de Pagazaurtundua coincidía con posibles objetivos de la banda. Tanto la cafetería como el restaurante eran un lugar frecuentado con asiduidad por Agirresarobe, acostumbrado a tomarse descansos para tomarse un café.

La cafetería es el único local de esas características que se encuentra en el Parque de Miramón y su clientela está compuesta casi en exclusiva por empresarios. De hecho, es conocida como la «segunda sala de reuniones» de Adegi, debido a que sus representantes gustan de acudir allí a discutir sobre negocios de una forma más distendida. Así, el contacto de Agirresarobe con la jerarquía de la patronal guipuzcoana se producía de forma muy estrecha. Pero nadie podía sospechar que aquel tipo simpático con mono azul era un asesino de ETA a la espera de recibir instrucciones para actuar de nuevo.

De igual manera ocurría en el Arbelaitz, el restaurante que tiene el prestigioso cocinero vasco en el edificio y en el que el etarra se quedaba a comer los días que tenía que continuar su trabajo por la tarde. Se tiene constancia de que entró a sus comedores en alguna ocasión.

Allí compartía salón y camareros con los mismos empresarios amenazados y extorsionados por la organización, a los que podía observar de forma prolongada y con exactitud, dada la cercanía entre las mesas.

La mayoría de las personas del complejo apenas daban crédito a su arresto. No esperaban que «un tío tan normal» pudiera ser un sanguinario etarra. De hecho, destacan su carácter «amable» y el «buen humor» que exhibía con el resto de empleados, con los que acostumbraba a bromear y charlar sobre deporte.

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