La Organización Mundial de la Salud (OMS) ha declarado este mes el fin de la pandemia de gripe A. Ni en el propio texto de la declaración ni en ninguno de los anexos se hace un análisis de la respuesta a esa pandemia; sin más, se da por finalizado un periodo de alarma mundial que empezó en abril de 2009. Se deduce, pues, que todo lo hecho ha sido correcto. En la misma línea se han expresado el Ministerio y las Consejerías de Sanidad en España. «Volvería a hacer lo mismo», es la consigna.
Sin embargo, las autoridades mundiales y españolas tienen dos ejemplos prácticos que ponen en cuestión su estrategia. El primero es Polonia, cuya política de no vacunación se ha saldado al final con 181 muertos en una población de 39 millones de habitantes (por contraste, con una política de vacunación activa, España tuvo 271 muertos para una población de 47 millones). El segundo es el de los médicos del mundo entero, y en especial los españoles, que se opusieron con éxito a las prácticas sin fundamento científico que pretendían implantar las autoridades, y evitaron la alarma y el uso indiscriminado de antivirales y de la vacuna.
La falta de análisis de la respuesta a la crisis y el cierre en falso de un monumental error mundial sugieren que hubo malicia sanitaria. Parece que las medias verdades de las autoridades mundiales y españolas respondían a intereses difusos y variados. Y ahora pretenden la impunidad científica, política y penal…
Se equivocaron con malicia porque en julio de 2009 ya se sabía que la pandemia sólo lo era por la expansión mundial y no por su gravedad, pues la mortalidad era diez veces menor que la de gripe estacional habitual. Activaron planes de contingencia que correspondían a los de una gripe como la de 1918 (española, gran expansión, gran virulencia) y no corrigieron cuando fue evidente que la gripe A era banal. Utilizaron el principio de precaución para adoptar medidas imprudentes y decisiones excesivas y no justificadas, de alarma de la población y de empleo ingente de recursos humanos, farmacológicos, de higiene y otros. Alimentaron el terror de la población a las muertes y neumonías víricas por gripe, especialmente de las embarazadas y de los jóvenes.
Las predicciones hablaban de miles de muertos y de decenas de miles de ingresados en las unidades de cuidados intensivos. Pero se sabía que en el invierno de 2009 (julio y agosto) de Australia y Nueva Zelanda, por ejemplo, todo ello era falso, en escala cien y a veces mil veces menor a lo predicho (18.000 muertos pronosticados en Nueva Zelanda contra 17 en la realidad).
La respuesta dio negocio a muy variados interesados, desde los medios de comunicación a los vendedores de jabón, sin olvidar el beneficio político que obtuvieron las propias autoridades luchando contra una plaga bíblica. Esta apuesta era a caballo ganador, pues no había dudas de la escasa gravedad de la pandemia.
Los daños de tal imprudencia son muchos, y entre ellos figura el descrédito de las autoridades sanitarias mundiales y españolas. La alarma creada tuvo un impacto negativo en salud, que va desde el aborto voluntario por espanto (de embarazadas temerosas de las complicaciones anunciadas) a los errores de diagnóstico con retrasos de tratamiento (por ejemplo, de meningitis etiquetadas como gripe A). A eso hay que sumar el abuso de antibióticos, con las resistencias bacterianas correspondientes, y los efectos adversos de medicamentos innecesarios y/o inútiles (antivirales y vacunas).
Otro perjuicio ha sido el despilfarro de miles de millones de euros en un momento de crisis financiera y económica mundial. Aún más grave, se ha contribuido a transformar en certeza la sospecha de que las grandes políticas, incluyendo las sanitarias, se deciden fuera de los mecanismos democráticos.
¿Qué cabe hacer ahora? ¿En qué forma podemos aprender y dar respuesta los médicos y profesionales de salud, los pacientes y los ciudadanos?
Habría que tener en cuenta que las autoridades se pueden equivocar y persistir en el error. Conviene ser críticos y hacerles llegar las críticas, y en último caso hay que ignorar sus recomendaciones y consejos. Es preciso también utilizar los medios accesibles para elaborar alternativas concretas a las propuestas irracionales de las autoridades. Para difundir esas alternativas habrá que recurrir tanto a los medios de comunicación habituales como especialmente a las redes sociales de internet.
Lo importante es no aceptar las políticas ni las informaciones que amedrentan y tratan de infundir pánico y terror. En este caso concreto se hace necesario exigir el análisis científico de la gestión de la crisis de la pandemia de la gripe A, con la publicación y divulgación de sus conclusiones.
Por último, habrá que depurar las responsabilidades políticas y, en su caso, el procesamiento penal de las autoridades que gestionaron una crisis probablemente con malicia y que no hacen nada para aprender de sus errores. Errar es humano; persistir en los errores, no analizarlos y no corregir para el futuro es inhumano. No deberíamos estar inermes ante políticos que yerran, perseveran en su fallo y pretenden que olvidemos.
En el último trimestre de 2009 y a lo largo de 2010 se ha difundido información sobre la corrupción en torno a la respuesta de la OMS a la pandemia de gripe A en diferentes revistas científicas (Science, British Medical Journal), la prensa general e incluso el Consejo de Europa. Se acusa a la OMS y a sus asesores de colusión de intereses con las industrias farmacéuticas.
Desde luego es cuando menos sorprendente que Julie Gerberding, la directora de 2002 a 2009 de los Centers for Disease Control and Prevention (CDC, agencia oficial de EEUU que determina el uso de vacunas y otros tratamientos en epidemias y demás) se convirtiera en enero de 2010 en la presidenta de la Sección de Vacunas de Merck (potente farmacéutica).
Mucho huele a podrido en la gestión de la pandemia de gripe A.
Juan Gérvas es médico general en Madrid del Equipo CESCA.
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