Me resultan enternecedores los ahorcamientos que se inflige la izquierda vasca con la cuerda de la verdad. Aunque, naturalmente, no sean de extrañar. Tantas décadas mintiendo y mintiéndose no presagian una relación directa y fácil con la desconocida. Hace un par de días esa izquierda publicó un documento llamado «Construyamos la paz en el proceso democrático», donde la verdad venía y revenía como la marea de un váter atascado. Hasta el punto, en un momento dado, en que el patriota redactor hubo de emplearse a fondo: «Tal y como señala un proverbio zulú, toda la verdad es amarga pero necesaria.» Es irse muy lejos. Investigué si algo había tenido que ver Kofi Annan; pero el mediador es ghanés, de la etnia fante. Es irse muy lejos, teniendo a Quevedo, el antisemita y el amargo, a un tiro de piedra vasca. Pero en cualquier caso coincido con el pueblo zulú e incluso con el abertzale: la verdad es necesaria. Ahora bien: me temo que el patriota redactor está hablando de otra cosa: él quiere armar una Comisión de la Verdad sobre lo sucedido en el último medio siglo vasco que sea «la suma de diversas e incluso (sic) de diferentes verdades.»
El nacionalismo vasco, en cualquiera de sus formas, aspirará a que las verdades estén representadas en esa comisión «ad hoc» del mismo modo que las opiniones están representadas en cualquier parlamento. Nosotros, a la verdad, le llamamos aquí mayoría, qué te crees. Sin embargo, las verdades nunca suman. Solo encajan. Jamás mezclan con la aritmética. Dado su gusto antropológico el patriota redactor podría haber recordado que en la Edad Media el 95 por ciento de las personas creía en la brujería; y que, en consecuencia, solo el 5 por ciento estaba en la verdad. La aritmética, por el contrario, mezcla bien con las opiniones; y es por eso que ningún impedimento lógico podria frustrar la creación de una bonita Comisión de las Opiniones Zulúes.
Pero de la verdad mejor que vayamos olvidándonos. Las comisiones de la verdad las organizan las víctimas, después de que sus ideas hayan vencido tras un largo camino de sufrimiento. Y este no es, en absoluto, el caso. En el País Vasco las ideas de los agresores son las que gobiernan y, sobre todo, las que van a gobernar. El pueblo vasco votará, ya ha votado de hecho en la provincia de Guipúzcoa, para que la verdad no se conozca. Al pobre pueblo podría dolerle que no siguieran plenamente operativas las inmorales falacias, y la principal: la de que el terrorismo fue la agresión de una minoría violenta contra el conjunto del pueblo vasco. (¡Minoría! ¡Ahí está la minoría encaramada!)
Y como se sabe y se entiende la primera obligación de un patriota y un demócrata es cumplir escrupulosamente el mandato de su pueblo.
(El Mundo, 28 de febrero de 2012)
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