El Gobierno estudia subirnos de nuevo los impuestos, no le quepa a usted la menor duda. Salgado dice que sólo se trata de un “ajuste para favorecer la equidad”. No importa cómo lo vistan, le quieren exprimir. Blanco avanzaba el domingo una nueva vuelta de tuerca fiscal porque, según él, los impuestos que pagamos los españoles “son muy bajos”. Su argumento es que no podemos tener servicios públicos e inversiones en infraestructuras “de primera” si pagamos impuestos bajos. Esa misma cantinela la han repetido Salgado y otros miembros del gobierno machaconamente cada vez que han intentado vaciarnos la cartera. Pero claro, lo hacen por nosotros.
La diferencia fundamental entre un asaltador de caminos y un gobernante es que el primero te roba y te deja en paz mientras que el segundo te roba y encima te da la lata para convencerte de que lo hace por tu bien. Al menos eso es lo que decía Lysander Spooner, uno de los más ingeniosos pensadores políticos norteamericanos del siglo XIX.
Supongamos por un momento que fuera cierto que los impuestos que pagamos los españoles fueran relativamente bajos. ¿Por qué deberíamos de asemejarnos más a los infiernos fiscales que a los paraísos fiscales? ¿Alguien ha visto alguna vez que en los paraísos fiscales haya malos servicios públicos? Los líderes políticos europeos se reunieron en el año 2000 en Lisboa y declararon que en 2010 Europa sería la zona más próspera y competitiva del mundo.
En la estrategia para lograr tan espectacular meta olvidaron programar una reducción de los impuestos que asfixian a los europeos. Es más, consideraron que lo que había que hacer era armonizarlos (eufemismo para decir que habría que igualarlos al nivel de los infiernos fiscales más ardientes de la zona euro). Llegada la fecha en la que los 27 deberían estar saboreando las mieles del triunfo, Europa es una de las zonas menos competitiva y más aletargada del mundo; y los elevados impuestos no son ajenos a la causa de este eurofiasco. Pero, además, resulta que la idea de que nuestros impuestos son bajos en comparación con los de otros países es una monumental falacia. Para colárnosla el gobierno nos cuenta que la presión fiscal en España está por debajo de la media europea. Y es cierto. La presión fiscal, resultado de dividir los ingresos fiscales entre el Producto Interior Bruto, está ligeramente por encima del 33% del PIB, seis puntos por debajo de la media de la Unión Europea, según Eurostat. Sin embargo, esto se debe a que la actividad económica se ha hundido y no a que los impuestos hayan bajado o sean bajos. En el momento álgido de la burbuja crediticia la presión fiscal llegó a estar en el 37,2%.
La bajada se debe a que los beneficios empresariales se han desmoronado, disminuyendo los impuestos cobrados en concepto de Impuesto de Sociedades, y a que el número de rentas que tributan también se ha desplomado debido al monumental desempleo que sufrimos por la rigidez de nuestro mercado laboral.
Una vez más el Gobierno actúa como si estos problemas los hubiera traído un meteorito y nada tuviera que ver con su nefasta gestión de la crisis, negándose a desregular, endeudándonos y tirando el dinero bueno detrás del malo con la fútil esperanza de que tal despilfarro fuera a generar riqueza. En otras palabras, no es que los impuestos sean bajos (¡son altísimos!) sino que la recaudación ha bajado mucho porque las regulaciones absurdas han impedido la reestructuración empresarial y mantienen el desempleo en el 20%. Si tuviéramos unos índices de actividad y empleo como tiene Alemania, la presión fiscal española estaría por encima de la media europea.
Sin embargo, la presión fiscal no dice realmente si los impuestos son altos o bajos en relación a otros países porque no dice cuánto ganan otros ciudadanos europeos y cuánto ganamos aquí en España. ¿El 33% de cuánto? No es lo mismo el esfuerzo que hace una mileurista al que le quitan el un 33% que un famoso futbolista que paga ese mismo porcentaje. Además, si las personas que tienen empleo en un país son pocas en comparación con el otro, la carga que estarán soportando los contribuyentes reales será mayor. Por todos estos motivos los economistas hablan de carga o de esfuerzo fiscal cuando quieren establecer el sacrificio que suponen los impuestos de un país frente a los de otro a la hora de cumplir con esa presión a la que les somete el fisco.
Así, si lo que miramos es la carga fiscal, medida como la presión fiscal que soporta una renta media, vemos que los españoles llevamos a cuestas la tercera losa fiscal más pesada de la Unión Europea. Lo mismo sucede cuando medimos el esfuerzo fiscal entendido como la presión fiscal sobre el salario que soporta un asalariado medio. Italia y Portugal son los únicos países cuyos gobiernos exigen sacrificios mayores a sus ciudadanos.
Esta es la triste realidad que sufre el contribuyente español, el de carne y hueso, que para colmo tiene que soportar cómo los miembros del Gobierno insultan su inteligencia diciéndole que paga pocos impuestos y que intentarán subírselos aún más para que el Estado le pueda ofrecer unos servicios que el ciudadano posiblemente no haya pedido y prefiera contratarlos voluntariamente por su cuenta.
Subir los impuestos, como pretende el Gobierno, nos enterraría definitivamente en el fango de esta crisis porque dejaría a las familias, con menos poder adquisitivo y sin capacidad de ahorrar, desprovistos del poco margen de maniobra que les queda. Si nuestros gobernantes consideran que los ingresos fiscales son pocos para los gastos que realizan, que revisen la verdadera necesidad de esos gastos, que los recorten más, y que elimine las trabas a la reactivación del mercado laboral y de la economía en general; pero que no nos cuenten que han visto burros volando.
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