La Casa Blanca por fin va a poder cumplir una promesa: la de sacar las tropas de combate de Irak antes de septiembre de este año. Y lo celebran animosamente porque así transmiten la idea, criticada por relevantes mandos militares, incluido el general Petraeus, de que la promesa de salir de Afganistán en junio del año que viene, también la pueden cumplir.
¿Se imaginan ustedes a Churchill afirmando que las tropas aliadas cesarían en sus combates en, digamos, la primavera de 1944? De haberlo hecho, todavía andaríamos por el Tercer Reich y no quedaría ni un solo judío sin sacrificar.
Obama debería saber que aunque la guerra sea la continuación de la política por otros medios, que dijo Clausewitz, ambas se rigen por leyes distintas. Es bueno poner límites al uso del poder. De ahí que un presidente en América sólo pueda serlo durante dos mandatos. Y una pena que en España el ejemplo de Aznar no haya cundido.
Pero la guerra es un fenómeno muy complejo en el que fijar plazos suele ser contraproducente. Lo que uno busca es un resultado final, no una fecha para el fin de las hostilidades. Bush se resistió a fijar la salida de Irak y eso afectó positivamente la situación sobre el terreno. Por el contrario, lo primero que hizo Barack Hussein Obama fue fijar un límite aún antes de contar con una estrategia para Afganistán. Porque buscaba una salida, no la victoria.
Y a pesar de contar ya con un magnífico general, Petraeus, y una estrategia que quiere acercarse a lo hecho en Irak, Obama sólo sueña con salir pitando de aquel país. Petraeus ha dicho que necesita más tiempo y su ministro, Robert Gates, le ha tenido que recordar la fecha de su presidente: junio de 2011.
Si yo fuera un talibán, me echaría a dormir hasta entonces. Total, se van a ir.
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