Barack Obama se prepara para su gran reválida. El presidente de Estados Unidos, cuyos índices de aceptación continúan a la baja, necesita que su partido gane las elecciones legislativas de noviembre. Los comicios, en mitad del mandato de Obama, renuevan al Congreso y la mayoría de los demócratas, vital para la agenda de la Casa Blanca, peligra.
En este contexto, el presidente ha encontrado una pieza que quiere presentar al electorado como su logro más reciente: la recuperación de General Motors (GM) y su salida a bolsa (prevista para octubre, un mes antes de las elecciones).
La operación, un año después de que el primer fabricante de coches del país sufriera la mayor crisis de su historia, se presentará como un caso de manual. El Gobierno rescató a la compañía, con 50.000 millones de dólares (38.948 millones de euros), para salvar la columna vertebral de la industria del país. Conseguido este objetivo, GM, participada por la Administración en un 61%, volverá al sector privado, con su estreno en los mercados de capitales. El proceso coincide con la recuperación de la industria del motor, asentada en Detroit, que este año ha creado 55.000 empleos.
Los deseos de Obama concuerdan con los de la compañía. GM quiere olvidar cuanto antes el estigma y el corsé que supone pertenecer al sector público y volver a estar en manos privadas. La salida a bolsa, que se encamina a ser la segunda de mayor de la historia de EEUU (por detrás de la de Visa), también permitirá a la empresa lograr fondos para su plan de negocio. GM, la segunda empresa del mundo del sector tras Toyota, pretende ampliar su actividad internacional (hoy obtiene el 72% de sus ventas de fuera de EEUU) y crecer en China y Brasil. La compañía, además, busca reducir su capacidad de producción en Europa, sanear su balance y rebajar costes.
La salida a bolsa, sin embargo, no está exenta de riesgos (GM enumera 31 en el folleto), ni de incógnitas. La empresa, que atravesará un momento clave en septiembre con el cambio de presidente, aún no ha definido cuántos fondos ingresará, pese a que los analistas estiman que serán 16.000 millones. La configuración accionarial de GM se desconoce, ya que el Gobierno ha evitado concretar qué porcentaje de su participación venderá. El Ejecutivo, que decidirá cuántas acciones vende en función de la evolución de las bolsas, sólo confirma que seguirá como accionista y GM admite que tendrá poder sobre la gestión.
Para que la Casa Blanca recupere la inversión realizada, la compañía tendrá que tener una capitalización de en torno a 70.000 millones, algo poco previsible a corto plazo. Los nuevos gestores deberán convencer a los inversores del atractivo de la operación, pese a que la empresa no pagará dividendo. El proceso puede ser difícil, sobre todo después de que los accionistas que tenía GM antes del rescate perdieran todo su dinero con la exclusión de bolsa y la entrada de la Administración y los sindicatos en el capital.
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