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A sangre y fuego. Manuel Chaves Nogales. 2010


Sobresaliente libro de Manuel Chaves Nogales. Lo incluyo entre mis libros favoritos.

En Las letras y las Armas, Andrés Trapiello destaca al autor y su obra, incluido este libro. También Arcadi Espada lo recomendó. Por lo tanto tenía que leerlo, y después de haberlo hecho aún aprecio más el de Clara Campoamor, La Revolución española vista por una republicana.

Los nueve relatos se leen con gran facilidad. El autor es un maestro de la escritura y logra meterte en la distintas historias. La claridad expositiva de la obra es de lo mejor. No hay concesiones a la galería.

Empieza la obra con el mítico prólogo donde Chaves se posiciona y explica como se desarrollaron los acontecimientos en esos años anteriores y de inicio de la Guerra Civil Española. También sobre el porqué de la escritura del libro. Destaco:
En realidad, y prescindiendo de toda prosopopeya, mi única y humilde verdad, la cosa mínima que yo pretendía sacar adelante, merced a mi artesanía y a través de la anéc­dota de mis relatos vividos o imaginados, mi única y hu­milde verdad era un odio insuperable a la estupidez y a la crueldad; es decir, una aversión natural al único pecado que para mí existe, el pecado contra la inteligencia, el pecado contra el Espíritu Santo. (P. 26)
Vi entonces convertirse en comunistas fervorosos a muchos reaccionarios y en anarquistas terribles a muchos burgueses acomodados. La guerra y el miedo lo justificaban todo.
Hombro a hombro con los revolucionarios, yo, que no lo era, luché contra el fascismo con el arma de mi oficio. No me acusa la conciencia de ninguna apostasía. Cuando no estuve conforme con ellos, me dejaron ir en paz.
 
Me fui cuando tuve la íntima convicción de que todo estaba perdido y ya no había nada que salvar, cuando el terror no me dejaba vivir y la sangre me ahogaba. ¡Cuidado! En mi deserción pesaba tanto la sangre derramada por las cuadrillas de asesinos que ejercían el terror rojo en Madrid como la que vertían los aviones de Franco, asesinando mujeres y niños inocentes. Y tanto o más miedo tenía a la barbarie de los moros, los bandidos del Tercio y los asesinos de la Falange, que a la de los analfabetos anarquistas o comunistas. 
Los "espíritus fuertes" dirán seguramente que esta repugnancia por la humana carnicería es un sentimentalismo anacrónico. Es posible. Pero, sin grandes aspavientos, sin dar a la vida humana más valor del que puede y debe tener en nuestro tiempo, ni a la acción de matar más trascendencia de la que la moral al uso pueda darle, yo he querido permitirme el lujo de no tener ninguna solidaridad con los asesinos. Para un español quizá sea éste un lujo excesivo. (P.28)
Sea el que fuere, para imponerse, para subsistir, tendrá, como primera providencia, que renegar del ideal que hoy lo tiene clavado en un parapeto, con el fusil echado a la cara, dispuesto a morir y a matar. Sea quien fuere, será un traidor a la causa que hoy defiende. Viniendo de un campo o de otro, de uno u otro lado de la trinchera, llegará más tarde o más temprano a la única fórmula concebible de subsistencia, la de organizar un Estado en el que sea posible la humana convivencia entre los ciudadanos de diversas ideas y la normal relación con los demás Estados, que es precisamente a lo que se niegan hoy unánimemente con estupidez y crueldad ilimitadas los que están combatiendo. (P. 30)
Ya en los relatos me encuentro algunos párrafos que me llaman la atención y que paso a destacar:
La batalla tomó en aquel punto ese ritmo de vértigo que hace imposible al combatiente advertir nada de lo que ocurre a su alrededor. Las batallas no se ven. Se describen luego gracias a la imaginación y deduciéndolas de su resultado. Se lucha ciegamente, obedeciendo a un impulso biológico que lleva a los hombres a matar ya un delirio de la mente que les arrastra a morir. En plena batalla, no hay cobardes ni va­lientes. Vencen, una vez esquivado el azar, los que saben sacar mejor provecho de su energía vital, los que están me­jor armados para la lucha, los que han hecho de la guerra un ejercicio cotidiano y un medio de vida. (P. 82) 
Los verdaderos militares, los que lo eran de corazón y sa­bían a conciencia su oficio, estaban todos al lado de Franco. El improvisado ejército del pueblo no tenía ni jefes ni oficia­les. Los pocos que por azar se quedaron al lado del gobierno de la República fueron desertando o sucumbieron en el em­peño insensato de convertir en soldados a unos hombres que precisamente se alzaban en armas contra todo lo que fuese espíritu militar. Muchos de aquellos infortunados se hicieron matar por sus propias huestes aterrorizadas, a las que pistola en mano intentaban meter en fuego. La reacción de los mili­cianos cuando se sentían derrotados era fatal para ellos, «¡Hemos sido vendidos! -gritaban invariablemente-o ¡Fu­silemos a los jefes!». Después, tiraban los fusiles y se volvían a Madrid a poblar los cafés y las cervecerías. (P. 151) 
'El primer día que estuvo en el frente asistió impotente a la desbandada habitual de los milicianos. Nada les conte­nía. Cuando avanzaban los tanques o cuando volaban sobre ellos los aviones ametrallándoles a mansalva no había nada eficaz para dominar su pavor y contenerles, ni las arengas vibrantes, ni las patéticas imploraciones, ni las amenazas; nada. El aparato bélico del ejército rebelde les impresio­naba terroríficamente, y a las dos horas de fuego los hom­bres más entusiastas, los obreros más conscientes y los más recios campesinos tiraban las armas y huían. Era inútil. Aquellas masas eran incapaces de hacer la guerra en campo, abierto. No sabían. (P. 160) 
Libro que recomiendo a todos los que se quieran hacerse una idea de lo atroz de una guerra civil, en este caso la española, y del comportamiento que pueden adoptar las personas ante situaciones límite.

Autor: Manuel Chaves Nogales
Título: A sangre y fuego. Héroes, bestias y mártires de España
272 páginas

El maestro Chaves no estuvo allí

Por Arcadi Espada.




Querido J:
Un inédito de Chaves Nogales, La defensa de Madrid, y en una preciosa edición del gran Abelardo Linares en Renacimiento. ¡Cómo no iba yo a hacer un inmediato plongeon sobre ese libro! A estas horas también tú lo habrás leído: las crónicas de la batalla de Madrid de Chaves que María Isabel Cintasha logrado finalmente encuadernar, después de la titánica búsqueda de los ejemplares que se publicaron en la revista Sucesos para todos, de Méjico, entre el 5 de agosto y el 22 de noviembre de 1938 (sólo le falta el del 4 de octubre de 1938: ¡ayuden a dar con él!). Chaves honrando al general Miaja. Y definiendo simétricamente (como nadie se atrevió ni aún hoy se atrevería) a los míticos combatientes:
«La verdad es ésta. Los heroicos y gloriosos ejércitos que luchaban en la Ciudad Universitaria estaban formados con la escoria del mundo. Basta fijar los ojos en la lista de las fuerzas que los componían. Frente a la Brigada Internacional de los rojos, la Novena Bandera del Tercio Extranjero de los blancos, una y otra, receptáculo de todos los criminales, aventureros y desesperados de Europa».
Chaves Nogales en la batalla de Madrid. Mmmm… El libro comienza, exactamente, a las tres de la tarde del 6 de noviembre de 1936, el día en que el Gobierno de la República abandonó Madrid, camino de Valencia, y dejó al general Miaja a cargo de la defensa de la ciudad. Hay algo escrito de Chaves sobre ese día. El mítico prólogo de A Sangre y Fuego: «Cuando el Gobierno de la República abandonó su puesto y se marchó a Valencia, abandoné yo el mío. Ni una hora antes ni una hora después». Hasta la hora puede casi precisarse. No he leído Cuando estallaron los volcanesel libro del periodista Jesús Izcaray. Pero hace tiempo nuestro común amigo Pericay me hizo llegar un fragmento de la tesis que está escribiendo sobre el periodista Paulino Masip, donde cita este párrafo del libro de Izcaray: «Salisteis para Valencia mediada la mañana del día 6. Ibais en el coche, como estaba previsto, Chaves Nogales, Benavides, Paulino Masip, Cimorra y tú. […] Fue un viaje triste. Dejabais Madrid atrás con la convicción de que, dentro de unas horas, las tropas fascistas irrumpirían en la ciudad por las carreteras y los puentes del sur. […] Llegásteis a Valencia al anochecer».
Todo indica que el maestro Chaves no estaba allí. Y sin embargo parece estarlo según el comienzo de la segunda crónica de La defensa…:
«Son las tres de la tarde. Largo Caballero, jefe del Gobierno y ministro de la Guerra, llama a su despacho al general Miaja y le pregunta:
- ¿Qué ocurriría si el Gobierno abandonase Madrid?
El general Miaja frunce el ceño y contesta:
- El Gobierno debió marcharse antes, cuando todavía era oportuno. Sigo creyendo que no debe permanecer en Madrid, pero no sé cuáles serán ahora las consecuencias de un traslado que tiene todos los caracteres de una huida».
Mmmm… Son las tres de la tarde del 6 de noviembre y se diría, leyendo eso, que Chaves está en el despacho de Largo Caballero. La entrevista termina y Largo y Miaja se separan fríamente. Entonces sucede algo prodigioso. ¡Los prodigios de la literatura! Chaves Nogales se va a Valencia y el narrador de La defensa de Madrid prefiere quedarse en Madrid con el general Miaja y escribir un libro dictado por la omnisciencia retórica. Estas crónicas, muy desiguales literariamente, y donde lo verdaderamente grande es el punto moral que las anima, adolecen a menudo del uso de esa retórica. Sin embargo no podré resistirme a utilizar el defecto omnisciente como metáfora.
Entre otras cosas por la editora Cintas. Es notable, y enternecedora, su obstinación en hacer permanecer a Chaves en Madrid, contra toda evidencia, e incluyendo la posibilidad de que viajara a Valencia el 6 de noviembre, pero después volviera. Pero lo cierto es que no hay ningún dato solvente que justifique esa tesis. Chaves escribió este libro de oídas e introduciendo, probablemente, escenas anteriores a los hechos que narra, de las que sí pudo tener constancia directa entre julio y noviembre de 1936, mientras permaneció en Madrid. De oídas, pero pegando la oreja a una palabra técnicamente muy cualificada: la de su hermano Juan Arcadio que, según cree la editora Cintas, llegó a coronel del Ejército republicano y estuvo cerca de Miaja en la defensade aquel Madrid. La editora Cintas sugiere la posibilidad de la colaboración de Juan Arcadio. Y a mí, que le he cogido cariño onomástico a este hombre, me parece probable que él fuera también el principal abastecedor fáctico de los relatos cortos que componen el célebre A Sangre y Fuego.
Te decía que en el uso del defecto omnisciente por parte de Chaves y en la obstinación de Cintas en instalar al héroe de su vida en Madrid yo veía una tentadora metáfora. Todos habríamos querido que el maestro Chaves se hubiese quedado, empezando por él mismo. No es descabellado imaginar las incertidumbres morales que le acosaron al decidir abandonar la ciudad. No sólo como republicano, sino también como periodista, aquella ciudad parecía ser su lugar y aquel su gran momento. Todos habríamos querido leer la defensa de Madrid, escrita por Chaves y no de oídas. Por el periodismo. Pero también porque entonces sabríamos que el bando republicano había sido merecedor de la decisión de Chaves. Por desgracia sabemos que no es así. Aquella inagotable demolición del prólogo de A Sangre y Fuego:
«Me fui cuando tuve la íntima convicción de que todo estaba perdido y ya no había nada que salvar. En mi deserción pesaba tanto la sangre derramada por las cuadrillas de asesinos que ejercían el terror rojo en Madrid, como las que vertían los aviones de Franco, asesinando mujeres y niños inocentes. Yo he querido permitirme el lujo de no tener ninguna solidaridad con los asesinos. Para un español quizá sea un lujo excesivo. La verdad es que entre ser una especie de abisinio desteñido que es a lo que le condena a uno el general Franco o un kirguís de Occidente, como quisieran las gentes del bolchevismo, es preferible meterse las manos en los bolsillos y echar a andar por el mundo».
Lo verás bien, querido amigo. El maestro no podía estar allí.
Sigue con salud
A.

La agonía de Francia. Manuel Chaves Nogales. 1941 (2010)

Sobresaliente libro de Manuel Chaves Nogales. Lo incluyo entre mis libros.

El autor expone las razones de la derrota de Francia a manos de los nazis en los inicios de la Segunda Guerra Mundial. Culpa tanto al pueblo como a los dirigentes, y nos pone en perspectiva histórica el acontecimiento.

La lectura es ágil y no hay ningún tema ni sector de la población que no se toquen en este libro, no muy extenso pero con muchas buenas reflexiones.

Chaves escribe sobre: lo difícil que es parar la actividad de las ciudades, incluso en el transcurso de guerras y revoluciones, no así la destrucción del Estado; el derrumbe del mito de la revolución bolchevique; la demolición de Francia a cargo de los nacionalistas; Francia como tierra de asilo de millones de inmigrantes, que huían del totalitarismo imperante en gran parte de Europa, pero que renegó de sí misma, Francia, y trató como "adversarios y delincuentes" a estos inmigrantes; la entrega, aceptada por el mariscal Pétain, de "los refugiados alemanes antihitlerianos"; la guerra civil latente de los años finales de la década de los 1930, solo evitada por la eficacia de la gendarmería; la táctica de los Frentes Populares, que llevaron a la reacción de profascista, que provocó el alzamiento en España y la orientación de la política exterior francesa "hacia la alianza con Italia y la contemporización con Alemania"; el enfrentamiento entre comunistas y profascistas que dificultaba las posturas liberales; la superioridad del "gobernante francés y en general del político" sobre la masa que representaba; la incapacidad del ejército francés de utilizar "la masa de humanidad que se les confiaba"; el fallo del ejército, el militarismo y el prejuicio antiliberal de los jefes del pueblo, no de la democracia ni del liberalismo; las malas y viejas estrategias del Estado Mayor; el "aire excesivamente protector" de la retaguardia con los cultos y civilizados soldados; la destrucción de Francia y el espíritu francés, debido a la "falta de impulso generoso del liberalismo" y la caída en la "abyección gregaria" de la masa francesa; la menor valía de la Francia real que su representación política; la ascensión al poder del peor material humano en los regímenes totalitarios (como explicaría Hayek); la diferencia ante la actitud rebelde de las masas de los regímenes totalitarios y de la democracia francesa (conociendo lo que pasa en Siria actualmente se entiende mejor esto); el diálogo, la asamblea deliberante y la libre concurrencia como mejores fórmulas para la convivencia humana"; "la falsa solicitud, la simulación del entusiasmo" en las gentes que "no están dispuestas a sacrificarse ni a sufrir la menor incomodidad"; "que en la lucha que se emprendía no habría más que el incómodo heroísmo del trabajo oscuro, continuado, tenaz"; "el error de los reaccionarios franceses, (...) en considerar aquella dócil sumisión del proletariado a las necesidades nacionales de la defensa como una victoria de clase"; la cumpla de empresas y del gobierno, y no de los trabajadores, en la falta de producción y eficacia; el triunfo de los nazis y de Hitler antes de la ocupación física de Francia; la disposición del pueblo y el imperio inglés "a la lucha a vida o muerte hasta la victoria definitiva", para "espanto" de la clase conservadora francesa; "la campaña desmoralizadora hecha por alemania sobre el ejército francés", siempre buscando la enemistad de estos con los ingleses; la falta de presencia de las mujeres francesas en el ejército; el error de Francia en llevar a la clandestinidad a grandes núcleos de comunistas, "donde saben actuar con mayor eficacia"; la supresión de la orden del general Gamelin "de que todo hombre tiene que hacerse matar en su puesto" tras la rotura de la línea Maginot y el avance alemán; la traición a los antifascistas extranjeros y la confraternización con italianos y alemanes, los temibles efectos psicológicos de los ataques aéreos más que sus daños físicos; las ciudades como campos de batalla; la entrega sin lucha de París por miedo a la destrucción de la misma; "la formidable capacidad de olvido y despreocupaciones" de la muchedumbre tras el "sufrimiento y la desesperación más espantosos"; y muchos otros temas.

El vía crucis de los moderados. Eduardo Goligorsky

El 23 de julio de 1986 El País publicó, con motivo del primer centenario de Salvador de Madariaga, un artículo sobre su pensamiento político, firmado por el profesor Francisco J. Bobillo, en el que se leía:

Sin militar en ningún partido, formó parte de esas imprecisas filas de lo que ha dado en llamarse la tercera España. Grupo heterogéneo, disperso e invertebrado, compuesto por intelectuales que se sintieron decepcionados por la evolución de la República (después de una alborozada colaboración inicial), no se avinieron con el Frente Popular y se opusieron, por lo común, al levantamiento militar.

Discrepantes, en general, de las izquierdas, muy críticos con los estallidos populares durante la República –huelgas, manifestaciones, ocupaciones de tierras, levantamiento de octubre de 1934, anticlericalismo y violencia callejera–, defensores de una difícil armonía social en una España dividida, no podían identificarse con las propuestas de Largo Caballero, ni tranquilizarse con la creciente influencia comunista a lo largo de la guerra.


Allí escribió [Manuel Chaves Nogales], entre enero y mayo de 1937, un libro de relatos breves, A sangre y fuego, en cuyo prólogo nos proporciona un autorretrato enriquecido por la ironía:

Yo era eso que los sociólogos llaman un "pequeño burgués liberal", ciudadano de una república democrática y parlamentaria (...) Ganaba mi pan y mi libertad con una relativa holgura confeccionando periódicos y escribiendo artículos, reportajes, biografías, cuentos y novelas, con los que me hacía la ilusión de avivar el espíritu de mis compatriotas y suscitar en ellos el interés por los grandes temas de nuestro tiempo. Cuando iba a Moscú y contaba al regreso que los obreros rusos viven mal y soportan una dictadura que se hacen la ilusión de ejercer, mi patrón me felicitaba y me daba cariñosas palmaditas en la espalda. Cuando al regreso de Roma aseguraba que el fascismo no ha aumentado en un gramo la ración de pan del italiano, ni ha sabido acrecentar el acervo de sus valores morales, mi patrón no se mostraba tan satisfecho de mí ni creía que yo fuese realmente un buen periodista; pero en fin de cuentas, a costa de buenas y malas caras, de elogios y censuras, yo iba sacando adelante mi verdad de intelectual liberal, ciudadano de una república democrática y parlamentaria.

Chaves lo explica sin ambigüedades:

La verdad, entre ser una especie de abisinio desteñido, que es a lo que le condena a uno el general Franco, o un kirguiz de Occidente, como quisieran los agentes del bolchevismo, es preferible meterse las manos en los bolsillos y echar a andar por el mundo, por la parte habitable del mundo que nos queda (...) El resultado final de esta lucha no me preocupa demasiado. No me interesa gran cosa saber que el futuro dictador de España va a salir de un lado u otro de las trincheras (...) Y, aunque sienta como una afrenta el hecho de ser español, me esfuerzo en mantener una ciudadanía española puramente espiritual, de la que ni blancos ni rojos puedan desposeerme.

Más adelante, Chaves formula un vaticinio tan tétrico como realista:

El hombre que encarnará la España superviviente surgirá merced a esa terrible e ininteligente selección de la guerra que hace sucumbir a los mejores. ¿De derecha? ¿De izquierda? ¿Rojo? ¿Blanco? Es indiferente. Sea el que fuere, para imponerse, para subsistir, tendrá, como primera providencia, que renegar del ideal que hoy lo tiene clavado en un parapeto, con el fusil echado a la cara, dispuesto a morir y a matar. Sea quien fuere, será un traidor a la causa que hoy defiende.

Por su parte, Francesc de Carreras cita otros fragmentos de aquel prólogo que reflejan con claridad meridiana la hostilidad de Chaves contra toda forma de totalitarismo y su conciencia de las debilidades del género humano:

Con el debido respeto, todo revolucionario me ha parecido siempre algo tan pernicioso como cualquier reaccionario (...) Mi única y humilde verdad era un odio insuperable a la estupidez y la crueldad (...) Pero la estupidez y la crueldad se enseñoreaban de España (...) Idiotas y asesinos se han producido y actuado con idéntica profusión e intensidad en los dos bandos (...) Un hombre como yo, por insignificante que fuese, había contraído méritos suficientes para haber sido fusilado por los unos y por los otros.


Trapiello recuerda que el vía crucis del moderado Chaves Nogales guarda un patético paralelismo con el de Clara Campoamor, quien escribió:

Dejé Madrid a principios de septiembre [de 1936]. La anarquía que reinaba en la capital ante la impotencia del gobierno y la absoluta falta de seguridad personal, incluso para los liberales –o quizá sobre todo para ellos–, me impusieron esa prudente medida. Si la gran simpatía que una siente siempre por quienes se defienden puede ir hasta explicar los errores populares, se niega en llegar hasta el sacrificio oscuro e inútil de la propia vida. Se sabe también que los autores de los excesos, o los que han tolerado que se cometan, siempre encuentran excusas, aunque sólo consistan en pretender que hay que juzgar las revoluciones en su conjunto y no en sus detalles, por elocuentes que sean. ¡Yo no quería ser uno de esos detalles sacrificados inútilmente!

Clara Campoamor, nacida en 1888, no era una recién llegada a la causa republicana. Según el estudioso Luis Español Bouché:

No era la señorita Campoamor una chica bien con tiempo y recursos para cultivarse, una sufragista de salón, sino unacurrante, que no habiendo podido concluir sus estudios de Bachillerato tuvo que ponerse a trabajar a los trece años para vivir: de modistilla primero, de dependienta de un comercio, de auxiliar de telégrafos, de profesora de adultos, de secretaria de un periódico, de traductora.

En 1924 se recibió de abogada, en 1926 era una figura sobresaliente del feminismo, en 1929 se afilió a Acción Republicana y en 1931 al Partido Radical de Alejandro Lerroux y a la masonería. Ese mismo año conquistó su escaño de diputada por Madrid (las mujeres no podían votar pero sí ser candidatas) e ingresó en la Comisión Constitucional, donde inició una denodada campaña a favor del voto femenino. Tropezó entonces con la oposición de las socialistas Victoria Kent y Margarita Nelken, y también con la de Lerroux: todos ellos pensaban que las mujeres, influidas por la Iglesia, votarían a la derecha. Finalmente Clara Campoamor logró que su proyecto se convirtiera en realidad, pero en las elecciones de 1933 perdió su escaño.


La revolución española vista por una republicana, de Clara Campoamor (Espuela de Plata, 2009), retraducido al español y anotado por Luis Español Bouché a partir de la edición traducida al francés que se publicó en 1937. En él, la exiliada se desahoga sin pelos en la lengua:

¿Fascismo contra democracia? No, la cuestión no es tan sencilla. Ni el fascismo puro ni la democracia pura alientan a los dos adversarios. La confusión que reina en todos aquellos países que se muestran interesados o angustiados por nuestro espantoso drama nacional, confusión que amenaza sumirlos a todos en el error, se origina en este impreciso esquema de los móviles de la lucha (pág. 76).

Esta doctrina ingenua [el anarquismo] –aunque enemiga de toda dictadura– ha hallado amplio eco entre las masas. Ha apiñado a su alrededor a todos los iluminados que la propagan, a todos los ignorantes y los simplones que la aceptan, a todos los malhechores y delincuentes que se aprovechan de ella. Para comprender el hecho de que llegue a convertirse en una seria amenaza hay que considerarla a través de tres elementos: misticismo nihilista, individualismo exaltado y bandolerismo (pág. 140).

Los responsables republicanos han puesto todos sus triunfos al servicio de los intereses específicos del partido socialista, un partido socialista que, además, ha abandonado su clásico carácter evolucionista para convertirse en revolucionario (págs. 143-144).

La difícil situación de los gubernamentales ha desenmascarado el interés que los soviéticos ponen en el triunfo de los comunistas en España. No sólo el envío de armas y de municiones se ha hecho a la luz del día sino que los rusos toman una parte activa, incluso dirigente, en la ofensiva del ejército gubernamental. Los representantes de los soviéticos se encuentran actualmente mezclados en todas las actividades de los partidos obreros en Madrid, y, con su presencia, tratan de comunicar a las milicias gubernamentales entusiasmo y valor. Pero su presencia ha llevado a todos los republicanos a dejar el país cuando les ha sido posible, aun a costa de jugarse la vida. Todos aquellos que no quieren ver a España convertida en sucursal de los soviéticos se separan del gobierno (pág. 145).



Aly Herscovitz. Cenizas en la vida europea de Josep Pla (III)

Capítulo 041. Una lápida para Aly Herscovitz.

En marzo de 1942 se creó en el campo Auschwitz I la primera sección especial para mujeres. Estaba separada del resto del campo por un muro de unos dos metros de altura. En agosto del mismo año las mujeres fueron trasladadas al campo Auschwitz II (Birkenau), a unos tres kilómetros del campo base. Además existía un complejo llamado Auschwitz III y más de cuarenta subcampos en los alrededores que funcionaban como plantas industriales.

Auschwitz II se empezó a construir en octubre de 1941 y fue pensado como un centro de exterminio dentro de los planes de la llamada «solución final». Allí se empezó a experimentar con el gas Zyklon B. Dos granjas se habilitaron como cámaras de gas. La primera cámara comenzó a funcionar en enero de 1942. Posteriormente, y tras el desmantelamiento de la primera, se habilitó una segunda cámara que funcionó desde junio de 1942 hasta otoño de 1944. En 1943 se construyeron cuatro crematorios que disponían de una zona donde se desnudaban los prisioneros, una gran cámara de gas con duchas disfrazadas y los hornos crematorios. Según los cálculos de las autoridades del campo, morían más de mil cuatrocientas personas al día en esa cámara.

Sesenta y nueve mil judíos fueron deportados desde Francia. Los prisioneros eran seleccionados en el campo. Aquellos que no eran aptos para hacer trabajos forzados eran enviados directamente a las cámaras de gas. Los objetos personales de los asesinados se clasificaban y se mandaban a un edificio conocido como «Kanada» para ser enviados a Alemania.

Las mujeres de Auschwitz desfallecían antes que los hombres. Así, se convertían antes en un «muselmann» (musulmán). Los «musulmanes» eran aquellas personas que iban muriendo poco a poco de inanición, entre convulsiones. Las raciones de comida del campo eran insuficientes y los trabajos muy pesados. Había colas para recibir comida y a veces los últimos no conseguían nada. Había que procurar conseguir más por otros medios, generalmente «ascendiendo» en el orden jerárquico de los presos establecido por los dirigentes del campo.

A mediados de enero de 1945 las SS comenzaron la evacuación de Auschwitz, ante la llegada inminente de los rusos. Los prisioneros fueron obligados a caminar 55 kilómetros con rumbo oeste, o 63 con rumbo este. Aquellos que no podían seguir la marcha eran fusilados. Unas quince mil personas murieron en estas «marchas de la muerte». También hubo marchas desde los distintos subcampos.

El 27 de enero de 1945 el ejército soviético liberó Auschwitz. En él había siete mil personas, la mayoría enfermas o moribundas. Se estima que en Auschwitz murieron aproximadamente un millón cien mil personas del millón trescientas mil que fueron deportadas.

*

Capítulo 042. Leipzig, 1914.

«Más odiosa aún que esa barbarie infantil, era el antisemitismo generalizado. Viniendo de España, donde casi no había, y de Inglaterra, donde los judíos eran ministros y pares del Reino, la impresión que me llevé fue muy desagradable.»


«Esa propaganda se ejercía con una pedantería de lo más germánica, que exaltaba el antisemitismo convirtiéndolo en una teoría y una ciencia. Con ese objetivo, reclutaron igualmente un periodismo difamatorio que no perseguía otra cosa que ganar dinero, prefiguración, veinte años antes, del Stürmer del periodo hitleriano. Revistas como el Hammer, publicado por un tal Fritsch, agitadores antisemitas profesionales, preconizaban abiertamente en su programa el exterminio de los judíos. En conjunto, sin embargo, el antisemitismo permanecía latente, sin ser todavía franco y brutal; la mayor parte de la burguesía y del proletariado se mantenía relativamente intacta. Los actores judíos eran apreciados y gozaban de una gran popularidad; de hecho, los judíos estaban excluidos de los grados superiores del ejército y de ciertos medios aristocráticos que rechazaban asimismo a la burguesía rica.»

Julio Álvarez del Vayo. (Traducido de Les batailles de la liberté. Paris: François Maspéro, 1963, pp. 47-48.)

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Capítulo 043. Periódicos.

El periódico Aufbau (Reconstrucción), publicado por la comunidad de judíos alemanes de Nueva York desde 1934 y que aún hoy sigue editándose, puede consultarse digitalizado y de forma gratuita desde la página web de la Deutsche Bibliothek junto a otros periódicos de exiliados judíos y alemanes. Hay varias noticias referidas a la suerte de los judíos en Francia y especialmente a las deportaciones que sufrieron. He aquí algunas de ellas.

23 de mayo de 1941. Deportación de 5.000 judíos no franceses residentes en París. Fueron requeridos a través de unos anuncios publicados en la prensa de la ciudad y se les pidió que fueran acompañados por sus mujeres. Una vez en las dependencias policiales, los judíos fueron detenidos y se ordenó a sus mujeres que fueran a sus casas a recoger ropa y comida para subsistir durante un día. Se les pidió que regresaran en menos de una hora. Según Aufbau, el periódico Paris Midi informaba de las escenas de histeria que se produjeron durante las detenciones. Al parecer, los judíos iban a ser deportados a un campo de concentración cerca de Orleans. La deportación se enmarcaba dentro de las leyes sobre el «nuevo orden social de la nueva Francia».

8 de mayo de 1942. La venganza de Laval, titula Aufbau un reportaje sobre el campo de concentración de Drancy, llamado por el hebdomadario «el Dachau francés». Pierre Laval, pronazi, fue varias veces primer ministro del gobierno francés en los años 30 y 40. Las redadas del Velódromo de Invierno se hicieron bajo su mandato. Según el reportaje, en el campo no había camas y había que repartir diariamente 1.700 gramos de pan entre siete personas.

24 de julio de 1942. Se informa de las prohibiciones a los judíos de Francia de regentar cafés, restaurantes, bibliotecas, etc., y se denuncian las deportaciones masivas de judíos a Polonia. Se informa que las ha llevado a cabo la Gestapo y que el número de judíos deportados es de veinte mil. Aufbau recoge la información del corresponsal del diario Tdningen, de Estocolmo y ha sido confirmada por una emisora que emite desde la Alemania nazi.
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Ese mismo día el periódico Die Zeitung, editado por los exiliados alemanes en Londres, publica esta viñeta titulada «Éste es el camino» (o «Ésta es la solución»): fusilar a los dirigentes fascistas, como Laval o Hitler.




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Capítulo 045. Auschwitz, Laurence Rees.

Laurence Rees, en su libro Auschwitz: «Las primeras detenciones de judíos extranjeros por parte de la policía gala tuvieron lugar en París la noche del 16 de julio de 1942. En el apartamento familiar del distrito número 10 se encontraban Annette Muller, su hermano menor Michel, sus dos hermanos mayores y su madre. Tras oír ciertos rumores, su padre, que era de origen polaco, había ido a ocultarse en las cercanías, en tanto que los suyos habían permanecido en la vivienda, ya que les resultaba inconcebible que toda la familia pudiese estar en peligro.

Annette, que a la sazón contaba nueve años, no ha olvidado ningún detalle de lo sucedido aquella noche. «Nos despertamos al oír llamar a la puerta con violencia. Entonces entró la policía, y mi madre rogó a los agentes que no nos hiciesen marchar. El inspector le propinó un empujón y le gritó: "¡Vamos, date prisa! ¡No nos hagas perder el tiempo!". Aquello me dejó impresionada. Durante muchos años tuve pesadillas al ver de pronto a mi madre, a la que tenía en un pe­destal, [comportarse de ese modo]. No lograba entender por qué se humilló ante ellos. Su progenitora se apresuró a extender una sábana en el suelo y comenzó a llenarla de ropa y alimentos no perecederos.

Minutos después se encontraban todos bajando las escaleras en dirección a la calle. Annette recordó de pronto que había olvidado su peine, y los agentes le dejaron volver por él siempre que «regresase enseguida». Al entrar en el apartamento, descubrió que aún había en él miembros de la policía. «Todo estaba patas arriba. Yo quise llevar [también] mi muñeca conmigo (...) y ellos me la arre­bataron de los brazos y la lanzaron con violencia sobre la cama deshecha. Entonces entendí que lo que iba a ocurrirnos no era nada bueno.»

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Capítulo 048. Manuel Chaves Nogales, París, 1940.

«A Francia habían acudido en los últimos tiempos grandes masas de hombres que buscaban en ella amparo frente a la nueva barbarie que se desencadenaba en Europa a cambio de ofrendarles sus vidas, su trabajo y sus hijos. Francia tenía a orgullo el ser tierra de asilo y se vanagloriaba de que todo hombre civilizado tuviese dos patrias, la suya y Francia. La vitalidad francesa, en decadencia, se mantenía gracias a estas intenciones [sic] constantes de sangre nueva. Cerca de un millón de italianos, medio millón de españoles, cientos de miles de checos, austriacos, polacos, rumanos, rusos, alemanes y judíos de todas las nacionalidades servían sumisos y humildes a la grandeza de Francia, sólo por devoción al mito de la Democracia. La monstruosa elaboración de los Estados totalitarios y su expansión triunfal llevaba a Francia a unas masas de humanidad que representaban una selección espiritual, una élite de todos los pueblos de Europa. A quienes los Estados totalitarios eliminaban eran los mejores, los más fuertes, los más dignos, los que habían sabido resistir, los que no se habían doblegado ante la barbarie triunfante. Francia, que hubiera podido edificar contando con ellos un Estado de una fortaleza indestructible, se dejó ganar poco a poco por las sugestiones del adversario, renegó de sí misma y de cuanto había representado en el mundo, se rindió a la coacción de la propaganda enemiga y trató como adversarios y delincuentes a quienes acudían a ella en calidad de servidores fieles del ideal que Francia había simbolizado siempre.

Yo he visto y he sentido hondamente la amarga decepción de esos cientos de miles de hombres que, perdida su patria por la expansión triunfante de la barbarie totalitaria, llegaban a Francia creyendo encontrar en ella el baluarte de la democracia y la civilización y se encontraban con un nazismo vergonzante, larvado, con el cadáver maquillado de una República Democrática en cuyas entrañas podridas germinaba la gusanera del totalitarismo.

Francia se ha suicidado, pero al suicidarse ha cometido además un crimen inexpiable con esas masas humanas que habían acudido a ella porque en ella habían depositado su fe y su esperanza. Entre las cláusulas del deshonroso armisticio aceptado por el mariscal Pétain hay una que basta y sobra para deshonrar a un Estado; la cláusula en que el gobierno francés se compromete a entregar a Hitler, atados de pies y manos, a los refugiados alemanes anti-hitlerianos que habían buscado su salvación en Francia y a quienes el Estado francés había utilizado sin escrúpulo en el simulacro de lucha contra el hitlerismo. La entrega al verdugo alemán de esos hombres que habían tenido fe en Francia será una de las mayores vergüenzas de la historia.»

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Capítulo 049. Los judíos de Iasi antes de la guerra.

Marcel says...

La página web de Yad Vashem en rumano ofrece una propuesta didáctica sobre el Holocausto en Rumanía para los alumnos de liceo rumanos, víctimas constantes de la desinformación histórica nacionalista. Esta es la lección titulada «La vida de los judíos de Iasi antes de la guerra», por ser ésta la que más nos puede acercar al ambiente que vivió Hermann Herscovici antes de emigrar:

«En Iasi, localidad de la provincia rumana de Moldavia, los judíos empezaron a establecerse a finales del siglo XV. La mayoría de ellos vivían del comercio local y de diferentes oficios de artesanos. Iasi pasó a ser un centro importante de la vida judía, donde existían cerca de 90 sinagogas. Era asimismo conocida por la publicación de diarios y libros judíos, en especial gracias a la familia Saraga. Al final del siglo XIX, cerca de la mitad de la población de Iasi era judía. Este período vivió el florecimiento de las actividades culturales judías, sobre todo de aquellas organizadas en grupos sionistas. En 1878 Naftali Herz Imber (1856-1909) compuso en Iasi una poesía en lengua hebrea titulada Hatikvah, que posteriormente se convirtió en el himno nacional del Estado de Israel —la melodía tiene influencias de la música popular rumana—. También en Iasi, Avram Goldfaden (1840-1908) puso las bases del primer teatro profesional en lengua yiddish. Al lado del renacimiento cultural judío se intensificó el antisemitismo local y las acciones violentas contra los judíos, sobre todo en el marco de las universidades locales. En 1930 los judíos constituían el 30% de la población de la ciudad, sumando 35.465 personas. Lazar Rozin, un superviviente del Holocausto nacido en Iasi en 1927, dice: "Tuvimos una infancia despreocupada, en la que jugaba en el patio con mis seis hermanos. Mi padre tenía una tienda en la ciudad, y mi hermano mayor estudiaba medicina. No éramos demasiado religiosos, pero manteníamos un modo de vida tradicional. Íbamos a la escuela local de la ciudad, también los sábados". Rozin recuerda que hasta el inicio de la guerra no sintió nunca un ambiente antisemita. "Con todo, en 1940 se me prohibió ir a la escuela. Los profesores judíos de Iasi, a los que a su vez se les prohibió enseñar en las escuelas del Estado, comenzaron a trabajar en una escuela para alumnos judíos, uno de los cuales era yo."»

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Capítulo 050. Sebastian Haffner, Londres, 1939.

«Hoy ya a nadie le cabrá la menor duda de que, en realidad, el antisemitismo nazi no tiene prácticamente nada que ver con los judíos, ni con sus méritos ni con sus deméritos. Lo verdaderamente interesante del propósito nazi, cada vez menos velado, de amaestrar a los alemanes para que persigan a los judíos a lo largo y ancho del mundo y a ser posible los exterminen, no es ya su justificación —un disparate tan absurdo que el mero hecho de argumentar en su contra ya implica una degradación—, sino el propósito en sí mismo. Éste constituye en efecto algo novedoso dentro de la historia de la humanidad: el intento de anular, en el caso del género humano, esa solidaridad primigenia que comparten todos los miembros de una especie animal y que es lo único que los capacita para sobrevivir en la lucha por la existencia; la pretensión de dirigir los instintos depredadores del hombre, que normalmente sólo apuntan contra el mundo animal, contra miembros de su propia especie y de “azuzar” a toda una nación contra determinadas personas, como si fuera una manada de perros. Una vez despierto el instinto básico y perpetuo para asesinar al prójimo y transformado incluso en obligación, el hecho de cambiar de objeto se reduce a un detalle sin importancia. Ya hoy resulta bastante evidente que donde dice “judíos” se puede poner “checos”, “polacos” o cualquier otra cosa. De lo que se trata aquí es de la vacunación sistemática de todo un pueblo —el alemán— con un bacilo cuyo efecto consiste en que todos los portadores actúan contra el prójimo con ferocidad, o dicho de otro modo: se trata de liberar y cultivar aquellos instintos sádicos cuya represión y destrucción ha sido obra de un proceso civilizador de muchos miles de años de duración.»