A sangre y fuego. Manuel Chaves Nogales. 2010


Sobresaliente libro de Manuel Chaves Nogales. Lo incluyo entre mis libros favoritos.

En Las letras y las Armas, Andrés Trapiello destaca al autor y su obra, incluido este libro. También Arcadi Espada lo recomendó. Por lo tanto tenía que leerlo, y después de haberlo hecho aún aprecio más el de Clara Campoamor, La Revolución española vista por una republicana.

Los nueve relatos se leen con gran facilidad. El autor es un maestro de la escritura y logra meterte en la distintas historias. La claridad expositiva de la obra es de lo mejor. No hay concesiones a la galería.

Empieza la obra con el mítico prólogo donde Chaves se posiciona y explica como se desarrollaron los acontecimientos en esos años anteriores y de inicio de la Guerra Civil Española. También sobre el porqué de la escritura del libro. Destaco:
En realidad, y prescindiendo de toda prosopopeya, mi única y humilde verdad, la cosa mínima que yo pretendía sacar adelante, merced a mi artesanía y a través de la anéc­dota de mis relatos vividos o imaginados, mi única y hu­milde verdad era un odio insuperable a la estupidez y a la crueldad; es decir, una aversión natural al único pecado que para mí existe, el pecado contra la inteligencia, el pecado contra el Espíritu Santo. (P. 26)
Vi entonces convertirse en comunistas fervorosos a muchos reaccionarios y en anarquistas terribles a muchos burgueses acomodados. La guerra y el miedo lo justificaban todo.
Hombro a hombro con los revolucionarios, yo, que no lo era, luché contra el fascismo con el arma de mi oficio. No me acusa la conciencia de ninguna apostasía. Cuando no estuve conforme con ellos, me dejaron ir en paz.
 
Me fui cuando tuve la íntima convicción de que todo estaba perdido y ya no había nada que salvar, cuando el terror no me dejaba vivir y la sangre me ahogaba. ¡Cuidado! En mi deserción pesaba tanto la sangre derramada por las cuadrillas de asesinos que ejercían el terror rojo en Madrid como la que vertían los aviones de Franco, asesinando mujeres y niños inocentes. Y tanto o más miedo tenía a la barbarie de los moros, los bandidos del Tercio y los asesinos de la Falange, que a la de los analfabetos anarquistas o comunistas. 
Los "espíritus fuertes" dirán seguramente que esta repugnancia por la humana carnicería es un sentimentalismo anacrónico. Es posible. Pero, sin grandes aspavientos, sin dar a la vida humana más valor del que puede y debe tener en nuestro tiempo, ni a la acción de matar más trascendencia de la que la moral al uso pueda darle, yo he querido permitirme el lujo de no tener ninguna solidaridad con los asesinos. Para un español quizá sea éste un lujo excesivo. (P.28)
Sea el que fuere, para imponerse, para subsistir, tendrá, como primera providencia, que renegar del ideal que hoy lo tiene clavado en un parapeto, con el fusil echado a la cara, dispuesto a morir y a matar. Sea quien fuere, será un traidor a la causa que hoy defiende. Viniendo de un campo o de otro, de uno u otro lado de la trinchera, llegará más tarde o más temprano a la única fórmula concebible de subsistencia, la de organizar un Estado en el que sea posible la humana convivencia entre los ciudadanos de diversas ideas y la normal relación con los demás Estados, que es precisamente a lo que se niegan hoy unánimemente con estupidez y crueldad ilimitadas los que están combatiendo. (P. 30)
Ya en los relatos me encuentro algunos párrafos que me llaman la atención y que paso a destacar:
La batalla tomó en aquel punto ese ritmo de vértigo que hace imposible al combatiente advertir nada de lo que ocurre a su alrededor. Las batallas no se ven. Se describen luego gracias a la imaginación y deduciéndolas de su resultado. Se lucha ciegamente, obedeciendo a un impulso biológico que lleva a los hombres a matar ya un delirio de la mente que les arrastra a morir. En plena batalla, no hay cobardes ni va­lientes. Vencen, una vez esquivado el azar, los que saben sacar mejor provecho de su energía vital, los que están me­jor armados para la lucha, los que han hecho de la guerra un ejercicio cotidiano y un medio de vida. (P. 82) 
Los verdaderos militares, los que lo eran de corazón y sa­bían a conciencia su oficio, estaban todos al lado de Franco. El improvisado ejército del pueblo no tenía ni jefes ni oficia­les. Los pocos que por azar se quedaron al lado del gobierno de la República fueron desertando o sucumbieron en el em­peño insensato de convertir en soldados a unos hombres que precisamente se alzaban en armas contra todo lo que fuese espíritu militar. Muchos de aquellos infortunados se hicieron matar por sus propias huestes aterrorizadas, a las que pistola en mano intentaban meter en fuego. La reacción de los mili­cianos cuando se sentían derrotados era fatal para ellos, «¡Hemos sido vendidos! -gritaban invariablemente-o ¡Fu­silemos a los jefes!». Después, tiraban los fusiles y se volvían a Madrid a poblar los cafés y las cervecerías. (P. 151) 
'El primer día que estuvo en el frente asistió impotente a la desbandada habitual de los milicianos. Nada les conte­nía. Cuando avanzaban los tanques o cuando volaban sobre ellos los aviones ametrallándoles a mansalva no había nada eficaz para dominar su pavor y contenerles, ni las arengas vibrantes, ni las patéticas imploraciones, ni las amenazas; nada. El aparato bélico del ejército rebelde les impresio­naba terroríficamente, y a las dos horas de fuego los hom­bres más entusiastas, los obreros más conscientes y los más recios campesinos tiraban las armas y huían. Era inútil. Aquellas masas eran incapaces de hacer la guerra en campo, abierto. No sabían. (P. 160) 
Libro que recomiendo a todos los que se quieran hacerse una idea de lo atroz de una guerra civil, en este caso la española, y del comportamiento que pueden adoptar las personas ante situaciones límite.

Autor: Manuel Chaves Nogales
Título: A sangre y fuego. Héroes, bestias y mártires de España
272 páginas

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