¿Seguro que lo que importa no es que se haya quebrantado la ley, sino si las consecuencias son buenas o malas? En cualquier caso, es una peligrosa senda moral, ya que deja a cada cual decidiendo por uno mismo qué leyes deben acatarse y cuáles no. Esto ignora un principio que es una de las piedras angulares más importantes de la sociedad civilizada: el Estado de derecho.
El Estado de derecho significa que las leyes son iguales para todos, independientemente de su estatus, su riqueza, su postura política o su opinión personal. Es fundamentalmente lo que nos hace iguales a los ojos del Estado. Se podría decir que es incluso más importante que la democracia, ya que vetamos el voto de algunas personas en razón de su edad, su responsabilidad reducida o su criminalidad, pero no negamos la protección y la aplicación de la ley a nadie.
Hay veces, por supuesto, en que la desobediencia civil no es factible y obedecer la ley no es aceptable para la conciencia, de ahí el estatus de fugitivo de Robin Hood y Nelson Mandela. Pero dichos casos solo están justificados por las extremas injusticias de los regímenes en los que vivieron, y la brutalidad a la que habrían sido sometidos como disidentes.
En vez de ser románticos, hemos de recordar que en el libre Occidente, la ciberprotesta es barata, y la desobediencia digital fácil. La democracia y el Estado de derecho, en cambio, son difíciles y costosos. Un fuerte sentimiento de la justicia de nuestra causa, combinado con formas fáciles de expresar nuestra opinión, nos puede ocultar lo grave que es romper el pacto de permanecer iguales ante la ley. A menos que nos recordemos a nosotros mismos lo valioso que es el Estado de derecho, corremos el riesgo de socavar las propias bases de una sociedad libre mediante miles de minúsculos tuits.
No hay comentarios:
Publicar un comentario