Espada escribe sobre la violencia en la sociedad, con datos y no con estulticia.
Destaco:
«Si una mujer es maltratada frecuentemente, ¿la culpa es suya por seguir conviviendo con el agresor?» La pregunta tiene un análogo rango de estupidez que otra que dijera: «Si un hombre maltrata frecuentemente a su pareja, ¿la culpa es de la pareja por seguir conviviendo con él?» Pero alguna gente tiene paciencia y se toma las cosas en serio. Y, descartando la hipótesis de la estupidez, el 39% respondió que sí, que el que se expone al peligro ha de afrontar sus consecuencias. Aproximadamente del mismo modo que el amenazado que rechaza la escolta. Al delegado tampoco le gusta que haya un número creciente de inmigrantes implicados en los asesinatos: siempre insiste, aunque sin mayor aporte estadístico, que la violencia afecta por igual a todas las clases sociales. Yo creo, francamente, que el delegado Lorente tiene un modelo ideal de crimen en la cabeza al que trata de ajustar, y como sea, los crímenes reales.
Le Monde. «El crimen se vuelve raro. En 2009 se computaron 682 homicidios por 1051 en 2000. Lo que supone una baja del 35% y que el año 2009 sea, probablemente, el menos mortífero desde la Alta Edad Media.» La información se basa en el libro de Laurent Mucchielli y Pieter Spierenburg, Histoire de l’homicide en Europe. Un libro de aspecto apasionante.
Escribe Mucchielli, y estaría bien que lo oyera el delegado: «La participación de las clases populares en las violencias físicas graves es más grande hoy en día que la de las clases superiores, que prácticamente ha desaparecido, a medida que estas últimas se apropiaban de los instrumentos jurídicos para solucionar sus conflictos». Y aún más importante para nuestro delegado, en el caso de que quiera saber cuándo una estadística se convierte en un hecho: «Las violencias conyugales y familiares, así como ciertas delincuencias juveniles, sobresalen con más peso del conjunto que los otros tipos de violencias que están en vías de desaparición. Así, el “descubrimiento” y la denuncia permanente de pretendidas “nuevas violencias” no son, en realidad, sino la ilustración de la fuerza con la que el proceso de pacificación continúa actuando en las sociedades.»
ARTÍCULO:
Querido J:
Cada vez que aparece ante el público Miguel Lorente, el delegado nacional contra la llamada violencia de género, el estrés se adueña primero de las calculadoras y luego de la razón. El delegado Lorente viene casi siempre cargado con negras estadísticas y un curioso e indisimulable afán de culpabilización colectiva. No creo que haya otra estadística en España que se siga con la obsesiva minuciosidad del crimen de pareja. Las razones son difíciles de explicar. España no es ninguna excepción en cuanto a la proliferación del crimen. No estamos ante un problema local; todo lo contrario. No es que las cifras españolas en relación al crimen de pareja estén por debajo de las finlandesas, francesas, inglesas, italianas, o húngaras. Es que sólo en Eslovenia, Dinamarca, Andorra, Malta, Islandia y Liechtenstein hay menos crimen de pareja que en España. Las cifras son de 2006, porque no encuentro otras más modernas que sean fiables; pero no creo que el estadístico Lorente pueda discutir su valor indicativo. Por supuesto, tú me conoces y sabes que soy un gran partidario de que los medios informen sobre los crímenes. A la larga, la divulgación de los crímenes contribuye a su reducción. Cada mujer u hombre asesinado debe salir en los periódicos, como debería salir cada suicida. Los periódicos están destinados a contrarrestar la vida. Pero los periódicos se dedican a los hechos. Y la dedicación del delegado tiene poco que ver con los hechos.
Contra toda apariencia no es un hecho que el delegado diga que ha habido un incremento del 26% en el crimen de pareja respecto a los seis meses del año pasado. Ese 26% son 12 mujeres. Un número absoluto demasiado frágil para construir una estadística. Y lo mismo puede decirse del especial interés, ya tradicional, que el delegado pone en la segunda quincena del mes de agosto. El 68% de los asesinatos de agosto se produce en la segunda quincena, dice. Y se queda tan campante. Está hablando de 3 mujeres. De 3,2 si nos ponemos estadísticos. Cualquier segunda quincena pasa al 100 por cien o al 0 por cien, según el viento. Como cualquier otro fenómeno que aspire a tener el estatuto de hecho los números tienen que sufrir una ampliación de campo (en este caso temporal) para que se demuestren que no son meros factoides o anécdatos. Luego volveré sobre esto. Es probable que el delegado Lorente tenga buena voluntad. Pero es una buena voluntad supersticiosa, por más que la ampare con números. Cuando el delegado Lorente habla del 68% de la segunda quincena de agosto debe de creer que el foco ahí puesto va a hacer recapacitar a los asesinos de la rentré. O que va a interrumpir las vacaciones de policías, jueces y personal especializado. (Por cierto: si cree que es necesario interrumpirlas que lo diga claramente).
La buena voluntad, sin embargo, no está sola entre los números. Hay algunas otras cuestiones interesantes. Por ejemplo, la evidencia de que las malas estadísticas son sólo el primer paso ineludible de las buenas: está cantado que el próximo azar le brindará al delegado seis meses positivos que podrán hacerle decir aquello que se dice de no bajar la guardia pero son números alentadores. Aunque, para ser del todo sincero, malvado sinceramente, yo creo que las malas estadísticas sobre el crimen de pareja no perjudican sociológicamente al gobierno. Digamos que, con independencia de lo que sean los criminales particulares, no son crímenes de izquierda. Cada mujer muerta le permite pronunciar al ministerio (y a los medios asociados) rotundas soflamas sobre una ideología machista que cuesta apenas un paso identificar con la derecha. Yo no creo que (leyes, vigilancias y pulseras aparte) el ministerio deba pagar por un solo crimen de pareja que se produzca; pero tampoco me gustaría que cobrara. Otra cuestión interesante se relaciona con la actividad. La actividad del ministerio de Igualdad tiende a lo verbal y a la doctrina: no hay duda de que la constante presencia en los diarios de las estadísticas del delegado Lorente imprimen un cierto sello de actividad física.
A veces, como esta última semana, y entreverada en el conteo de crímenes, el delegado Lorente encarga alguna encuesta con ánimo sociológico. En esta última había esta pregunta. «Si una mujer es maltratada frecuentemente, ¿la culpa es suya por seguir conviviendo con el agresor?» La pregunta tiene un análogo rango de estupidez que otra que dijera: «Si un hombre maltrata frecuentemente a su pareja, ¿la culpa es de la pareja por seguir conviviendo con él?» Pero alguna gente tiene paciencia y se toma las cosas en serio. Y, descartando la hipótesis de la estupidez, el 39% respondió que sí, que el que se expone al peligro ha de afrontar sus consecuencias. Aproximadamente del mismo modo que el amenazado que rechaza la escolta. Al delegado tampoco le gusta que haya un número creciente de inmigrantes implicados en los asesinatos: siempre insiste, aunque sin mayor aporte estadístico, que la violencia afecta por igual a todas las clases sociales. Yo creo, francamente, que el delegado Lorente tiene un modelo ideal de crimen en la cabeza al que trata de ajustar, y como sea, los crímenes reales.
Pero en fin, el delegado y yo compartimos un interés. A mí también me interesan los datos sobre la violencia. Es una de las pruebas irrevocables de que el mundo progresa. Lee este párrafo, querido amigo, con que anteayer se abría una página de Le Monde. «El crimen se vuelve raro. En 2009 se computaron 682 homicidios por 1051 en 2000. Lo que supone una baja del 35% y que el año 2009 sea, probablemente, el menos mortífero desde la Alta Edad Media.» La información se basa en el libro de Laurent Mucchielli y Pieter Spierenburg, Histoire de l’homicide en Europe. Un libro de aspecto apasionante. La Revista Española de Investigación Criminológica ha publicado un artículo de Mucchielli que resume con precisión sus tesis. Retomando un antiguo concepto de Norbert Elias, el autor alude a «la pacificación de las costumbres» para explicar la paulatina rareza del crimen. En esa pacificación de las costumbres el dinero y el bienestar son claves. Escribe Mucchielli, y estaría bien que lo oyera el delegado: «La participación de las clases populares en las violencias físicas graves es más grande hoy en día que la de las clases superiores, que prácticamente ha desaparecido, a medida que estas últimas se apropiaban de los instrumentos jurídicos para solucionar sus conflictos». Y aún más importante para nuestro delegado, en el caso de que quiera saber cuándo una estadística se convierte en un hecho: «Las violencias conyugales y familiares, así como ciertas delincuencias juveniles, sobresalen con más peso del conjunto que los otros tipos de violencias que están en vías de desaparición. Así, el “descubrimiento” y la denuncia permanente de pretendidas “nuevas violencias” no son, en realidad, sino la ilustración de la fuerza con la que el proceso de pacificación continúa actuando en las sociedades.»
Yo comprendo que la política española sea poco más que una sucesión sesgada de estadísticas a cuatro años vista. Y comprendo que Igualdad sea un ministerio de autor en busca de tema. Pero como dicen en Madrid, ya está bien.
Sigue sin salud
A.
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