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El euro necesita del sector privado por Roland Berger

El Mundo.


El autor propone que la financiación privada participe en los programas de estímulo. Señala que empresas y bancos disponen de 170 billones en el mundo para invertir.
La crisis de la deuda soberana y monetaria de la UE alcanza ya su tercer año y los políticos están limitando cada vez más los esfuerzos de rescate del euro a dos líneas de acción: «austeridad» para los países asolados por la crisis y «financiación» de los países del euro (todavía) sanos del norte de Europa, especialmente Alemania. Ambos conceptos son apropiados y necesarios, pero no suficientes como para evitar el colapso de la moneda común o, quizás, incluso de la Unión Europea.
Mientras tanto, este estrecho enfoque en la austeridad y la ayuda financiera ha llevado a Europa a una triple crisis. En primer lugar, la crisis de la deuda soberana y del euro ha empeorado. En segundo lugar, las economías de la zona euro y la UE han sido empujadas a una recesión, liderada por los países deudores. Sus programas de austeridad evocan las imágenes de la Alemania de 1920. Y, en tercer lugar, la integración europea está sufriendo una grave crisis política.
El decrecimiento de las economías europeas está provocando que la crisis se agudice en los países más afectados por la misma: el desempleo aumenta, la riqueza se evapora y se recrudecen las tensiones sociales. Algunos medios de comunicación en estos países están diciendo que el diktat de Bruselas les ha llevado a la pobreza. Los países del Norte, aunque todavía son sólidos financieramente, también se sienten forzados a una posición no deseada, y es comprensible. Ellos no quieren arriesgar sus ahorros para ayudar a los países vecinos financiando las deudas acumuladas por ellos mismos «por no mantener la casa en orden». Europa está profundamente dividida.
El crecimiento económico es necesario para restaurar la confianza de los europeos en su moneda y su unión. Sin embargo, los programas de crecimiento patrocinados por los Estados son claramente el camino que no se debe seguir. Por un lado, crean más deuda pública y, por otro, ni siquiera pueden resolver la crisis de crecimiento, ya que esta no es económica, sino más bien una crisis estructural de competitividad. La única manera de resolver esta crisis es a través de reformas estructurales, incluida la reducción del gasto, los salarios y los costes.
La solución para salir de la crisis es un programa de crecimiento respaldado políticamente pero financiado privadamente que trabaje sobre los principios de la economía de mercado. Este programa tendría como objetivo ampliar y modernizar las infraestructuras europeas. La inversión necesaria para tal programa se estima en, al menos, 1 billón de euros. Para financiarlo, podemos aprovechar los 170 billones de euros que se estima que se encuentran en manos privadas en todo el mundo. Ahora depende de los políticos el ayudar a canalizar el capital privado hacia estos proyectos de infraestructuras. Pueden hacerlo aprobando regulaciones que fomenten la competencia y la inversión, y creando unas condiciones legalmente sólidas basadas en la economía de mercado y no en las convicciones ideológicas.
La lista de proyectos potenciales la lideran las infraestructuras en telecomunicaciones, y que precisa de autopistas de banda ancha para alcanzar el siguiente nivel tecnológico.
Estas inversiones se encuentran con el obstáculo de unas políticas gubernamentales de los países de la UE y que, por desgracia, se remontan a un tiempo pasado de monopolio, tanto postal como telefónico.
Si los políticos llevaran a cabo regulaciones innovadoras en línea con el mercado, esto podría desencadenar un crecimiento significativo: una inversión de más de 270.000 millones de euros en telecomunicaciones no sólo crearía cientos de miles de empleos en Europa, también aumentaría la productividad de los usuarios en el sector privado y público, ganaríamos en competitividad y Europa podría ver el desarrollo de su propia industria de IT.
Otro ejemplo es la energía. Durante los próximos años Europa tendrá que invertir 220.000 millones de euros en redes y almacenamiento. Esto requerirá de una política energética europea y la certeza regulatoria necesaria para desarrollarla. A día de hoy no existe ninguna de las dos. En otras áreas, los alcantarillados y los sistemas de tratamiento de aguas residuales requerirán una inversión mínima de 200.000 millones de euros, y la construcción/mantenimiento de carreteras requiere unos 180.000 millones.
Lamentablemente, la ideología predominante en Europa sostiene que la infraestructura debe mantenerse en manos públicas (de los gobiernos) en la medida de lo posible, con algunas diferencias de país a país. Por ejemplo, en Francia se suministra el agua por empresas privadas, pero el gobierno es responsable de la electricidad. En Alemania, es justo lo contrario: el agua es tarea del gobierno, mientras que la electricidad es proporcionada en gran parte por empresas privadas. Muchos países han financiado privadamente autopistas de peaje, pero por alguna razón esto no parece ser posible en Alemania, que es uno de los principales países de tránsito de Europa. La lista de este tipo de incongruencias sigue y sigue.
Este es el tercer pilar del programa de rescate europeo que falta. Un ambicioso proyecto de financiación privada de las infraestructuras en la UE, diseñado como un plan de crecimiento basado en la economía de libre mercado. Los otros dos son el cambio estructural creado por la austeridad para mejorar la competitividad y la disciplina presupuestaria en el sur, y la financiación puente suministrada por Alemania y los países del euro del norte para calmar a los mercados financieros.
Con estos tres pilares, Europa podría crear una economía altamente innovadora y productiva con unas excelentes infraestructuras, incluso en medio de la crisis. Como proveedores, las empresas privadas se beneficiarían del crecimiento y aumento de la productividad y los empleados se beneficiarían del aumento del número de puestos de trabajo de mayor calidad. El aumento de los ingresos en impuestos y reducción del gasto público podría ayudar a reducir la deuda pública. Un beneficio adicional sería la restauración de la confianza en el euro y la integración europea.
Profesor Roland Berger, fundador y presidente honorífico de Roland Berger Strategy Consultants.

Vuelve el Pesimismo

por Xavier Sala i Martín.



Vuelve el Pesimismo
Después del optimismo generado por el sorprendente desenlace de la cumbre del 28 de junio, la primera semana de Julio ha dado cuatro noticias importantes que han vuelto a poner nerviosos a los inversores de todo el mundo.
La primera es que, después de anunciar el recorte de los tipos de interés en la zona Euro, el gobernador del Banco Central Europeo (BCE), Mario Draghi echó un cubo de agua fría a todos los prestamistas (sobre todo a los de Italia y España) al dejar muy claro que el BCE no va a comprar deuda soberana de los países europeos con problemas (es decir, Italia y España). Uno de los acuerdos de la cumbre del día 28 de junio fue que los fondos de rescate comprarían deuda soberana para aliviar los intereses que España e Italia tenían que pagar para endeudarse pero una vez los inversores hicieron sus cálculos vieron que los fondos no tenían suficiente dinero para eso y, además, cumplir las promesas de rescate de Grecia, Portugal, Irlanda y los bancos europeos. Y si los fondos de rescate no tenían dinero, se preguntaban los inversores, ¿cómo se va a poder cumplir el acuerdo del 28 de junio? Respuesta: el BCE va a poner el dinero. Pues bien, en la rueda de prensa del día 6 de julio, Draghi dijo que no. La promesa de lo que tenía que ser la panacea para eliminar definitivamente la prima de riesgo y que se presentó como gran triunfo de Monti y Rajoy sobre Merkel, pues, parece que se va a quedar en eso, una promesa. Ya dijimos que Rajoy y Monti habían ganado una mano pero que la partida de póker continuaba. Pues eso.
La segunda noticia es que las noticias de "fatiga de rescate" en los países del norte de Europa se multiplican. Finlandia y Holanda parecen descolgarse de los acuerdos del día 28. Finlandia incluso ha declarado que prefiere salir el euro que pagar las facturas de los derrochadores del sur. A eso se ha sumado la publicación en el Frangkfyrter Allgemeine Zeitung de una carta abierta escrita por 160 economistas alemanes enfadados con la Canciller Merkel por haber firmado los acuerdos de la cumbre del 28 de junio. Hace tiempo que hablamos de la “lucha de fatigas”: los socios del sur están totalmente fatigados de austeridad y recortes y los socios del nortes están fatigados de rescates y despilfarro del dinero de sus contribuyentes. Además, se sienten ofendidospor la manera cómo se vendieron los acuerdos de rescate y ayuda del día 28 de junio, que todo el mundo interpretó como una victoria de España e Italia sobre Alemania. La lucha de las fatigas puede acabar rompiendo el euro por arriba: los países del norte, cansados de pagar, puedenabandonar el euro para formar una nueva moneda, dejando a los socios del sur con un euro que será cada vez menos atractivo. La partida de póker europea continua.
La tercera noticia viene de Norteamérica. Por tercer mes consecutivo los Estados Unidos han anunciado una creación de empleo decepcionante: se han creado 80.000 puestos de trabajo. En los tres últimos meses se han creado menos empleos que en el mes de enero y eso es una señal clara de desaceleración. El presidente Obama diseñó una política fiscal expansiva que tenía que dar sus frutos justo antes de las elecciones de Noviembre. Parece que el truco del almendruco puede acabar no funcionando y la crisis puede volver justo a tiempo para que él pierda las elecciones. El temor a la recaída está poniendo nerviosos no sólo a los votantes sino también a los inversores de todo el mundo.
Y finalmente, la cuarta noticia negativa viene de China. Las autoridades de ese país parecen haber abandonado definitivamente la política monetaria restrictiva que habían llevado a cabo para evitar que la burbuja inmobiliaria siguiera su curso y han anunciado una reducción de sus tipos de interés. A pesar de que en principio eso debería ser una buena noticia, el hermetismo con el que las autoridades chinas tratan todos los datos de su contabilidad nacional hace que esa reducción sea interpretada como una indicación de que esa mismas autoridades están viendo muchos problemas en la economía China. Si no, no correrían el riesgo de reducir sus tipos en unos momentos en que tienen una burbuja inmobiliaria que han intentado controlar en los últimos meses. Las malas noticias, pues, también vienen del país más poblado del planeta.(*)
Después del optimismo exagerado que generó el acuerdo de la cumbre europea de la semana pasada, esta semana los inversores se han encontrado una dosis de realismo: la partida de póker europea continúa, la recuperación económica de Estados Unidos se para y China empieza a tener problemas. Poniendo las tres piezas del puzzle juntas, no podemos descartar una nueva crisis mundial. Deberemos seguir atentos.

(*) Para entender qué ha pasado en China, retrocedamos tres años: cuando empezó la crisis financiera en Estados Unidos, las autoridades chinas pensaron que se avecinaba una crisis mundial. Ahí, claramente, la clavaron. Dado que su crecimiento se basaba en la exportación, pensaron que una crisis generalizada perjudicaría su economía y, por lo tanto, pondría en peligro su modelo de crecimiento. En consecuencia, decidieron substituir la demanda exterior por un plan de expansión fiscal y puso en marcha lo que seguramente ha sido el mayor aumento del gasto público de la historia del planeta tierra. Se invirtió en infraestructuras en las zonas más pobres del país, se hicieron trenes de alta velocidad, carreteras que no iban a ninguna parte, puertos y aeropuertos, todo financiado por los bancos públicos propiedad del gobierno central. La inversión llego a ser del 49% del PIB (para que se hagan ustedes una idea, en un país normal, la inversión suele rondar el 20%).
Pues bien, los efectos de todo ese gasto masivo están llegando a su fin, lo que está llevando al paro a todo un tsunami de trabajadores de la construcción, un tsunami que está causando un malestar social cada día más amplio y cada vez más visible y menos disimulable. Al mismo tiempo, los créditos concedidos por bancos públicos para financiar todas esas infraestructuras les están ahogando y el país entero corre el riesgo de tener un sistema bancario lleno de zombies. El problema es que, como casi siempre, las inversiones públicas se realizan con criterios políticos y no económicos o de rentabilidad por lo, lamentablemente, una vez desaparecida la demanda que había generado su construcción, no generaba ni empleos no riqueza. A la gente que vive cerca de los aeropuertos de Ciudad Real, Lleida o Castellón, esta situación les resultará familiar. De hecho, también les resultará familiar el hecho de que los bancos que fueron obligados por las autoridades a financiar esas ruinosas infraestructuras tengan ahora problemas por mantenerse a flote.Vean, si no, la ruina en la que han quedado la Caja de Castilla la Mancha, la de ahorros del Mediterraneo -la CAM-, Caixa Catalunya o Caixa Galicia por poner unos ejemplos.
A todo esto hay que sumar la burbuja inmobiliaria. Desde que China abrió su economía al mundo en 1978, cientos de millones de ciudadanos emigraron del campo a la ciudad, creando una gran demanda de viviendas. Los aumentos de demanda eran tan constantes y tan grandes que la oferta no podía mantener el ritmo por lo que los precios se empezaron a disparar. Los aumentos de precios conllevaron la demanda especulativa (es decir, la gente que piensa que los pisos son una buena inversión “porque el ladrillo nunca baja, ¿les suena?). La especulación masiva no hizo más que contribuir al espiral de subidas de precios, construcción y promoción inmobiliaria masiva y créditos hipotecarios. De hecho, los bancos concedían créditos a tipos de interés inferiores a la inflación por lo que los tipos de interés reales eran negativos, cosa que no hacía más que incentivar la demanda masiva de crédito. El sector de la construcción llegó a representar el 20% del PIB (en comparación, la proporción de la construcción en España en el momento álgido de la burbuja llegó al 15%!).
Las autoridades chinas vieron lo que una burbuja inmobiliaria había hecho en Japón en 1990, o lo que está causando en Estados Unidos, Irlanda o España en la actualidad, por lo que hace un año decidieron aumentar los tipos de interés y llevar una política monetaria restrictiva de recortes del crédito financiero en un intento de desinflar la burbuja sin que explotara de manera violenta como había pasado en Japón, EEUU, Irlanda o España. Las consecuencias inmediatas es que el crédito se redujo, las compras de viviendas cayeron en picado, los precios inmobiliarios han bajado entre un 40% y un 60%, hay millones de viviendas vacías y los bancos se sientan sobre una enorme montaña de hipotecas morosas y créditos a empresas constructoras que no tienen ventas ni ingresos. A los españoles que lean esta nota, todo esto les resultará muy familiar: todo indica que la política de desinflar la burbuja suavemente no ha funcionado y que, en realidad, ha explotado. Igual que pasó en España.
La explosión de la burbuja no va a ser compensada con un aumento de las exportaciones ya que el que el resto del mundo se debate entre la recaía y la gran recesión. Un nuevo estímulo fiscal masivo como el llevado a cabo en 2008 parece improbable dadas las nefastas consecuencias que el anterior experimento dejó en las cuentas públicas. Finalmente, es altamente improbable que el consumo privado aumente mucho dado que la pirámide poblacional china está invertida (la política de hijo único hace que la relación entre ancianos y jóvenes sea cada vez peor) con lo que la introducción de un sistema de pensiones público similar al occidental parece improbable con lo que los chinos deben ahorrar todo lo que puedan hoy para mantenerse a sí mismos durante el retiro. La ausencia de un sistema sanitario público también hace que las familias estén obligadas a ahorrar para el día que tengan que hacer frente a una enfermedad o accidente. El consumo privado, pues, ni está ni se le espera.
Todo esto nos lleva a una conclusión. Si la reacción a la explosión de la burbuja no pueden ser ni las exportaciones, ni la política fiscal expansiva, ni el consumo privado, solamente queda una opción: ¡la política monetaria expansiva! De ahí el espectacular cambio de dirección que el banco central de China hizo la semana pasada. Un cambio que, lejos de ser una buena noticia porque garantiza el crecimiento de China durante los años venideros, más bien es una señal de que las autoridades chinas ven que no tienen alternativa. Y eso es lo que quería decir con mi twit la semana pasada en 140 caracteres.
Es posible que la expansión monetaria funcione y, una vez más, China pase de puntillas por la recesión mundial que se crearía si el euro colapsa en las próximas semanas. Pero también puede ser que la expansión monetaria fracase y que, más que expandir la producción, dispare una inflación que ya se encuentra desbocada a cerca del 10%. Si eso es así, el aterrizaje forzoso de la economía más poblada del mundo va a tener consecuencias devastadoras en todo el mundo, sobre todo el mundo emergente de Asia, África y América Latina, cuyo éxito reciente ha dependido mucho del crecimiento del gigante chino.
Además de la incertidumbre fiscal norteamericana y el abismo financiero que amenaza la zona euro, parece que a partir de ahora tendremos que estar atentos al fuego que se ha encendido en China.

Primero, los deberes nacionales

por Michele Boldrin.



Cuando, hace más de 20 años, empezó la aventura del euro, algunos pocos economistas discrepamos con aquella decisión. Argumentos económicos, antiguos y sencillos, mostraban que una política monetaria común requiere, antes de todo, una efectiva integración de las economías reales y unas políticas fiscales coordinadas. Debieron ponerse en pie antes y no después de la política monetaria común. La decisión de introducir el euro nos pareció, entonces, una huida hacia adelante debida a motivaciones exclusivamente políticas: diversas élites europeas veían la unificación alemana como un amenaza potencial, que, para ser neutralizada, necesitaba el sacrificio del todopoderoso Deutsche Mark en el altar de la unidad europea. Estas mismas élites deseaban que la estabilidad financiera alemana contagiara los demás países reduciendo el riesgo de inflación, y de devaluaciones, y, en consecuencia, los costes de financiación en los mercados internacionales. Mientras la primera motivación era central para Francia, la segunda importaba más a España y, especialmente, a Italia que, con una deuda pública que rozaba el 120% del PIB, ya afrontaba graves problemas para financiarla. Además, la adopción del euro preveía, a través de los fondos de cohesión, sustanciales transferencias de recursos desde los países del Norte de Europa a los del Sur e Irlanda.
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En defensa del Euro: un enfoque austriaco (Con una crítica a los errores del B.C.E. y al intervencionismo de Bruselas)

por Jesús Huerta de Soto. Catedrático de Economía Política. Universidad Rey Juan Carlos.

1. Introducción: el sistema monetario ideal

Los teóricos de la Escuela Austriaca han realizado un considerable esfuerzo dirigido a dilucidar el sistema monetario ideal para una economía de mercado. A nivel teórico, han desarrollado toda una teoría del ciclo que explica cómo éste es generado de forma recurrente por la expansión crediticia sin respaldo de ahorro real que orquestan los bancos centrales a través de un sistema bancario que opera con reserva fraccionaria. A nivel histórico, han explicado el surgimiento evolutivo del dinero y de qué manera la intervención coactiva del Estado alentada por poderosos grupos de interés ha alejado del mercado y corrompido la evolución natural de las instituciones bancarias. A nivel ético, han evidenciado las exigencias y principios jurídicos del derecho de propiedad en relación con los contratos bancarios, principios que surgen de la propia economía de mercado y que, a su vez, son imprescindibles para su correcto funcionamiento.

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Fuente: Educación para la libertad.


El Armagedón del Euro

Xavier Sala i Martín.

Libro del Apocalipsis, Capítulo 16.
16:1 Oí una gran voz que decía desde el templo a los siete ángeles: Id y derramad sobre la tierra las siete copas de la ira de Dios.
16:2 Fue el primero, y derramó su copa sobre la tierra, y vino una úlcera maligna y pestilente sobre los hombres que tenían la marca de la bestia, y que adoraban su imagen.
16:3 El segundo ángel derramó su copa sobre el mar, y éste se convirtió en sangre como de muerto; y murió todo ser vivo que había en el mar.
16:4 El tercer ángel derramó su copa sobre los ríos, y sobre las fuentes de las aguas, y se convirtieron en sangre.
16:5 Y oí al ángel de las aguas, que decía: Justo eres tú, oh Señor, el que eres y que eras, el Santo, porque has juzgado estas cosas.
16:6 Por cuanto derramaron la sangre de los santos y de los profetas, también tú les has dado a beber sangre; pues lo merecen.
16:7 También oí a otro, que desde el altar decía: Ciertamente, Señor Dios Todopoderoso, tus juicios son verdaderos y justos.
16:8 El cuarto ángel derramó su copa sobre el sol, al cual fue dado quemar a los hombres con fuego.
16:9 Y los hombres se quemaron con el gran calor, y blasfemaron el nombre de Dios, que tiene poder sobre estas plagas, y no se arrepintieron para darle gloria.
16:10 El quinto ángel derramó su copa sobre el trono de la bestia; y su reino se cubrió de tinieblas, y mordían de dolor sus lenguas,
16:11 y blasfemaron contra el Dios del cielo por sus dolores y por sus úlceras, y no se arrepintieron de sus obras.
16:12 El sexto ángel derramó su copa sobre el gran río Eufrates; y el agua de éste se secó, para que estuviese preparado el camino a los reyes del oriente.
16:13 Y vi salir de la boca del dragón, y de la boca de la bestia, y de la boca del falso profeta, tres espíritus inmundos a manera de ranas;
16:14 pues son espíritus de demonios, que hacen señales, y van a los reyes de la tierra en todo el mundo, para reunirlos a la batalla de aquel gran día del Dios Todopoderoso.
16:15 He aquí, yo vengo como ladrón. Bienaventurado el que vela, y guarda sus ropas, para que no ande desnudo, y vean su vergüenza.
16:16 Y los reunió en el monte Armagedón.
16:17 El séptimo ángel derramó su copa por el aire; y salió una gran voz del templo del cielo, del trono, diciendo: Hecho está.
16:18 Entonces hubo relámpagos y voces y truenos, y un gran temblor de tierra, un terremoto tan grande, cual no lo hubo jamás desde que los hombres han estado sobre la tierra.
16:19 Y la gran ciudad fue dividida en tres partes, y las ciudades de las naciones cayeron; y la gran Babilonia vino en memoria delante de Dios.
Así es como describe la Biblia el principio del fin del mundo. Mayas aparte, no estamos ante la desaparición del hombre en el planeta tierra pero sí estamos ante la posible desapareción de algo mucho más banal: el euro. Lo que parecía imposible solo hace unos meses ahora parece bastante probable: la moneda única europea, tal como la conocemos, puede desaparecer. La patente incapacidad de las autoridades europeas para solucionar nuestros problemas económicos, unida a la falta de voluntad política para llevar a cabo las reformas necesarias y a la negativa de la sociedad a aceptar los sacrificios (recortes?) necesarios hacen que cada día sea más probable que el euro acabe dividido en al menos tres partes, como la babilonia que describe el pasaje bíblico del apocalipsis.
Las elecciones griegas ponen de manifiesto que la ciudadanía no va a aceptar más sacrificios. Hay que recordar que los griegos viven, desde hace años, de las ayudas de los colegas de la zona euro, pagadas con dinero de los contribuyentes de los demás países de la zona euro (es decir, nosotros). Lógicamente, nuestros líderes políticos exigen a los griegos que hagan lo que sea necesario para devolver los créditos ya que el dinero es, insisto, de los ciudadanos contribuyentes alemanes, españoles, franceses, italianos y de los demás países de la unión. Si los griegos se niegan, no habrá más remedio que cortar las ayudas. Si se cortaran las ayudas pasarían dos cosas. Primera, que todo los euros en circulación en Grecia en esos momentos sería todo el dinero que existiría en Grecia porque a ese país no entraría ni un euro más: no entraría dinero de las ayudas pero tampoco entraría dinero del Banco Central Europeo. Eso convertiría a todo el sistema bancario griego en insolvente. Los bancos quebrarían. Si el gobierno griego fuera suficientemente capaz, crearía unos bancos nuevos a partirde las cenizas (es decir, los depósitos) de los antiguos, como hicieron los islandeses: los accionistas y acreedores de los bancos antiguos se arruinarían y el gobierno pasaría a administrar los depósitos, aunque en realidad no habría dinero para todos los depositantes.
Segundo, el gobierno no podría gastar más de lo que ingresa... a no ser que pagara on unos pagarés o bonos de creación propia. Algo parecido a lo que hizo Argentina unos meses antes de la gran crisis del 2001: emitió unos bonos llamados patacones. En Grecia se podrían llamar, gretacones.
Al ver la gente que el sistema bancario era insolvente, correría al banco a buscar sus euros. Pero el banco no tendría suficientes euros para todos ya que el grifo del Banco Central Europeo habría desaparecido. Se produciría un pánico bancario similar al que se produjo en Argentina en 2001. Y como hizo Argentina en diciembre de 2001, el gobierno aprobaría una ley prohibiendo que la gente pudiera sacar su dinero del banco. Eso es lo que se ha venido en llamar, el corralito. Ante la posibilidad de no poder utilizar el dinero que uno ha acumulado a lo largo de la vida, la gente haría manifestaciones masivas, incendiaría bancos y entidades públicas. La violencia se generaría. Los gobiernos caerían uno detrás de otros. Recordemos que Argentina tuvo 5 presidentes en unos cuantos meses.
La crisis económica tendría proporciones bíblicas. Tal como pasó en Argentina, el consumo y la inversión caerían en picado, el colapso sería total, caídas del PIB del 30% e inflación del 70%. Los ciudadanos que pudieran, emigrarían masivamente. Eso pasaría, sobre todo, con los más jóvenes, capacitados y productivos, cosa que empeoraría todavía más las cosas para los que se quedaran.
Pero, ante la necesidad de comprar comida y bienes necesarios, la gente empezaría a utilizar los gretacones para poder comprar. Los gretacones se convertirían "de facto" en la moneda griega. Y esa sería la semilla que daría lugar al nuevo dracma. Como nadie se fiaría de que el gobierno pagara al portador los gretacones que ha recibido, todo el mundo se los quitaría de encima con descuentos importantes. Es decir, el gobierno que debe pagar 100 euros de salario a un funcionario, ante la imposibilidad de darle euros, le daria gretacones por valor de 100 euros. Es decir, el trabajador recibiría un papel que diría "el gobierno griego pagará al portador 100 euros... cuando el gobierno tenga dinero". Con ese papel, el funcionario irial al mercado a comprar pero la carnicera no le daría carne por valor de 100 euros sino menos ya que ella se quedaría con un papel que, con alta probabilidad, nunca cobrará. Si la carnicera le diera carne por valor de 30 euros, el trabajador habría perdido el 70% de su salario. Los gretacones serían el mecanismo de pago hasta que apareciera el nuevo dracma que, en lugar de redimir los 100 euros le daría al portador el equivalente de, digamos, 20 euros. El trabajador habría perdido el 80% de su salario.
El nuevo dracma no se podría introducir inmediatamente porque, entre otras cosas, los nuevos billetes tienen que ser imprimidos y eso requiere su tiempo. Si las autoridades griegas son previsoras, es posible que ya hoy mismo hayan encargado a una empresa de fabricación de moneda que vaya imprimiendo dracmas nuevos. Eso es lo que hizo Eslovaquia antes de la separación de Chequia: secretamente encargaron a una empresa inglesa que imprimiera una nueva moneda para que, el día de la independencia, estuviera lista para entrar en circulación y no depender así del dinero del enemigo checo. Si los griegos ya han encargado la impresión de la nueva moneda, el gobierno la puede introducir en cualquier fin de semana para que, llegado el lunes, los ciudadanos puedan ir al cajero y sacar dinero en la nueva moneda.
La nueva moneda se depreciaría ràpidamente. El peso argentino se depreció en las primeras horas y 1 dólar pasó de valer 1 peso a valer 1,4 pesos. En la actualidad, en Argentina 1 dólar vale 4,5 pesos.
La esperanza es que esa depreciación del dracma abaratara tanto las exportaciones y encareciera tanto las importaciones que los consumidores prefirieran comprar productos griegos y no extranjeros (por ejemplo, los turistas europeos verían que ir a las islas griegas de vacaciones es mucho más barato que ir a España por lo que irían allí masivamente) y eso permitiera empezar la recuperación. Una recuperación que llegaría después de un enorme cataclismo financiero.
La rotura del euro no solo corre peligro por abajo, por la zona de Grecia. También corre peligro por arriba y por el medio. Por la parte del medio, la salida de Grecia del euro daría una señal clara a los mercados de que salir del euro ya es posible. Hasta ahora nadie había pensado que eso era posible. Si Grecia se sale del euro, los especuladores van a preguntarse: ¿podrían salirse también otros países? Eso pondría enormes presiones en forma de ataques especulativos contra Portugal, Italia, España e incluso Francia, ataques parecidos a los que sufrió el Reino Unido aquel viernes negro de 1979, ataques que sacaron a la libra británica del sistema monetario europeo e impidieron que el Reino Unido pasara a formar parte del euro. Lógicamente, la tragedia que acabo de describir para Grecia se repitiría en cada país afectado. Éste es, desde mi punto de vista, el mayor coste de la salida de Grecia del euro: los efectos colaterales que tendría en los países de la periferia del euro.
Por la parte de arriba, existe una creciente corriente entre los contribuyentes alemanes, austríacos, holandeses y finlandeses que dice que, efectivamente, la eurozona ha representado para ellos un gran mercado del que se han beneficiado significativamente. Y por eso están dispuestos a ayudar y rescatar a los países amigos. No porqué sean amigos (al fin y al cabo, ellos llaman despectivamente a los países de la periferia PIGS, o cerdos -PIGS sale de poner juntas las iniciales de Portugal, Italia, Grecia y Spain) sino porque son un mercado lucrativo. Pero como en todo cálculo económico, llega un momento que uno valora los costes y los beneficios de la unión. Y los costes para ellos son cada día más grandes. Porque una cosa es rescatar a Grecia, Irlanda o Portugal. Otra cosa es rescatar, además, a Italia o España. Y otra cosa es añadir el rescate de Francia a la factura. Dada la incapacidad de España e Italia de solucionar sus problemas y dada la deriva que puede tomar Francia si Hollande trata de implementar sus carísimas promesas electorales, no es descabellado empezar a pensar que quien ha encargado secretamente la impresión de un nuevo marco para los países del norte sean los alemanes.
Si eso sucediera, podríamos acabar, como la bíblica Babilonia después de sufrir las siete plagas de la ira de Dios, con un euro dividido en tres: Grecia, los EuroPIGS y los primos ricos del norte. Esto... o la vuelta a las 17 monedas orginales, con episodios cataclísmicos en cada vez que uno de ellos abandona la eurozona.
La experiencia de Argentina e Islandia demuestra que, a la larga, el abandono del tipo de cambio fijo puede ser una buena idea (aunque a Argentina le tocó la lotería porque las subidas del precio de la soja le han permitido mostrar unos números que, sin la soja, no serían tan positivos). El problema es que los enormes costes de la transición hacia la nueva moneda son tan grandes que es posible que no valgan la pena. A pesar de que en teoría sea bueno tener una moneda propia, una vez se ha construido el euro, romperlo puede ser demasiado costoso.
Sin embargo, aquí estamos. Observando atónitos como se produce, en cámara lenta, el Armagedón del Euro.