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¡Cuidado con las estadísticas!, por Jacint Ros Hombravella


Un lego en Economía me espeta con razón: “bastantes economistas —excluidos, claro, los abstractos en torre de marfil— os referís a la economía sumergida pero no soléis arriesgar cuantificación alguna ni implicaciones sobre la política económica”. Bueno, pues eso no es cierto.
Ya en 1991, el historiador de la economía catalana Francesc Cabana avisaba “de la realidad que no consta en las estadísticas y que por ello les merma exactitud”. Y el Círculo de Empresarios dedica a la economía en la sombra un monográfico en 2010, convocando a expertos en el tema —descuella el catedrático de Zaragoza José María Serrano, quien puede acabar su aportación con 18 referencias bibliográficas, más bien extranjeras— y advirtiendo de que “la economía sumergida plantea grandes desafíos para la política económica española”, por ejemplo en las cuentas públicas (evasión fiscal) o en el registro del “paro real”.
Insisto desde la Academia: el gran metodólogo de la Economía y profesor en Cambridge T.Lawson concluye: “la realidad existe”, una llamada dirigida a los abstractos tan abundantes también en nuestros pagos. Pero aunque es verdad que la cuantificación del peso de la sumergida en la economía española no es fácil, por su misma índole, hay ya un cierto consenso técnico que lo sitúa entre un 19% y un 22%, creciente en las crisis, por ejemplo, desde 2008. O sea que nada menos que una quinta parte del PIB escapa a la estadística oficial. Y con amplias divergencias entre sectores y entre comunidades autónomas.
Quizás todo ello justifique que a la hora de poner ejemplos concretos, que es adonde quiero llegar, abunden más las preguntas que las respuestas con ínfulas de exactitud cuantitativa. La primera podría ser: ¿cómo queda España en comparación internacional? Pues dentro de los países de la OCDE nos situábamos, en los noventa y ello ha cambiado poco, en la cola: Grecia, un 28,5%; Italia, un 27%, y nosotros, un 22,5%. En cuanto a renta / producción, ello implica que los datos de la estadística oficial tendrían que ser revisados al alza, incluso el ingreso efectivo por habitante, por ejemplo con relación a Estados Unidos o los países escandinavos, donde la sumergida nunca pasa de un 10%, o respecto a Francia con un 15%; no es moco de pavo ya que se trata de 12 o 7 puntos más en el ranking de rentas per capita, aproximadamente.
Y ¡ay!, el IPC tan clave para revisiones de pensiones, contratos y hasta —¿antes de la reforma laboral del PP?— los salarios nominales. Aun dejando de lado el escepticismo de las amas / amos de casa, su bondad estadística es bien complicada como se trasluce del estudio de Javier Ruiz-Castillo, quien dirigió el INE, publicado por La Caixa (traduzco) La medida de la inflación en España, de 1999, donde se puede ver la gran complicación técnica para un buen IPC, avisando de hasta 10 peligros estadísticos, la necesidad de ir revisando los 471 conceptos de consumos (en especial la intensa incorporación de servicios dentro de los presupuestos familiares e incluso del valor / uso de la vivienda propia o de otros equipos domésticos, coches, electrodomésticos, informática, etcétera). Su conclusión me cae acomodaticia ya que, a pesar de todos los problemas que acaba de plantear para la mejora, ensalza “las máximas garantías de precisión del INE”, pero culmina reclamando para este más recursos, también para investigación. ¿Qué diría de todo ello mi admirado Julio Segura, quien fue un buen e independiente director del INE? Lo que sí sé es lo que replicaba, con su sorna, el profesor Estapé ante, pongamos, una medición oficial de aumento del IPC en 2,89%: “¿Y si lo redondeáramos en un 3% y listos?”.
O el seguimiento de la producción industrial, esencial por ejemplo para el País Vasco (un 27% de su producto) o Cataluña, con un 22%. El IPI se confecciona a través de una compleja encuesta que me hace recordar las reservas que la junta de una agrupación industrial puso, hacia 1972, a la presentación de un estudio: “¿En qué cifras se han basado?”, nos preguntaron. “En las oficiales del INE, claro”, contestamos los autores. Mantuvieron su escepticismo: “¡Es que nosotros somos los que contestamos la encuesta y sabemos cómo!”. Cuando se aduce que el INE ya introduce correcciones, en general, con sus criterios más amplios, me queda un sentimiento de zozobra. ¿Cómo? ¿Con qué base? De modo que casi prefiero que no lo haga. En todo caso también en la industria, que alcanza a talleres y pymes y, en su caso, la construcción y rehabilitación, se evalúa el peso de lo sumergido entre el 18% y el 20% de modo que la variación del índice IPI se tendría que corregir por la dinámica de la irregular. ¿Y la medición de la inversión privada por ejemplo industrial y su dinámica? Ay, ay. ¿Central de balances, Banco de España?
Otros temas preocupantes son las mediciones de movimientos y de posición financiera con el exterior. Estos días el Servicio de Estudios del Banco de España ha informado de que entre enero y mayo han salido 166.000 millones de España (estos chicos siempre con buenas noticias). Uy, uy, ¿y la entrada, y la posición de capital con el exterior y su variación? Es obligado ver el último boletín de La Caixa, donde se advierte, sí, del alto volumen de deuda privada respecto al exterior, pero contrarrestada por activos contra el exterior de al menos dos terceras partes de la posición anterior deudora. Y ¿cómo se miden los complejos movimientos por el BE? ¿Y la dinámica de las Sicav? En fin, aconsejo tomar todo esto con gran cautela (y uno ha elaborado balanzas de pagos españolas e interiores, quizás unas 10, ¡el capítulo de capitales!).
No, no me puedo dejar las estadísticas de ocupación y paro. Para empezar, si aceptamos un 20% de producto sumergido, hemos de aceptar algo más de esta quinta parte como subestimación de la ocupación real, ya que la productividad aquí será menor, será en forma de medias jornadas (o completas), sustituciones o por horas —en la agricultura, construcción y “remiendos”, industria, servicio doméstico, hostelería...—, pero en todo caso sin declarar y como suma total un número de jornadas tan impresionante como escondido incluso por sindicatos y Gobiernos que no gustan confesarlo. Hay que tomar como sólido el registro del paro del Inem, pero ¿la encuesta de población activa, por teléfono y con una muestra que el INE va moviendo? Cuidado con la EPA que, por cierto, Eurostat se limita a recibir, bendecir y ponerle su sello: la hora de las llamadas y el problema general de las encuestas, más aún telefónicas, del que me advirtió hace unos años el relevante sociólogo de origen sefardí Aaron Cicourel (de la South California University: “En este Departamento ya no hacemos encuestas, cuyo resultado depende de tantas cosas incontrolables. O entrevista, larga y personal o nada...”. Sí, paso de la EPA; a efectos prácticos, nuestro paro efectivo es bastante menor que el “aireado”. Y ¿el juvenil de un 52% de ni-ni? Falso del todo: muchos estudiantes de FP y universitarios pasan como parados, a veces inscritos, mientras están en plena actividad, financiada en 4/5 partes por impuestos con vistas al capital humano personal y su futuro.
Acabo recogiendo una apreciación del profesor Serrano, especialista, pero por suerte también generalista: al aumentar el rigor fiscal y de cotizaciones sociales tiende a crecer el peso sumergido, como también en las crisis. Y, concluye, las cuantificaciones en este campo solo son estimaciones. Y uno no sabe el porqué a los empleados en esta ancha sombra se les llama “obreros informales”… ¡encima!
Jacint Ros Hombravella es catedrático emérito de Política Económica en la Universitat de Barcelona.


La falacia de la racha


 Uno de los fenómenos más irritantes de esta crisis ha sido la aparición de todo una constelación de “economistas futurólogos” que son evaluados por la prensa y por el público por su supuesta capacidad de predicción. Cada día aparecen entrevistas que presentan al gurú del día con frases como: “el Doctor X fue quien predijo la crisis de 2008” o “su libro publicado en 2006 ya auguró la catástrofe económica”. Y así, unos supuestos profesionales de la economía son tratados como druidas con poderes mágicos capaces de leer las entrañas de los pollos sagrados y predecir el futuro económico y, sin que se les caiga la cara de vergüenza, se pasean de plató en plató analizando el futuro de la economía del mundo con una precisión que deja a los economistas de verdad totalmente descolocados: ¿En qué oráculo han aprendido estas técnicas de futurología aplicada a las ciencias económicas?
La verdad es que no han aprendido ninguna técnica de predicción porqué esas supuestas técnicas no existen. Del mismo modo que un médico no puede predecir a qué edad una persona va a caer víctima de un ataque de corazón o en qué día le va a coger a uno la gripe, los economistas somos incapaces de augurar el futuro con esa misma precisión. ¡Y quien hace ese tipo de predicciones es un auténtico farsante!
Pero cómo: ¡si todos podemos leer el libro en que el Doctor X predijo la crisis! ¿Cómo nos puede usted ahora decir que no tiene capacidad de predicción?
La respuesta a esa pregunta es lo que se llama “la falacia de la racha”. Me explico. Imaginemos un juego en el que se trata de adivinar si el lanzamiento de una moneda al aire saldrá cara o saldrá cruz. La moneda es perfectamente simétrica por lo que la probabilidad de que salga cara (o cruz) es del 50%. Imaginemos que juegan 1 millón de personas: todas dicen cara o cruz y lanzan la moneda al aire. Más o menos el 50% de ellas (una 500.000 personas) van a acertar. Ninguna de ellas tiene la más mínima capacidad de predicción, pero la suerte ha hecho que acierten.
Cojamos a los 500.000 que han acertado y volvamos a jugar. De nuevo, el 50% va a acertar por lo que tendremos 250.000 personas que ha acertado 2 veces seguidas. Cojamos a esas personas y las volvemos a hacer jugar. El 50% acertará por lo que 125.000 personas habrá acertado 3 veces seguidas. Si seguimos el juego, llegará un momento en que unas 1000 personas habrán acertado 10 veces seguidas. E incluso habrá una persona que habrá acertado 20 veces seguidas.
¡20 veces seguidas! ¡Menudo fenómeno será el tipo que haya acertado 20 veces seguidas. Un prodigio digno de ser paseado por todas las televisones y de participar en programas donde se le pregunta por su extraordinaria técnica de predicción! Al fin y al cabo, si ha acertado 20 veces seguidas, algún poder de predicción deberá tener el tipo, ¿no? ¡Pues no! Podemos decir que quien haya acertado 20 veces es muy afortunado pero su probabilidad de acertar a la siguiente sigue siendo del 50%.
Pues eso mismo es lo que pasa con los astrólogos de la economía: es posible que en su día acertaran a adivinar que venía una crisis. Incluso es posible que hayan acertado dos o tres veces más. Entre los millones de supuestos gurus que hacen futurología siempre hay algunos que la aciertan, pero eso no quiere decir que tengan ninguna capacidad de predicción. Igual que al señor que acertó cara o cruz 20 veces seguidas.
La pregunta realmente interesante es: si todo esto de la predicción económica es una farsa, ¿por qué hay tanta gente, tantas empresas, tantos gobiernos, tanta prensa y tantos inversores que gasta dinero para pedir consejo sobre el futuro a esos supuestos hechiceros? La respuesta es que la gente tiende a creer en la “falacia de racha”. La gente tiene una especial propensión a creer que existen fuerzas mágicas (como la superstición) que regulan a las fuerzas de la aletoriedad y que estas fuerzas de manifiestan con unos pocos datos. Por ejemplo, nadie sabe exactamente por qué pero cuando un jugador de basket “está en racha” de marcar, todo el mundo espera que marque el siguiente tiro. Cuando un jugador de ruleta “está en racha” de acertar números, todos los jugadores de su alrededor apuestas sus mismos números porqué hay algo que guía su suerte. Cuando un crupier se reparte a sí mismo un Black Jack cuatro o cinco veces seguidas, abandonan la mesa pensando que no van a poder competir contra un croupier “en racha”. Cuando un vendedor de lotería vende la lotería de Navidad, sus ventas en años sucesivos de multiplican. Y esto es así a pesar de que las estadísticas demuestran que la probabilidad de acertar “el siguiente” basket es la misma cuando un jugador está en racha y no lo está, la probabilidad de acertar a la ruleta es la misma independientemente de las veces que uno ha acertado con anterioridad, la probabilidad de que un crupier se dé un Black Jack no depende de si se lo ha dado en las tras o cuatro manos anteriores y la probabilidad de que un tiquet de lotería salga ganador no depende de si su vendedor vendió el gordo el año pasado.
Los psicólogos evolutivos (Barret 2004) piensan que, para sobrevivir y reproducirse, los humanos tuvieron que desarrollar unos mecanismos de prevención que se pusieran en funcionamiento ante unas pocas señales provenientes de “fuerzas mágicas” que revelaban la existencia de peligro o comida.
En un reciente artículo los economistas experimentales Nattavuh Powdthavee (de la London School of Economics) y Yohanes Riyanto (de Nanyang Technological University) han llevado a cabo un interesante experimento. Han reunido a 378 estudiantes (de económicas, ciencias, humanidades, ingeniería, ADE y ciencias sociales) a jugar a cara o cruz. A cada estudiante se le asignan 300 fichas para apostar y se les pide que usen su propia moneda para que sepan que la moneda no está trucada.
Antes de empezar se le ofrece al estudiante un sobre con unas “predicciones” sobre lo que va a salir a cambio de 10 fichas. Lógicamente, esas predicciones son completamente inútiles porque nadie puede predecir si va a salir cara o cruz. Y los estudiantes, que son listos, lo saben. Si el estudiante compra, se le enseñan las predicciones y el estudiante lanza. Si no compra, el estudiante lanza y después del lanzamiento se le enseña lo que decía la predicción sin ningún coste (obviamente, para el 50% de los estudiantes la “predicción” era acertada) y se le vuelve a ofrecer la posibilidad de comprar las predicciones por 10 fichas. Y así sucesivamente.
El resultado del experimento es sumamente interesante: los estudiantes que (por casualidad) recibieron “predicciones acertadas” en las primeras jugadas tendieron a pensar que “el efecto racha” existía y, al ver que el sobre contenía predicciones que se acababan cumpliendo, pasaron a comprar el sobre de las predicciones masivamente.
Los estudiantes cuyas predicciones fallaron de vez en cuando, no compraron. Y los que tuvieron la “mala suerte” de obtener predicciones que fallaban SIEMPRE también compraron porqué pensaron que la predicción era inversa: “cada vez que la predicción diga cara, yo diré cruz”, pensaron.
La lección de este experimento es que, incluso gente inteligente que entiende la aletoriedad del lanzamiento de una moneda al aire, cae en la tentación de creer en las rachas y las supersticiones y acaba cometiendo el acto irracional de comprar información absolutamente inútil sobre el futuro.
Cuando empezó la crisis había miles de “futurólogos” que habían hecho predicciones sobre el futuro de la economía. Algunos tuvieron la suerte de acertar: habían dicho cruz un par o tres de veces y salió cruz un par o tres de veces. La prensa cayó víctima de la trampa sin pensar que semejante “prodigio” no era fruto de una capacidad mágica especial sino de la estadística elemental y los farsantes pasaron a pasearse por todo el mundo haciendo predicciones... y cobrando muchísimo dinero por ellas. Son los nuevos hechiceros de la economía, los druidas de la modernidad.

El contador de cuerpos

Tina Rosenberg.


Traducción de Iñigo Valverde.





La coreografía de una típica investigación sobre cuestiones de los derechos humanos es la siguiente: los investigadores entrevistan a las víctimas y a los testigos y redactan su informe. Los medios de comunicación locales lo cubren – si pueden. A continuación, los acusados lo refutan; no quedan más que unos relatos, es la palabra de unos contra la de otros, las fuentes son parciales, las pruebas manipuladas. Y se estanca la cuestión.
El 13 de marzo de 2002, en un tribunal de La Haya, ocurrió algo diferente. En el juicio de Slobodan Milosevic, Patrick Ball, un estadístico americano, presentó unos números para apoyar la alegación de que Milosevic había seguido una política deliberada de limpieza étnica. «Hemos encontrado pruebas coherentes con la hipótesis de que las fuerzas yugoslavas obligaron a la gente a abandonar sus casas, expulsaron por la fuerza a los albano-kosovares de sus hogares, y causaron muertes de personas «, dijo Ball.
Ball hizo esta declaración en el interrogatorio al que lo sometió el abogado de Milosevic, que era, de hecho, el propio Milosevic. Durante dos días, el ex presidente de Yugoslavia utilizó su tiempo atacando a Ball con que las pruebas habían sido manipuladas. Las organizaciones que habían recopilado los datos eran anti-serbias y trataban de «galvanizar la opinión pública y amplificar la hostilidad contra los serbios y el deseo de castigarlos», insistió Milosevic. La guerra es el caos, dijo – ¿cómo se puede ser tan simplista como para pensar que los resultados tienen una sola causa? ¿Por qué no analiza usted los flujos de refugiados serbios? ¿Cómo puede usted, alguien que se describe a sí mismo como partidario del Derecho internacional, considerarse objetivo?
Estos eran los argumentos habituales. Rara vez convencen, pero su mera existencia establece un contrapeso a las acusaciones formuladas por grupos de derechos humanos: una persona que se plantea argumentar que es su palabra contra la nuestra tiene ahí algo a lo que agarrarse. Pero Ball ofreció unas pruebas mucho más consistentes que las entrevistas con los albaneses que habían huido de sus aldeas. Había obtenido los registros de las fronteras de Kosovo donde se reseñaban las personas que se habían ido y cuándo lo habían hecho. Tenía datos de las exhumaciones y una gran cantidad de información acerca de los desplazados. En dos palabras, tenía números.
Tradicionalmente, el trabajo en relación con los derechos humanos venía siendo más parecido al periodismo de investigación, pero Ball es el más influyente de un pequeño grupo de personas a escala global que ven el mundo no en términos de palabras, sino de cifras. Su especialidad es la aplicación de un análisis cuantitativo a montañas de anécdotas, la búsqueda de correlaciones que organicen un relato de forma que no pueda refutarse fácilmente.
¿Podrían haberse efectuado los movimientos de refugiados al azar? No, dijo Ball. Había analizado también las muertes de los kosovares y encontró que ambos fenómenos se habían producido en los mismos momentos y en los mismos lugares – desplazamientos y muertes, mano a mano. «Recuerdo muy bien el momento de asombro que sentí cuando vi el gráfico de muertes por primera vez», dijo Ball a Milosevic. «Yo mismo pensé que había cometido algún error, al ver que la correlación era tan estrecha».
Algo había provocado los dos fenómenos, y Ball examinó tres posibilidades. En primer lugar, las oleadas de muertes y desplazamientos no ocurrieron durante o poco después de los bombardeos de la OTAN. Tampoco eran coherentes con las pautas de ataque de los grupos guerrilleros albaneses. Eran coherentes, sin embargo, con la tercera hipótesis: que las fuerzas serbias llevaban a cabo una campaña sistemática de asesinatos y expulsiones.
En su testimonio, Ball estaba haciendo algo con lo que otros trabajadores de derechos humanos sólo pueden fantasear: se enfrentó al acusado, lo puso frente a la evidencia, y lo vio rendir cuentas. A aquellas alturas, Milosevic, en sus cuatro guerras, había matado a unas 125.000 personas, más que nadie en Europa desde Stalin. Pero ahora el carnicero de los Balcanes se sentaba en una sala que parecía más bien un aula de un instituto de segunda enseñanza, con dos agentes de policía holandeses detrás de él y su celda esperándole al final de la sesión de cada día, con bravatas retóricas como única arma disponible contra los testimonios de Ball.
Milosevic murió antes de que finalizara el juicio. Ball volvió a Washington y luego pasó a Lima para trabajar para la Comisión de la Verdad y la Reconciliación del Perú – una de las docenas de comisiones de la verdad, tribunales y organismos de investigación donde sus métodos han cambiado nuestra comprensión de la guerra.
BALL tiene 46 años, corpulento, no muy alto y con barba, con gafas y el pelo de color castaño rojizo, que solía recogerse en una cola de caballo. Su actitud es más bien la de un friki entrañable. Pero es también un apóstol, un verdadero creyente en la necesidad de tener una visión real de la historia, de decir la verdad sobre el sufrimiento y la muerte. Como todos los apóstoles, puede impacientarse con las personas que no comparten sus prioridades; su dificultad para aguantar a los tontos (un grupo extenso, al parecer) no siempre es una ayuda para su causa.
Ball no tenía intención de convertirse en un estadístico de los derechos humanos. En la década de los 80, antes de hacer el doctorado en la Universidad de Michigan, se involucró en las protestas contra la intervención de la administración Reagan en América Central. Hizo algo más que protestar – se dirigió a Matagalpa, Nicaragua, a la cosecha de café, en la época sandinista. Odiaba el trabajo y en su lugar construyó una base de datos en la cooperativa cafetera para llevar el control del inventario.
En 1991 aplicó por primera vez las estadísticas a los derechos humanos en El Salvador. La Comisión de la Verdad de Naciones Unidas para El Salvador se creó en un momento favorable – la nueva práctica de recopilar información exhaustiva sobre los abusos contra los derechos humanos coincidió con ciertos avances en materia de computación que permitieron a personas que disponían de ordenadores personales corrientes organizar y utilizar los datos. Los estadísticos habían hecho ya mucho trabajo sobre los derechos humanos – personas como William Seltzer, ex jefe de estadística de las Naciones Unidas, y Herb Spirer, profesor y mentor de casi todo el mundo en ese campo hoy en día, había ayudado a las organizaciones elegir el método de análisis correcto, había desarrollado maneras de clasificar a los países en varios índices, y había descubierto la manera de medir el cumplimiento de los tratados internacionales. Pero el problema de contar y clasificar testimonios masivos era algo nuevo.

Debunking the Myth of Clutch in the NBA Once and for All. Adam Fromal

We NBA fans have all been there. 

Our team is down by one point with the final seconds of a crucial game ticking away slowly as the shot clock continues its maddening march to zero. We stare intently at the television and hope that the ball somehow finds its way into the awaiting arms of our team's star player (for me, unfortunately, that just happens to be Joe Johnson). 

As soon as he gets it, we just know that he's going to turn to face the basket, loft up a pretty-looking jump shot and inevitably make the final shot of the game as the buzzer sounds and single-handedly produces more decibels than the mass of fans at the stadium, all watching the arc of the ball in silence. 

The game ends and our hero has added one more clutch shot to the lengthy list of heroic moments in his career. 

But what if I told you that there was no such thing as clutch? 

Surely, this is where half of you are going to click through to the next article and dismiss me as some idiot who just happened to stumble onto a writing gig. But hear me out before you make up your mind.

Chances are, you've never questioned the existence of clutch, but rather assumed that it exists because people talk about it. 

I was one of those people until a few years back when my friend Shashank Bharadwaj dropped a bombshell and told me that clutch didn't actually exist.


Read full in bleacher report.