Jim Powell es académico titular del Cato Institute y autor de FDR’s Folley, Bully Boy: The Truth About Theodore Roosevelt’s Legacy y Greatest Emancipations.
El gasto público es lo que determina los impuestos, los déficits, la deuda y la inflación, por lo tanto es la raíz de nuestros problemas. ¿Qué se puede hacer con un gasto descontrolado? La tendencia es imaginarse que se podría controlar eligiendo a los políticos indicados, promulgando leyes como una enmienda de presupuesto balanceado, aprobando en las urnas una iniciativa de limitación del gasto, estableciendo un super comité o logrando algún tipo de “gran acuerdo”.
Estas y otras estrategias bien intencionadas han fracasado, principalmente porque fueron intentos de que los políticos actúen en contra de sus propios intereses. Los políticos generalmente quieren más poder lo cual significa más dinero, más leyes, más regulaciones y más burócratas. La experiencia histórica sugiere que los gobernantes —ya sean reyes, dictadores o políticos electos— tienen una necesidad visceral de gastar dinero que no tienen. No se pueden controlar. Ellos esquivarán cualquier esfuerzo de restringir el gasto. Por esta razón naciones ricas como Japón, Arabia Saudita y EE.UU. están gastando dinero que no tienen e incurriendo en crónicos déficits presupuestarios.
Todo esto ha estado sucediendo por mucho tiempo, una señal de que estamos lidiando con una de las fuerzas más potentes en la política. El gasto descontrolado muchas veces ha contribuido a la caída de los grandes y poderosos.
Por ejemplo, los problemas de gasto empezaron a volverse evidentes a principios del Imperio Romano y se volvieron gigantescos en el tercer siglo E.C. Incluso tal vez desde el tercer siglo A.E.C., Roma empezó a acuñar una moneda de oro que llegó a ser conocida como el aureus. Originalmente el valor nominal de la moneda igualaba el valor de mercado en oro contenida en ella.
Luego gobernantes mafiosos gastaron dinero que no tenían en subsidios a los granos, entretenimientos públicos, una burocracia gigantesca y el estamento militar. Estos gobiernos aumentaron constantemente los impuestos y devaluaron el dinero, socavando la economía. Ellos intentaron pagar sus cuentas devaluando el aureus. Emitieron monedas de oro que tenían el mismo valor nominal pero cada vez menos oro. En 81 A.E.C. (cuando gobernaba Sulla), el aureus tenía 10,9 gramos de oro, pero esto cayó a 9,09 gramos en 50 A.E.C. (Pompeius), a 8,18 gramos en 46 A.E.C. cuando gobernaba César, luego a 7,80 gramos en 15 A.E.C. (Augusto), a 7,27 gramos en 60 E.C. (Nerón), a 6,55 gramos en 214 E.C (Caracella), a 5,45 gramos en 292 E.C (Diocleciano), a 4,54 gramos en 312 E.C (Constantino) y a 3,29 gramos en 367 E.C (Valentiniano).
Hubo inflación: los precios aumentaron conforme los comerciantes demandaban más monedas por sus productos (un valor nominal total más alto), para asegurar que su pago en oro fuese el mismo que antes. La moneda de plata de Roma, el denario, fue devaluada de igual forma. El caos monetario, con tantas monedas circulando que no eran lo que parecían ser, contribuyó al caos económico, un factor importante en la caída del Imperio Romano.
Los gobernantes chinos introdujeron el dinero de papel alrededor de 960 E.C. Evidentemente pronto descubrieron que podían adquirir sus lujos favoritos y pagarle a sus armadas imprimiendo más dinero, y lo hicieron con gusto. A fines del siglo 13 C.E., un comerciante y cronista de Venecia, Marco Polo —teniendo poco conocimiento de la experiencia China— se maravilló con la brillantez del gobernante de Mongolia del cual “verdaderamente se puede decir que posee el secreto de los alquimistas”. Convenció a los comerciantes de darle cosas maravillosas y todo lo que ofreció en retorno fueron pedazos de papel estampado provenientes de los árboles de mora. Era un buen sistema. Desafortunadamente, la gente se dio cuenta de que el dinero de papel perdía valor conforme los precios se elevaban, momento en el cual todos trataban de evitarlo. Para que el juego del dinero de papel pudiera seguir, algunos gobernantes decretaron la pena de muerte para los insatisfechos que se negaban a aceptarlo.
El dinero de papel de una dinastía era eliminado cuando, como eventualmente ocurrió, la dinastía era derrotada por invasores o rebeldes. Los nuevos gobernantes emitían su propio dinero de papel que, como sus antecesores, era depreciado y eliminado. En total, siete dinastías chinas emitieron dinero de papel. Ocasionalmente nuevo dinero de papel era intercambiado por dinero viejo a tasas de hasta 1.000 a 1 (viejo/nuevo). Los registros chinos muestran que la oferta de dinero se disparó por un factor de más de 3.200 entre 1260 y 1330 E.C. Durante este periodo, la inflación contribuyó al colapso de las dinastías Song y Yuan. Luego vino la dinastía Ming que introdujo su propio dinero de papel, pero se dice que este perdió 99 por ciento de su valor para 1425. Luego la dinastía Ch’ing intentó utilizar el dinero de papel pero este perdió todo su valor en 11 años. La dinastía Ch’ing intentó usar el dinero de papel nuevamente pero este perdió su valor en solamente 8 años. La inflación descontrolada contribuyó a la derrota de Chiang Kai Shek en su lucha en contra de los comunistas liderados por Mao Zedong en 1949.
Inglaterra, donde la prosperidad industrial empezó a desarrollarse por primera vez, tuvo una serie de soberanos despilfarradores. El más irresponsable de estos probablemente fue Enrique VIII (gobernó desde 1509 hasta 1547). Este es el rey que se casó seis veces. Él se gastó gigantescas sumas en sus palacios, en sus legiones de empleados públicos, en la marina inglesa y en guerras en contra de Francia. El biógrafo Derek Wilson destacó que debido a la inconveniente resistencia a los impuestos, “las necesidades y deseos del Rey no podían ser satisfechas simplemente acudiendo a la gente [a pedirles más dinero]”.
Enrique VIII gozó de ingresos extraordinarios al confiscar propiedades de la Iglesia Católica en Inglaterra, pero se encontró en problemas financieros nuevamente. Él recurrió al viejo truco de emitir monedas con menos contenido de oro o plata que aquel indicado en el valor nominal de las monedas —la “Gran Devaluación” como se conocería luego a este episodio. El rey estaba quebrado. Irónicamente, la primera ley de bancarrota de Inglaterra fue creada durante su reinado, para proteger a los acreedores.
El penny inglés tenía 1.438 miligramos de plata en 1299 E.C., pero esto cayó a 687 miligramos en 1526, durante el reinado de Henry VIII. En 1552 habían solo 518 miligramos de plata cuando su sucesor Eduardo VI reinó.
España fue la única nación que extrajo cantidades considerables de oro y plata del Mundo Nuevo. Durante el siglo dieciséis, barcos llenos de tesoros parecían darle a España una gran ventaja frente a sus rivales europeos. Pero el Rey Felipe II (gobernó entre 1554-1598) parece habérselo gastado todo y algo más en guerras y lujos como la gigantesca residencia real, El Escorial, la cual tenía un monasterio, una biblioteca y una galería de arte (todo el complejo tiene casi 15 millas de corredores). El Escorial fue un proyecto de construcción de 21 años de duración para celebrar la victoria de España frente a Francia. Felipe acabó declarándose en default cuatro veces —en 1557, 1560, 1575 y 1596.
Los ingresos reales se duplicaron durante las cuatro décadas del reinado de Felipe, pero el gasto aumentó incluso más rápido. En total, hubo déficits en 28 de 30 años. En 1576, cuando el ingreso de Felipe había aumentado en más de un 50 por ciento, su deuda aumentó en un tercio. Su última bancarrota ocurrió durante la década que fue el clímax de los envíos de oro y plata a España. ¡Eso fue cuando Felipe estuvo más profundamente endeudado!
La gran mayoría de los bancos centrales fueron establecidos después de 1900 para ayudar a los gobiernos a gastar dinero que no tenían. Se han convertido en generadores de inflación. El mayor número de inflaciones descontroladas y las peores inflaciones descontroladas han ocurrido a partir de 1900.
Probablemente la inflación descontrolada más famosa ocurrió en Alemania, que llegó a su clímax en 1923. De esta inflación se ha culpado en gran medida a las reparaciones por la guerra demandadas por los victoriosos adversarios de Alemania en la Primera Guerra Mundial, pero las reparaciones llegaron a un máximo de 11,8 por ciento del presupuesto del gobierno durante dicha inflación.
¿Cómo, entonces, se explica esto? Antes de la guerra, Alemania había establecido un gran Estado de Bienestar y durante la guerra lo expandió de manera dramática. Este no fue desmantelado después de la guerra. Alemania tenía un sistema estatal de pensiones similar al Seguro Social de EE.UU. El gobierno alemán proveía seguro de salud para millones de personas. Habían programas del gobierno alemán para 1,5 millones de veteranos de la guerra. El gobierno alemán rescató a los municipios. El gobierno subsidió generosamente las artes. Habían teatros y operas estatales. Los ferrocarriles estatales perdieron dinero. Las empresas estatales ni siquiera podían generar ganancias produciendo margarina y salchichas.
Esta inflación descontrolada destruyó los ahorros, dejó en la bancarrota y desilusionados a los alemanes de clase media, a quienes Adolf Hitler les decía “billonarios con hambre” —tenían miles de millones de marcos pero no podían pagar por un molde de pan. Hitler surgió como una figura política importante durante la inflación descontrolada.
La actual crisis financiera en Grecia es principalmente el resultado de un gasto público descontrolado. Los déficits presupuestarios han aumentado cuando los ingresos aumentaron y cuando estos disminuyeron —y el gobierno acumuló más y más deuda.
Las abultadas burocracias estatales griegas, organizadas en sindicatos, estaban acostumbradas a cobrar 14 meses de trabajo cada 12 meses. Durante décadas, los políticos griegos calmaban a los ciudadanos descontentos agregando más personas a la burocracia y ahora alrededor de 1 de cada 4 griegos trabaja para el gobierno. En un esfuerzo sin éxito de pagar todo el gasto, los impuestos fueron elevados tanto que más y más griegos hacían negocios libres de impuestos en el mercado negro. Aproximadamente un tercio de la economía está “por debajo de la mesa”. El gobierno puso a la venta alrededor de 6.000 islas, buscando millonarios y billonarios que quisieran un lugar muy especial.
¿Qué significa todo esto para EE.UU. que recientemente sobrepaso un dudoso hito —la deuda nacional equivale a 100 por ciento del PIB? Es políticamente casi imposible controlar el gasto excesivo cuando la gente cree que el gobierno puede continuar pagando. Siempre y cuando haya dinero en la caja chica, la presión política para gastarlo será abrumadora. Las decenas de millones de electores que reciben beneficios del Estado —como los pensionados mayores de edad, los empleados públicos pertenecientes a un sindicato, los que se benefician de los subsidios para los paneles solares y los banqueros de Wall Street— probablemente harán vilanos de los políticos valientes que sugieran que el gobierno ya no puede financiarlo todo. Aquí es donde estamos ahora.
Una oportunidad para realizar una reforma al gasto podría venir cuando la gente empiece a reconocer señales de advertencia de una inminente bancarrota del gobierno, como beneficios pagados con retraso, ventas fracasadas de bonos del Estado, tipos de cambio del dólar en caída libre o una inflación acelerada. Cuando la crisis financiera llegue, es probable que rompa el encanto de los que cabildean por más gasto y se vuelvan posibles las reformas.
Dadas las circunstancias, es poco probable que los líderes políticos elijan ideas nuevas. En cambio, considerarán ideas que ya han sido discutidas y debatidas, ideas con las que la gente se ha familiarizado y las cuales considera responsables. La tarea urgente para muchos de nosotros es ayudar a poner las ideas de libre mercado “en el aire”, para que puedan ser adoptadas durante una crisis financiera. El respaldo político surgiría si más y más personas concluyesen que estas son las opciones menos malas para ellos, ya que acabarían con algo que es mejor que nada.
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