El conductor de la ambulancia municipal que trasladó a Ciriaco Sanz a la Ciudad Sanitaria de Cruces manifestó que éste le comentó, antes de perder el conocimiento: "Me he salvado porque me he tirado al suelo en el momento en que me dispararon". Sin embargo, su estado fue calificado de grave por los médicos que lo atendieron. La víctima presentaba heridas múltiples por arma de fuego en ambos glúteos y piernas, además de shock hipovolémico provocado por la hemorragia. Falleció en la tarde del 9 de enero de 1979.
Ciriaco Sanz García, de 50 años, era natural de la localidad de Santa Inés, en la provincia de Burgos. Estaba casado y tenía cuatro hijos, uno de ellos también guardia civil destinado en el mismo cuartel que el padre. Residía en Llodio desde hacía veintisiete años donde era una persona muy conocida.
Tras recibir las primeras curas en la casa de socorro de Alsasua, fue trasladado al Hospital de Navarra. El equipo quirúrgico intervino a Sebastián durante casi ocho horas, y se le tuvieron que hacer veinticuatro transfusiones de sangre. Poco después de las diez de la mañana fallecía a causa de una insuficiencia renal aguda por necrosis.
Por este atentado sólo fue condenado -por realizar labores de vigilancia sobre la víctima- Jesús Razquin Mendinueta a un año de prisión menor y a indemnizar con 8 millones de pesetas a la familia.
Sebastián Arroyo González, guardia civil retirado de 53 años, era natural de la localidad de Sobradillo (Salamanca). Desde hacía diez años trabajaba en la empresa Igartex, dedicada a la fabricación de guantes. Estaba casado y tenía cuatro hijos.
Dos días antes del atentado que le costó la vida, Gervasio Jáuregui, uno de los militantes históricos del PP vasco, paró a José Ignacio y le regañó por haber renunciado a llevar escolta: "No puedes ir de un lado a otro sin escolta; las cosas están muy mal". José Ignacio le contestó con una pregunta: "¿A mí qué me va a pasar?".
Durante la noche, los terroristas forzaron la puerta del copiloto de su vehículo y colocaron bajo el asiento del conductor una bomba activada con un temporizador. Salió de su casa, en el barrio de Pilartxo Enea, a las siete y media de la mañana. A los pocos minutos, paró a desayunar en el bar Gaztelu. Luego reemprendió su camino hacia la empresa de su familia, Maderas Iruretagoyena. Llegó a recorrer más de un kilómetro con la bomba colocada bajo su asiento. La explosión provocó que el cuerpo de José Ignacio quedase mutilado, con la pierna y el brazo izquierdo amputados, con el resto del cuerpo destrozado y el corazón roto.
El 10 de enero de 2001, durante un homenaje a José Ignacio Iruretagoyena, ETA intentó asesinar a los líderes del PP vasco colocando una bomba -escondida en una maceta junto a la tumba del edil- que debía ser accionada con un mando a distancia. Carlos Iturgáiz, entonces presidente del PP del País Vasco, declaró que, según le había informado la Ertzaintza, un fallo en el mando a distancia evitó que explotase el artefacto mientras la dirección de los populares y familiares del concejal asesinado participaban en el acto homenaje en el cementerio de Zarauz.
En 2006 la Audiencia Nacional condenó a Gregorio Escudero a 42 años de prisión por haber facilitado la información que permitió cometer el atentado. En diciembre de 2009 se condenó a los etarras Javier García Gaztelu, alias Txapote, e Irantzu Gallastegui Sudupe a 46 años por el mismo asesinato. Ambos son de los etarras con un historial más sangriento dentro de la banda terrorista, y autores de algunos de los asesinatos que más han conmocionado a la sociedad española, como el de Miguel Ángel Blanco, del que se considera que fueron autores materiales.
José Ignacio Iruretagoyena tenía 35 años, estaba casado con María José Imaz y tenía dos hijos de 3 años y seis meses, Mikel y Eneko.
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