La libertad no es una palabra vacía, es el componente básico del bienestar emocional.
Libertad para decir, escuchar, leer o escribir lo que nos plazca; para seleccionar a nuestros afectos; para rechazar o aplaudir; para intentar vivir dónde y cómo deseamos. Libertad para equivocarnos y levantarnos en la constante lucha por una felicidad que solo podemos definir individualmente. Libertad para no tener que fingir unas adhesiones que no sentimos.
El autoritarismo, dedicado a construir sociedades uniformes, genera crueles disonancias en quienes lo padecen. Biológicamente estamos conformados para la coherencia y la verdad y ese comportamiento solo se obtiene donde somos libres y no estamos gobernados por seres arrogantes que tienen todas las respuestas y dirigen nuestras vidas como les da la gana.
Es posible que el éxito económico chino esté en la dirección férrea del partido único. No es una excepción.
El salto a la modernidad de España y Chile tuvo relación directa con la dureza de los dictadores Franco y Pinochet, cuando impusieron ciertas reformas para dinamizar la productividad de esas naciones, pero el objetivo no es ser un esclavo bien cuidado y próspero. El objetivo es no ser esclavo.
Hong Kong, como colonia inglesa, se enriqueció sin dejar de ser libre. Taiwán, con la prosperidad, se desprendió de sus orígenes dictatoriales transformándose en un pueblo libre.
Li debiera saberlo: no hay que elegir entre la libertad y el progreso. Se pueden conquistar ambas metas. Otros lo han hecho.
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