En marzo de 2003 la policía política cubana cayó sin compasión sobre 75 destacados demócratas cubanos y los encarceló. Se trataba de un grupo selecto de opositores. En cierta medida, eran los disidentes más brillantes y combativos de la Isla. La policía, como siempre, alegó que los detenidos estaban al servicio de Estados Unidos. No era cierto. Esa era la coartada. La verdad es que la redada y la escandalosa oleada represiva tenían como objeto dar un escarmiento para advertirles a los cubanos lo que podía pasarles si se atrevían a pensar y actuar por cuenta propia.
La verdad es que los apresaron y condenaron a largas penas por escribir sin miedo en medios de comunicación situados fuera de Cuba, prestar libros prohibidos, propagar la declaración de Derechos Humanos, solicitar un referéndum sobre el dictatorial modelo que el país padece desde hace casi medio siglo, y por organizar grupos políticos pacíficos que no comulgan con los dogmas marxistas-leninistas y proponen otras fórmulas más razonables y civilizadas de organizar a la sociedad.
La verdad (nunca admitida, porque el Comandante jamás se equivoca) es que Fidel Castro -que fue quien decidió el momento y la forma de dar el zarpazo-, entonces presidente del país, ignorante sobre cómo funciona el sistema judicial norteamericano, pensaba convertir a sus rehenes en una pieza de negociación para canjearlos por los cinco agentes de inteligencia condenados por espionaje poco antes en Estados Unidos. Los "americanos" ni siquiera se percataron de la cruel transacción que el viejo tirano les estaba planteando.
Leer completo en el blog de Carlos Alberto Montaner.
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