Instinto paternal. Jorge Alcalde

Un estudio del que hemos tenido conocimiento esta semana viene a corroborar la intuición del humanista de Burdeos. Según se ha publicado en la revisa Proceedings of the National Academy of Sciences, los niveles de testosterona de los hombres descienden significativamente tras la paternidad. Es decir, que las mujeres no son las únicas que experimentan variaciones hormonales durante el embarazo y la crianza de los hijos.


El tamaño del cráneo de los chimpancés recién nacidos es aproximadamente un tercio del de los individuos adultos. Si los humanos hubiéramos mantenido esa proporción, ninguna mujer sería capaz de parir sin morir en el intento. Un cráneo de 500 centímetros cúbicos (el volumen del cerebro adulto del ser humano es de unos 1.500 centímetros cúbicos) no cabría ni por la más ancha cadera femenina. Para poder salir del vientre materno, los humanos tenemos que nacer con el cráneo menos desarrollado del mundo de los mamíferos. Es decir, las mujeres dan a luz a sus hijos antes de que el feto se desarrolle plenamente. Los bebés humanos nacen a medio hacer. De otro modo, no podrían jamás ser expulsados del útero materno. El parto humano es siempre un parto prematuro, por lo que nuestras crías nacen con el mayor grado de dependencia entre los mamíferos; están necesitadas de cuidados durante muchos años, y en su crianza interviene toda la familia (no solo la madre).



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