Carlos Rodríguez Braun. El Mundo, suplemento El Cultural, 1 junio 2012.
Hay
varios libros recientes con títulos conminatorios, como“¡Indignaos!”, que casi
nunca apremian a la defensa de la libertad. Un nuevo ejemplo es Paul Krugman,
que impetra ¡Acabad ya con esta crisis!,
pero se lo reclama a los gobiernos, como si no tuvieran responsabilidad alguna
en haberla provocado, propiciado o prolongado. Este Premio Nobel comparte y
anima las fantasías antiliberales. Si su última obra sobre la economía de la
depresión giraba en torno a la ilusión de que el Estado se había contraído (lo
criticamos aquí: http://goo.gl/yvYHO), en
este nuevo libro asegura que lo malo del Estado no es que intervenga mucho sino
que no interviene lo suficiente. Todos nuestros males se arreglarían de forma
“casi increíblemente fácil” con más gasto público. No ahorra simplificaciones
keynesianas, incluyendo el ejemplo de la cooperativa de canguros, también
mencionado en su libro anterior. La diferencia es que antes decía que los
bancos centrales resolverían la depresión, y ahora dice que necesitamos también
más gasto público. Para ello se apoya en ideas populares pero cuestionables,
como que nunca hay que bajar el gasto porque “el gasto son los ingresos”, o que
no puede haber inflación si hay depresión, o que mientras no suban los tipos de
interés el crecimiento de la deuda pública puede ser ilimitado sin efectos
dañinos, o que el gasto militar acabó con la Gran Depresión: “La Gran Depresión
se terminó gracias a un aluvión de gasto público y hoy necesitamos,
desesperadamente, algo semejante”. Igual que sostuvo su admirado Keynes, todo
lo que sea libertad económica es para Krugman un problema, porque según él la
libertad nos ha conducido a la crisis, y saldremos de ella si el Estado gasta y
se endeuda más, para compensar lo que hace el resto de la economía. Esta
macroeconomía convencional es tan dudosa como su tesis de que lo malo es el
“exceso de ahorro mundial” o que la crisis se derivó de la desregulación y la
“banca en la sombra”, como si la política monetaria expansiva no hubiese tenido
responsabilidad alguna. Se suceden los tópicos, como que los empresarios son
liberales, algo que los economistas saben que no es verdad desde los tiempos de
Adam Smith, o que hay que descartar los “argumentos liquidacionistas” de
Schumpeter o Hayek, como si no hubiera habido un problema de sobreinversión
generado por la intervención política. Krugman desprecia todas las teorías que
no concluyan recomendando más intervencionismo, más expansiones monetarias y
fiscales, como si fueran recetas mágicas, o irrefutables, o carecieran de
consecuencias no plausibles. Uno comprende el entusiasmo de los socialistas con
Paul Krugman. Es verdad que a veces les hace sonrojar, como cuando predice de
forma inminente el corralito en España y el colapso del euro, pero a cambio les
da mucha felicidad cuando recela de la libertad y reclama con insistencia los
eurobonos, y más intervencionismo, más gasto, más déficit, más deuda, más impuestos,
y otros beneficios para el pueblo. Por cierto, también pide más inflación y
asegura que alivia las deudas. Recuérdelo usted cuando le suban la hipoteca.
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