Carlos Rodríguez Braun.
Este libro es un inteligente replanteamiento de la necesidad del intervencionismo estatal. Los autores, destacados especialistas y profesores en el M.I.T., recurren a la estrategia del centrismo y se presentan como equidistantes de dos extremos: por un lado, las burocracias internacionales, las ONGs y el buenismo progresista antiliberal que asegura que la pobreza se resuelve con más intervencionismo, más gasto público y más ayuda al desarrollo; por otro lado, los liberales que promueven el fin de esa ayuda y el apoyo a la libertad y sus instituciones, como la propiedad privada y el comercio libre. Su centrismo, no obstante, es un espejismo, porque el libro procura apuntalar el intervencionismo, no a socavarlo, aunque esta conclusión va apareciendo a lo largo del texto y no resulta patente al comienzo.
En efecto, abundan declaraciones aparentemente neutrales del estilo “el lector no descubrirá en este libro si la ayuda es buena o mala”, políticamente incorrectas como “en el sector público las cosas están mucho peor que en el privado”, o directamente heréticas, como cuando denuncian el increíble despilfarro de la ayuda oficial o la consigna progresista que nos da la tabarra con las masas crecientes de millones hambrientos: “La mayoría de las personas que viven con menos de 99 centavos al día no parecen comportarse como si tuvieran hambre”.Asimismo, presumen de estar alejados de toda ideología: no se guarecen en sus despachos sino que viajan a los países pobres, y estudian la realidad científicamente, caso por caso, e intentan probar sus teorías mediante ensayos controlados aleatorizados.
Pero sus conclusiones no son en el fondo diferentes de las convencionales, lo que llama la atención en un volumen subtitulado “un giro radical”. No tan radical, desde luego, más bien se trata del discurso habitual que asegura que la libertad está bien mientras no esté mal: “los gobiernos existen para hacerse cargo de problemas que no son capaces de resolver los mercados”, “el espacio adecuado para las políticas no es tanto la sustitución de la familia como completar su acción y, algunas veces, protegernos de sus abusos”, “existe un margen claro para la acción del gobierno, lo que no significa que tenga que ser el sustituto de un mercado de seguros privado”, “en algunos casos sencillamente no se dan las condiciones para que surja un mercado por sí solo”, y así siguiendo con la acostumbrada forma de razonar que puede justificar un abanico virtualmente ilimitado de intrusiones políticas y legislativas.
Pero su reformulación intervencionista es sutil porque se presenta como moderada: ellos aseveran que no son ni Sachs ni Easterly, aunque en realidad lo son alternativamente: por ejemplo, es bueno que los pobres sean empresarios pero
no podrán salir adelante sin intervención pública. Es curioso que no citen a Popper, cuando son un buen ejemplo de lo que él llamó “ingeniería parcial”. El Estado es necesario, y antes de que usted levante la mano para preguntar por qué, lo abruman con numerosos y acertados planteamientos sobre cómo puede hacer las cosas mejor, sin grandes cambios ni grandes revoluciones, solo manteniéndose como está pero siendo más eficiente, más legitimado y a la postre más fuerte.
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