Por Gabriel Zaid.
Rompiendo con muchos de los lugares comunes que suelen aplicarse en el estudio social, Gabriel Zaid vaticina en este ensayo el deseable final de la pobreza y la inevitable -y sana- persistencia de la desigualdad.
Llegará el día en que los pobres sean protegidos como una especie en extinción. Habrá zonas de veda, parques turísticos y hasta aldeas más o menos auténticas que ilustren cómo vivían. Quizá los visitantes admiren la inteligencia y dignidad con que se puede vivir estrechamente. Pero será difícil explicarles cómo pudo haber pobres en medio de la abundancia.
La pobreza puede quedar atrás en unas cuantas décadas. Pensar que será eterna ayuda a perpetuarla. No hay que confundirla con la desigualdad, que también existe entre los millonarios, y seguiría existiendo si toda la población fuese millonaria. La pobreza es económica, la desigualdad es social y política. La desigualdad política nació con el Estado, la vida sedentaria y la agricultura hace unos diez milenios. La desigualdad social viene de más lejos: de la vida animal, y en la democracia moderna se cultiva con pasión. De todo se hacen listas que muestren quién es más. Organizar concursos, clasificar a las personas y distinguirse en alguna clasificación entusiasman. Buscar criterios nunca vistos de jerarquización para Guinness se vuelve noticia.
La desigualdad económica es una de tantas, pero facilita otras. La riqueza ayuda a acumular distinciones. Además, el dinero es un criterio fácil de aplicar. Es más fácil jerarquizar a los artistas por su éxito económico que por su arte. Y los números fascinan. Las cifras millonarias de gastos, ingresos y patrimonio parecen fantasías más allá de este mundo, como si la vida de Creso superara infinitamente a la de Sócrates. Esto da a la pobreza una perspectiva sesgada: la llamada pobreza relativa (tener menos, gastar menos, ganar menos), que reduce la pobreza a desigualdad.
Muchas desigualdades son injustas y deben terminar, por ejemplo: la esclavitud, la discriminación racial. Pero la desigualdad económica no tiene esa importancia (no es injusta por sí misma), ni puede impedirse. Lo importante es que todo ser humano disponga de suficientes calorías, proteínas, agua potable, ropa, techo, vacunas, vitaminas; y esto es algo que se puede lograr. Lo que no tiene importancia, ni se puede lograr, es que todos igualen a los demás. Menos aún (aunque se recomienda mucho), que todos superen a todos los demás.
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