El juego de Europa. Carlos Rodríguez Braun

¿Es Alemania culpable de los males europeos?

No. Lo aseguran muchos, fuera de Alemania: allí son conscientes de los riesgos que comporta la centrifugación de los costes de las políticas económicas insostenibles, porque los contribuyentes de unos países acaban pagando la factura generada por los menos ricos y menos responsables.

Pero entonces, ¿a qué está jugando Angela Merkel?

A un juego parecido al de los demás políticos europeos, pero con la delicada restricción que acabamos de apuntar: no puede ser vista como una despilfarradora del dinero de los alemanes.

¿Por qué se resiste a los eurobonos?
Por eso mismo, porque los eurobonos son un mecanismo de deuda pública que sirve para los países más endeudados a costa de los demás: de ahí la insistencia germana en la disciplina fiscal antes de proseguir con los eurobonos, que además deberán incorporar alguna limitación para que el subsidio a los despilfarradores no sea demasiado descarado.

¿Y la financiación a través del FMI?

Es un truco ingenioso, porque en ese caso, como recordó ayer el “Wall Street Journal”, los contribuyentes que pagan la fiesta no son sólo los europeos, sino los de todo el mundo, en particular americanos, japoneses, británicos y chinos. Los gobiernos de esos países, lógicamente, no están muy entusiasmados.

¿Habrá una Europa de dos velocidades?

De momento no, porque nadie quiere aparecer como culpable de esa ruptura, ni siquiera Merkel, con lo que el juego consiste en asustar a los ciudadanos para que acepten las medidas de ajuste que requiere una Europa con una única velocidad, lo que salvaría al euro y a los políticos europeos.

¿Podría ser la solución tener una Hacienda europea?

Podemos ir en esa dirección, con el argumento de que no es posible una política monetaria única sin un Tesoro autónomo que la respalde. El problema de esta idea, ampliamente compartida, es que creer que un Estado europeo no va a incurrir en los desastres perpetrados por los gobernantes en otras circunstancias es, como decía Oscar Wilde, el triunfo de la esperanza sobre la experiencia.

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