I
Dado que el día anterior había escrito una columna sobre las dos posibilidades de derruir la memoria, bien con el silencio bien con la conmemoración obsesiva de los hechos quise ver la modalidad de Casas Viejas en vivo y en directo. Así que entré como una fiera batalladora en la oficina de turismo del pueblo.
—A ver, el lugar de la masacre, ¿dónde fue?
La muchacha me miró despavorida.
—La masacre, ¿qué masacre?
Reaccioné con notable satisfacción, como siempre que tengo tema, y mucho más si es el que busco, y si cuadra con mi maldad. Yo soy ese para el que escribió la Malcolm. Le expliqué a la muchacha de qué trataba la masacre. Me escuchó con atención y al yo acabar sonrió.
—Ah, pues muy bien, yo creo que puede haber algo en este sitio que tenemos. El centro de interpretación de la Prehistoria —y me alargó un folleto.
Salí al aire libre. No es una anécdota graciosa, si se piensa en los licenciados en Historia que barren suelos. Sí es una buena metáfora para saber dónde deposita la izquierda sus vergüenzas. Di unas cuantas vueltas. En el Hotel Utopía, donde están escaldados una joven desabrida declaró que el tema del hotel son los años 30 y no Casas Viejas y que eran paparruchas las que se cuentan de que el hotel se alza en el terreno de la choza incendiada del anarquista Seisdedos.
Seguí andando. En las traseras del hotel hay una suerte de construcción moderna hecha de metales y rastrojos, que acaso quisiera evocar la choza. Pero ningún texto, placa o lápida alguna, identifica el propósito. Volví donde la desabrida.
—¿Y eso de ahí atrás?
—Parece que quieren hacer un museo. Pero no está hecho. No sé, esto ya no es el del hotel, no puedo decirle.
Algo interrumpido, castrado, avergonzado, eso parece. Anduve infatigable. Ni rastro en Benalup-Casas Viejas de la matanza. Ni un túmulo. Ni un nombre en una calle. Eso sí, me aseguraron que los huesos reposan en el cementerio. No está mal. Yo, como Hofstadter, solo sé pensar por analogías. Ahora imagínate lo que sería este pueblo, qué procesiones cíclicas, cuánta memoria incluso contra la historia, si la policía hubiera estado al mando de la derecha republicana.
Fui a sacar dinero del cajero, que voy mal. Una chica muy limpia hacía lo mismo. Le pregunté dónde podía servirme un poquito de historia. Incluso con un poco de memoria me conformaría. Me miró. Me vería muy afectado. Se rió. Y con lógica indescriptible me dijo:
—En el bar de Ricardín.
—A ver, el lugar de la masacre, ¿dónde fue?
La muchacha me miró despavorida.
—La masacre, ¿qué masacre?
Reaccioné con notable satisfacción, como siempre que tengo tema, y mucho más si es el que busco, y si cuadra con mi maldad. Yo soy ese para el que escribió la Malcolm. Le expliqué a la muchacha de qué trataba la masacre. Me escuchó con atención y al yo acabar sonrió.
—Ah, pues muy bien, yo creo que puede haber algo en este sitio que tenemos. El centro de interpretación de la Prehistoria —y me alargó un folleto.
Salí al aire libre. No es una anécdota graciosa, si se piensa en los licenciados en Historia que barren suelos. Sí es una buena metáfora para saber dónde deposita la izquierda sus vergüenzas. Di unas cuantas vueltas. En el Hotel Utopía, donde están escaldados una joven desabrida declaró que el tema del hotel son los años 30 y no Casas Viejas y que eran paparruchas las que se cuentan de que el hotel se alza en el terreno de la choza incendiada del anarquista Seisdedos.
Seguí andando. En las traseras del hotel hay una suerte de construcción moderna hecha de metales y rastrojos, que acaso quisiera evocar la choza. Pero ningún texto, placa o lápida alguna, identifica el propósito. Volví donde la desabrida.
—¿Y eso de ahí atrás?
—Parece que quieren hacer un museo. Pero no está hecho. No sé, esto ya no es el del hotel, no puedo decirle.
Algo interrumpido, castrado, avergonzado, eso parece. Anduve infatigable. Ni rastro en Benalup-Casas Viejas de la matanza. Ni un túmulo. Ni un nombre en una calle. Eso sí, me aseguraron que los huesos reposan en el cementerio. No está mal. Yo, como Hofstadter, solo sé pensar por analogías. Ahora imagínate lo que sería este pueblo, qué procesiones cíclicas, cuánta memoria incluso contra la historia, si la policía hubiera estado al mando de la derecha republicana.
Fui a sacar dinero del cajero, que voy mal. Una chica muy limpia hacía lo mismo. Le pregunté dónde podía servirme un poquito de historia. Incluso con un poco de memoria me conformaría. Me miró. Me vería muy afectado. Se rió. Y con lógica indescriptible me dijo:
—En el bar de Ricardín.
II
El bar, en la plaza del pueblo, era una preciosidad antigua. No había nadie. Pero debajo de la botillería había un letrero inequívoco.
BAR RICARDO
Apareció un hombre.
—Usted es Ricardo…
—Eh…
—Bueno, Ricardín.
—Sí, es lo mismo.
—Mire, es que me han dicho…
—Comprendo.
En este punto me aturdí, porque no había dicho nada muy difícil. Mucho más cuando desapareció por donde había venido. Pero al cabo de unos segundos reapareció con un fajo de papeles debajo del brazo. Libros, fotos, periódicos. Ahí estaba la historia de Casas Viejas. Los trabajos de Mintz. Los del historiador Salustiano Gutiérrez Baena.
BAR RICARDO
Apareció un hombre.
—Usted es Ricardo…
—Eh…
—Bueno, Ricardín.
—Sí, es lo mismo.
—Mire, es que me han dicho…
—Comprendo.
En este punto me aturdí, porque no había dicho nada muy difícil. Mucho más cuando desapareció por donde había venido. Pero al cabo de unos segundos reapareció con un fajo de papeles debajo del brazo. Libros, fotos, periódicos. Ahí estaba la historia de Casas Viejas. Los trabajos de Mintz. Los del historiador Salustiano Gutiérrez Baena.
—¿Dónde estaba el cuartel de la Guardia Civil?
—Ahí, en el último edificio de la plaza.
—El que tomaron, ¿eh?
—Claro, cuál iba a ser.
—Ahí, en el último edificio de la plaza.
—El que tomaron, ¿eh?
—Claro, cuál iba a ser.
Hablamos durante cerca de una hora. Ricardín dijo que odiaba a los periodistas. Es un sentimiento compartido. Como los prolegómenos fueron tan rápidos a mí no me dio a tiempo a decirle que yo lo era. Ahora me parecería desleal transcribir lo que le dijo al curioso veraneante. Por lo demás todo está escrito y fotografiado. Casas Viejas es, tal vez, el primer ejemplo español de gran reportaje de masas, con fotógrafos, enviados especiales y demás, liderados por el gran Campúa. Lo relevante es que de un suceso tan enorme en la época no haya quedado más traza en el lugar donde sucedió. Que en vez de un museo sobre el anarquismo andaluz haya un bar y en vez de una jefa de exposiciones, Ricardín. Yo lo prefiero, desde luego, pero el mundo no es de los borrachos.
Casas Viejas es muy importante. Por la muerte, obviedad. Pero también por la República. Para que se vea hasta qué punto es importante por y para la República hay que leer dos artículos. Este de Julio Camba. Este de Chaves Nogales. Va a épocas. Hay épocas en mi vida que me rindo a uno. Otras, al otro. La decantación sólo tiene una importancia personal. La trascendencia del hecho es siempre la misma.
El rato con Ricardín evolucionó hasta el ensueño. El hospedó en los sesenta a Jerome Mintz, que escribió un libro canónico sobre la memoria de Casas Viejas, disimulando ante la guardia civil y diciéndoles que estaba haciendo una antropología sobre el carnaval gaditano. Me mostró estas fotos. No creo que se enfade porque aparezcan en el cuaderno de un veraneante.
En la primera está Jerome con sus dos hijos. En la segunda, también con ellos, su esposa. Tienen la luz habitual de lo perdido. Creo que nada me habría gustado tanto como ser un americano en París.
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