A la sombra del mar. Jornadas cubanas con Reinaldo Arenas de Juan Abreu

Este libro debe leerse. Perfecto análisis, desde dentro, de lo que supone sobrevivir en la Cuba castrista. Lo incluyo entre mis libros . Aquí se puede adquirir en PDF al precio de 3€.

El libro cuenta en los primeros capítulos la vida del autor, Juan Abreu, en la Habana y Miami, durante las décadas de los 70 y 80. Pasa luego a narrar la vida de Reinaldo Arenas, desde la perspectiva de un Abreu a la edad de 22 años. Como el mismo Abreu escribe: “Repito, este libro no debe leerse como unas memorias, sino como el monólogo de un muchacho de 22 años que respetaba, admiraba y quería a un amigo y no quiso dejarlo solo a pesar de que se moría de miedo y lo devoraban las dudas. Un muchacho romántico, ingenuo e ignorante que creía con los surrealistas (como yo todavía) que hay tres cosas sagradas: la rebeldía, el amor, la poesía. Un joven que pensó que no tendría tiempo para más y quiso dejar constancia de su desesperación. Un muchacho lleno de furia y de infundadas esperanzas” (p. 25).

El libro te hace sentir la falta de libertad, el desasosiego, la desesperación y muchas otras desagradables sensaciones provocadas por un régimen tan brutal como el castrista. Todo está controlado, no hay hombres hay esclavos. A estos esclavos, por ejemplo, se les permitía: "[tras su boda] me fui al hotel que el gobierno nos permite usar, tres días, a los recién casados, para la luna de miel" (p. 40). ¿Alguien puede defender un régimen tan abyecto? 

Destaco los siguiente párrafos:

Un pueblo ocupado en encontrar qué comer día a día para no morirse de hambre, difícilmente encontrará tiempo para conspirar. El hambre como arma de Estado, nunca como durante aquellos años fue tan evidente.
La década del setenta al ochenta fue sin duda la más oscura de estos casi cuarenta años de dictadura. Decir que este período fue el peor no pretende disminuir los rigores de los restantes. Todos han sido malos, pero en esos diez años se sumó a la infamia la falta de libertades la humillación de sentirnos colonizados por una potencia extranjera. La idolatría y la sumisión a los soviéticos llegó a tales extremos que los soldados cubanos, durante las ceremonias militares, juraban fidelidad eterna no sólo a nuestro país sino también a la Madre Patria Soviética. Nunca Cuba fue tan dependiente. (Página 10).

Nunca olvidaré un desagradable encuentro, sostenido poco después de mi llegada, con la hija de un expresidente cubano. La dama, bien educada con el dinero que su padre robó del erario de la República, se permitió decirme que cómo era posible que me atreviera a ripostarle de la manera en que lo había hecho, que cómo no me daba cuenta de que no éramos iguales. Ni corto ni perezoso tuve la satisfacción de concordar con ella. Por supuesto que no lo éramos. Mi padre se había pasado la vida trabajando honradamente para mantener a su familia, y no traicionó la confianza de nadie ni se robó lo que no le pertenecía.

Pero es justo decir que estas personas (que sí merecen el calificativo de escoria que nos dieron a nosotros) constituían una minoría. Esa tan dañina minoría de siempre. Lo cierto es que la mayoría del exilio cubano nos recibió con generosidad. Esa mayoría está compuesta por una dedicada clase trabajadora que suda muy duramente lo que tiene y se merece lo que ha conseguido a fuerza de tenacidad, laboriosidad y una envidiable capacidad para aprovecharse de las oportunidades que ofreció la sociedad norteamericana a las primeras oleadas de refugiados. (Pp. 14-15).

Al regresar a Miami (los cubanos que viven desperdigados por Estados Unidos terminan, tarde o temprano, en Miami) fundamos la Revista Mariel de Arte y Literatura.

(…) El grupo de escritores que hizo posible Mariel, o colaboró en el empeño, estuvo formado por Reinaldo García Ramos, René Cifuentes, Luis de la Paz, Marcia Morgado, Roberto Valero, Miguel Correa, Lydia Cabrera, Enrique Labrador y Carlos Victoria, entre otros. Mención especial para el cineasta Néstor Almendros, que siempre estuvo a nuestro lado. (P.16).


Lydia Cabrera fue una especie de hada madrina de la revista. También una de las personas que más me ha impactado mi vida. Vivía en un minúsculo apartamento en Coral Gables, donde trabajaba incansablemente. Rodeada de un grupo de amigos y del silencio oprobioso y la indiferencia en los que la rica comunidad cuba ha sumido a sus grandes escritores exiliados. Lydia pagaba la publicación de sus libros con grandes esfuerzos, vendiendo en ocasiones las pocas joyas familiares que pudo sacar de Cuba. Así publicó la mayoría de sus 23 libros. Cuando la conocí era todavía una mujer fuerte y llena de energía, a la que la ceguera no había entristecido. Reinaba en su sala llena de libros y cuadros. Una dama elegante, que destilaba sencillez y dignidad y una aristocracia natural que impregnaba sus palabras y sus movimientos.

Hacía gala de un gran sentido del humor, y una bondad pura. Al final de mi primera visita insistió en regalarme doscientos dólares, y no hubo forma de rechazarlos. Ella, que no tenía, al ver que un cubano recién llegado estaba peor no quiso dejarlo ir sin echarle una mano. «La inteligencia es una forma de bondad», decía. Es la mejor definición que he encontrado al respecto. (Pp. 16-17).

El régimen de Castro ha durado demasiado y eso nos ha marcado a todos en un sentido u otro. El ser humano puede acostumbrarse a cualquier cosa, hasta al horror, si éste se prolonga lo suficiente y se hace cotidiano. (P. 20).

Repito, este libro no debe leerse como unas memorias, sino como el monólogo de un muchacho de 22 años que respetaba, admiraba y quería a un amigo y no quiso dejarlo solo a pesar de que se moría de miedo y lo devoraban las dudas. Un muchacho romántico, ingenuo e ignorante que creía con los surrealistas (como yo todavía) que hay tres cosas sagradas: la rebeldía, el amor, la poesía. Un joven que pensó que no tendría tiempo para más y quiso dejar constancia de su desesperación. Un muchacho lleno de furia y de infundadas esperanzas. (P. 25).

En la alcantarilla están los cartones con los que se abrigaba (Reinaldo Arenas) y protegía del frío y la humedad de la noche. Nunca fueron suficientes. Hacía una especie de nicho con las cajas de cartón, que rellenaba con papel de periódico. También se metía hojas de periódicos, arrugadas, entre las ropas. Parecía un extraterrestre, pero conservaba el calor. «Menos mal que este periódico al fin sirve para algo, aparte de su uso oficial como papel sanitario», decía sonriendo, mientras enarbolaba un Granma. (P. 28).

Arenas me había dicho: «Asegúrate de que son mortales. No le temo a la muerte, lo que me queda es una constante evasión y la muerte no sería más que evadirse de la realidad. Pero a la cárcel sí, es un lugar horrible, sórdido. A la cárcel sí le temo». (Pp. 28 y 29).

Pasan los días y nada sucede. La situación de Rey (Reinaldo Arenas) es desesperada. No es solamente el problema de que no lo atrapen. Están el hambre y el frío y el vivir a la intemperie. Y la soledad. Voy cada vez que puedo y pasamos horas conversando. Necesita compañía. Planeamos algunas tertulias, para animarnos. Rapiño en casa de la poca comida que hay para llevarle, cuando se puede. Pero todo el mundo pasa hambre y tampoco hay dinero pues ganamos una miseria. De vez en cuando hacemos una colecta y le llevo algo para que pueda comprar en los quioscos del Parque. (P. 34).

No se puede ser un artista honesto en este país y participar de la cultura oficial. Eso lo tengo muy claro. Lo único que queda es la fuga. Escapar de este infierno como sea, y salvar lo que se escriba. Eso es todo lo que nos depara el futuro. Con suerte. (P. 34).

No cabe duda, en estos tiempos violentos y grotescos, la única forma digna de ser un artista es estar dispuesto a respaldar con la vida cada palabra que se pone sobre el papel. (P. 39).

Si faltas tres veces durante un mes te hacen un juicio y te encarcelan, condenándote a trabajo forzado. Eso se llama Ley Contra la Vagancia. Si no te cogen por ésa, pueden hacerlo por la Ley de Peligrosidad, que te condena no porque hayas cometido un delito, sino por la presunción de que puedas cometerlo. (P. 41).

En estos 22 años de miserable existencia lo único que he conocido es la persecución, la esclavitud y la estupidez ascendida a canon ideológico. (P. 41).

La palabra es reveladora si pensamos en Weyler, Hitler o Stalin, pero aquí significa que los obreros después de cumplir su horario de trabajo son conducidos en camiones a la Plaza de la Revolución, donde les será endilgado algún discurso en el que donaremos alguna libra de arroz, de las pocas que nos tocan por el Racionamiento, a algún pueblo hermano. Como se sabe, aquí el motor impulsor de toda actividad masiva es la coacción, y el chantaje. El que no acude a una de estas manifestaciones quedará señalado en su centro de trabajo, o en el CDR. Y como estas actividades se reflejan en el expediente laboral y social, así como en el historial de méritos revolucionarios de cada persona, el no acudir a uno de estos actos significa renunciar a cosas fundamentales, además de convertirse en un apestado. (P. 58).

«La opresión resulta intolerable para el poeta porque la imaginación es la expresión más absoluta de la libertad. El poeta que no conoce la libertad, la imagina, y si es un genio, y está ubicado en el continente americano, convierte esta visión en palpable, o perece». Reinaldo Arenas, Magia y persecución en José Martí, La Gaceta de Cuba. (P. 60).

En la Biblioteca estaba la Goyesca, que trabajaba en un departamento donde almacenaban los libros prohibidos. Él se arriesgaba, pues era necesario un permiso especial para acceder a ellos, y nos prestaba muchos, siempre que los leyéramos allí. (P. 62).


La Habana ya se estaba cayendo a pedazos, pero siempre es una delicia zapatear sus estrechas calles. A pesar del hedor de las cloacas desbordadas y las colas detrás de los camiones de agua. Hay lugares en los que desde hace años no viene el agua y la gente vive llenando tanques de cincuenta y cinco galones, que luego instalan en la cocina o en el baño y de los que sacan una tubería. (P. 63).


Al írseles prohibiendo y suprimiendo todo, en vez de protestar y airarse contra la fuerza que los oprime, se dedican a enumerar lo que les queda y a tratar de conservarlo. Al poco tiempo olvidan aquello que les arrebataron. Se sienten contentos con la miseria que les permiten. Son capaces de soportar todo tipo de vejaciones, de envilecerse, de embrutecerse y enmudecer con tal de conservar algún fin de semana, en el que podrán ir a la playa a templar bajo los pinos, o al Conejito a matarse el hambre con un cupón de buen trabajador que les dieron en la fábrica por ser esclavos ejemplares. (P. 90).


La ley dice que si vas tres veces ante el gobierno, que es el único empleador, y no aceptas lo que te ofrecen, vas preso. Pues estoy preso, soy un esclavo. (P. 92).


Han comenzado otra vez las recogidas de los que no están «correctamente pelados». Me paso la mano por la cabeza. El pelo me tapa las orejas. Estoy fuera de la ley. (P. 101).


Le echo un vistazo al Granma. Este periódico hace que uno sienta lástima de la humanidad. Todos los países están en crisis, casi muriéndose de hambre o atravesando inmensas tragedias locales. Están más muertos de hambre que casi todos nosotros, es asombroso. Y entonces hago unos cálculos. En nuestro paraíso proletario el precio de un frasco de miel de abejas, que antes era de 25 centavos, ha ascendido hasta $1.50, lo que equivale a un 600% de aumento. Y los cigarros de 20 centavos a $2.40, lo que constituye un aumento de un 700%. Todos los artículos de primera necesidad están por el estilo. Pienso esto mientras voy leyendo un montón de artículos en Granma sobre la crisis inflacionista en los países capitalistas. Nosotros, en cambio, no tenemos crisis. A nosotros cuando se nos acaba la cuota de alimentos a mediados de mes, estirándola, se nos deja en plena libertad para demostrar nuestras actitudes para sobrevivir con un mínimo de proteínas, carbohidratos y calorías. (P. 123).


El Comité de Zona es, por así decirlo, el director de los CDR (Comités de Defensa de la Revolución) [un centro oficial de delación]. De él emanan las órdenes y las orientaciones. Lo más significativo en su estructura es el policía, «el Teniente», que tiene a su cargo varios de estos Comités de Zona. Es el sueño de Hitler, la militarización a nivel de Zona (cada zona consta de alrededor de 30 CDR, con sus gráficos, expedientes, listas, fichas, archivos, etc.). También es digna de mención la actitud coral de estos Comités de Zona. Prueba de ello es la cantidad de consignas que se comprometieron a vocear durante el año 1974:
1) Condenamos la intervención militar yanki en Cambodia(...) 3) Nixon asesino 4) Nixon esbirro 5) Nixon asesino de mujeres(...) 18) Muera el imperialismo yanki 19) Viva la unidad anti-imperialista 20) Viva el invencible campo socialista 21) Saludamos Flota Soviética(...) 23) Nada hay más precioso que la libertad y la libertad (...) 30) Viva Lenin31) Viva el Che(...) 50) Viva la dictadura del proletariado 51) Mueran los agentes del imperialismo 52) Nixon es peor que Hitler
(Pp. 130-131).

Hace días que en toda La Habana no hay agua. Esto no es nada raro, hay zonas en la ciudad en las que hace años que no viene una gota de agua a las cañerías. (P. 132).


Un muchacho que trabaja conmigo (...) ha estado preso en el Morro. Dice que (...) muy temprano desayunan media latica de leche aguada y un pan. Luego, a eso de las diez de la mañana, el almuerzo. Espaguetis con agua o chícharos con agua, poca cantidad. La comida, por el estilo, a las tres de la tarde y nada más hasta el otro día. Las celdas son tan frías que por la noche es imposible dormir. Los presos se ponen a quemar papeles y trapos para calentarse. Para lograr pasar el tiempo sin volverse loco hay que leer, todo el mundo lee allí, y los muy degenerados incluyen el peso de los libros en las 25 libras de la jaba mensual de alimentos. El infierno. 

Los guardias son fanáticos escogidos; por cualquier cosa te dan un planazo, usan machetes, sí, aunque ahora creo que los sustituyeron por cascos de acero, me dice. Sí, por gusto te dan golpes entre tres o cuatro y ni protestes, no digas una palabra, porque te clavan la bayoneta. Aunque sin que hagas nada también te la clavan. Al entrar en la celda. Al decirte: «¡Vamos, entren, entren!»
Ah, y te sacan a coger sol una vez a la semana. (P. 138).


Otros escritores cubanos han sido aún más desafortunados que yo. René Ariza, por ejemplo, Premio Nacional de Teatro, se pudre en una cárcel luego de haber sido torturado hasta el punto de que ha perdido la razón… ¿Qué se sabe de Manuel F. Ballagas, el joven escritor, hijo del gran poeta? También él fue una madrugada sacado a golpes de su casa y conducido a una mazmorra. Nelson Rodríguez, joven escritor que publicó un notable libro de cuentos titulado El regalo, pasó tres años en un campo de trabajo forzado y luego de haber sido vilmente vejado, cuando intentó desviar un avión para abandonar el país, fue internado en un hospital y luego fusilado como un criminal. En Cuba se fusila en las cárceles y en las costas. Y lo peor es que siendo tan sórdidos los aparatos de la censura y de la persecución, el mundo nada puede saber de los crímenes espantosos que aquí se cometen día tras día.

(...)

El comunismo es el gran negocio del siglo para los caudillistas y los dictadores; además de apoderarse de todo el país que dominan, se aseguran la propaganda, el título de «progresistas» y el poder vitalicio. 
Jóvenes del mundo occidental: el hecho de que ustedes puedan criticar o aborrecer o simplemente abandonar el país en que viven y elegir, es un privilegio que se extingue. Traten de mantenerlo el mayor tiempo posible, pues hasta entonces ha de durar la civilización y el pensamiento humano, con toda su grandeza y heroísmo, que el mismo lleva consigo. Texto de Reinaldo Arenas. (Pp . 158 y 160).

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