El asesinato del diplomático americano en Libia y los asaltos a otras embajadas se han atribuido a cierto documental burlón sobre la vida y obra de Mahoma, el profético. Siempre hay una causa, sean una película, una obra literaria o unas caricaturas danesas, que los analistas de la turba identifican con el presunto foco del problema y sobre el que centran sus panzudas llamadas a la responsabilidad. Es vistoso que los analistas se muestren menos exigentes sobre la responsabilidad si detrás de la ofensa religiosa está unrushdie, y no un ignoto dibujante o un videoaficionado. Los analistas son seres espirituales y creen que la obra de arte sublima el insulto. En cualquier caso lo importante es que a la hora de determinar quién es el culpable del asalto a cualquier Bengasi siempre destacan la presunta ofensa. ¡Las causas… justas! La película de Mahoma por encima de Mahoma. En el examen del mundo que se nos propone la religión aparece como un paisaje dado, inmutable. Los reproches se centran en lo contingente: unas caricaturas, un vídeo. Quienes así hablan provienen del relativismo, de un enfoque que equipara el peso, la razón y la verdad de todas las culturas. Y, sin embargo, del fondo de sus argumentos se desprende un olor de menosprecio por aquellos que dicen comprender. Aun con sus disimulos habituales, nuestro relativista sostiene que la turba islámica, ignara y fanática nunca podrá contenerse, al modo de una manada herida; y que somos nosotros los artistas, los literatos, Occidente, gente fina en fin, los que podemos y debemos hacerlo. El relativista verá qué hace con el aliento colonial que conllevan sus llamadas a la responsabilidad. Por mi parte no dudo de que Rushdie, los caricaturistas, el videoaficionado y los que vengan son, al margen de sus intenciones éticas y estéticas y de las conspiraciones que pueda haber detrás de sus actos, unos héroes de la libertad. Como cualquier otra lucha por la libertad verdadera ésta cuesta también ruina y sangre. Pero, a cambio, ellos van desactivando poco a poco la blasfemia y acostumbrando a las masas islámicas a convivir con la ofensa religiosa, que es una de las primeras exigencias del mundo civilizado. El héroe blasfemo lucha por la libertad de los creyentes aún más que por la nuestra.
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