Estas son las primeras líneas del clásico “Soy minero”, que cantó el gran Antonio Molina: “Yo no maldigo mi suerte porque minero nací/y aunque me ronde la muerte no tengo miedo a morir/no me da envidia el dinero porque de orgullo me llena/ser el mejor barrenero de toda Sierra Morena”.
Se dirá lo que se quiera, que los tiempos cambian, que las condiciones laborales de entonces eran incomparables con las actuales, etc. Pero ese señor que retrató Molina era sin duda alguna un minero.
En cambio, si yo lanzo un cohete a un helicóptero de la Guardia Civil, mi profesión resulta irrelevante. Cuando me detengan y me lleven ante el juez, yo no podré alegar que soy economista y que atravieso por tales o cuales dificultades. El juez me dirá: “Mire usted, eso a la Justicia le da igual, porque un economista con problemas que le dispara a la Guardia Civil no es fundamentalmente un economista, sino un delincuente”.
Esta obviedad es oscurecida cuando la violencia es perpetrada por grupos políticos o sindicales, o avalados por partidos o sindicatos. En Asturias y León hemos visto actos de violencia tan espectaculares como impunes. Si a usted se le ocurriese cortar una autopista incendiando neumáticos, por no hablar de si se le ocurriese atacar a la policía o la Guardia Civil, a los dos minutos estaría detenido y acabaría en la cárcel. Pero unos malhechores no sólo se permiten violar la ley, sino que cuentan con la simpatía, o al menos con cierto grado de justificación, de algunos políticos, sindicalistas y periodistas.
Éstos no aplauden directamente la violencia, eso no, pero de modo indirecto la justifican sugiriendo que la culpa es en el fondo del Gobierno, porque no “dialoga”, o incluso de la “represión” de las fuerzas del orden. Un minero lanza-cohetes declaró: “Tiramos a dar, claro, igual que ellos a nosotros”. Vamos, que es como una guerra entre ejércitos regulares…
También abundan las falacias económicas, como que “el carbón no puede existir sin subvención”, como si eso probara que hay que subvencionarlo, o la consabida “miles de familias viven directa o indirectamente del carbón”, como si las miles de familias que pagan las subvenciones no fueran dignas de atención, o que el Gobierno tiene que garantizar el futuro de las cuencas mineras, como si el Gobierno supiera cómo hacerlo y pudiera hacerlo sin comprometer los bienes de los ciudadanos en toda España. Y no se habla demasiado de lo que cuesta la subvención y de las condiciones económicas del sector y sus trabajadores.
Lo que importa, en resumen, no es la mina sino la política. Un sedicente minero no lo pudo expresar más claro: ellos quieren destronar al Rey e instaurar el comunismo. “Mi abuelo luchó en el 34, mi padre en el 62, y ahora me toca a mí”, proclamó, orgulloso, luciendo un pin de…Lenin.
No hay comentarios:
Publicar un comentario