Predicar en el desierto: menos impuestos y menos gastos

María Blanco.



George Stigler (1911-1991) explica en su ensayo "El economista como predicador" que para él, la predicación (aplicado a los economistas) es una clara y razonada recomendación o denuncia de una política o forma de comportamiento de los hombres o sociedades de hombres. Esta tarea que Stigler le asigna al economista no implica necesariamente que éste tenga un sistema de valores que esté dispuesto a imponer porque, como dijo en 1848 John Stuart Mill:
Un disparate (...) no deja de ser un disparate cuando hemos descubierto las apariencias que lo hicieron plausible.
Así, los economistas nos hemos dedicado a predicar eficiencia o equidad a quienes nos han querido oír. Pero lo más relevante, y triste a la vez, es la conclusión de Stigler. Los predicamentos de los economistas son bien recibidos cuando decimos lo que la sociedad quiere oír.

Esta lección ofrecida en 1981 está de plena actualidad. Cada vez más, a nuestro alrededor, brotan como champiñones predicadores proclamando los mensajes que la sociedad necesita para seguir viviendo como si no pasara nada. Así, se justifica seguir gastando como se justifica que fumar es sano: con razones sesgadas, verdades manipuladas y argumentos falaces.

La austeridad, por más que nos machaquen una y otra vez, no es una virtud de nuestro gobierno. No se ha reducido verdaderamente el gasto, no se gestiona con austeridad. Se han hecho "recortes" testimoniales, pero no se ha reducido todo lo que se podía reducir, ni un porcentaje representativo. La razón que muchos aducen es que no es suficiente, que con eso no tenemos ni para empezar. Y a continuación, nos suben los impuestos, para recaudar una cantidad con la que tampoco cubrimos el agujero de deuda. Pero ahí no ponen pegas.

Para vergüenza mía, de algunos colegas (y amigos) y de mis maestros que me han enseñado a ser honesta también como economista, la mayoría de la profesión en España predica un reblandecimiento de las medidas de austeridad, esa inexistente austeridad. En lugar de pedir restringir gastos de verdad empezando por los superfluos, fomento de la actividad empresarial, no penalización del ahorro, etc., mis colegas aconsejan gastar más en educación y sanidad, cobertura para inmigrantes sin papeles, por más que eso signifique saltarse la ley, y todo tipo de impuestos y penalidades para el loco al que se le ocurra ahorrar para invertir en este país. Y no sólo eso. Que quien tenga dinero en cuentas de fuera sea castigado igualmente. Dentro de nada van a penalizar a quien piense siquiera en montar una empresa.

La zanahoria de estos consejos, lo que atrae tanto al público es que estamos en una situación difícil, con cada vez más parados y mucha gente que pasa penuria y ha de acudir a comedores sociales. Pero, además, y sobre todo, estamos en un estado de alarma respecto a lo que viene por delante. Y es esa situación es fácil atacar al que gana dinero honestamente. Porque el que lo gana deshonestamente, no lo cuenta. Y aunque se le pille no pasa nada. Con suerte, con mucha suerte, lo devuelve y punto. Así que el lucro es el mayor de las vergüenzas de nuestra nación, incluso si es ese afán de lucro lo que puede proporcionar puestos de trabajo y rentas a quienes ahora lo pasan mal.

Por más impopular que sea hay que decir que los incentivos que estos economistas están fomentando son la vaguería y el trapicheo. Se promueve vivir a costa del otro. Algo que en otras sociedades es lo más indigno que le puede pasar a alguien, en nuestra sociedad es el pan nuestro de cada día. Y si te niegas o protestas te tachan de tonto: trinca mientras puedas. Nuestros alumnos no aprenden, pasan de curso. Los inmigrantes acuden atraídos por unos servicios que ellos no han de pagar. Los ciudadanos piden gratuidad, que, como ya sabemos, quiere decir que sean los impuestos de los demás los que financien mis necesidades. Y de esta forma, nuestra sociedad es cada vez más irresponsable y más ciega.

Para que cambiaran las cosas sería necesario, en mi opinión, empezar por el talón de Aquiles de todas las sociedades: el sistema financiero. Mientras se mantenga un sistema en el que se pueden seguir montando burbujas por razones políticas, prestando sin respaldo para salvar la cara de los gobernantes, o de la Unión Europea, o de un club de amigos banqueros, los ciudadanos no seremos nunca una sociedad civil capaz de recuperar las riendas. De esta forma, todos aprenderíamos a no financiarnos con deuda, a vivir de lo que ingresamos y a esforzarnos si queremos mejores bienes y servicios.

No sería el único paso, desde luego, pero creo que sí debería ser el primero. No tengo la más mínima esperanza de que suceda.

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