La enésima maniobra de las FARC

Alberto Illán Oviedo.



Las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) surgieron en 1964 con un único objetivo: crear un Estado marxista. Para cumplir su misión, no han dudado en asesinar, robar, secuestrar o aliarse con otras mafias y grupos violentos.
Aprovechando la prohibición global sobre las drogas duras, las han cultivado y vendido en Occidente, con la idea de que ello contribuirá a su destrucción. No han vacilado a la hora de desplazar a los colombianos que han tenido la desgracia de vivir en los terrenos que controlan, los han usado como esclavos y, como denuncia Human Rights Watch, reclutado forzosamente (incluso a menores de edad).


Pero no han recorrido este siniestro camino en solitario. Han contado con aliados muy variados y tan totalitarios como ellas. La Unión Soviética o la Cuba de Fidel Castro fueron no sólo importantes apoyos en su lucha revolucionaria, sino fuentes de inspiración ideológica y, durante mucho tiempo, proveedores de armamento e instrucción. Cuando estos apoyos desaparecieron o flaquearon, la Venezuela de Hugo Chávez, con su proyecto bolivariano y su Socialismo del Siglo XXI, ha sido un más que aceptable sustituto.


Las FARC están ya muy curtidas en el engaño. En los años 80 anunciaron un alto el fuego y crearon la Unión Patriótica, organización que pretendía tomar el poder por medio de la política. Los conflictos entre las FARC y otros grupos armados o mafiosos (algunos de los cuales tuvieron el apoyo de ciertos sectores del Ejército y el Estado colombianos) llevarían a aquéllas a incumplir sus propios acuerdos y a un recrudecimiento de la violencia.


Con la excusa de la negociación, a finales de los 90 las FARC apoyaron al candidato conservador Andrés Pastrana, que una vez elegido presidente (1998) hizo una serie de concesiones a los terroristas, empezando por la desmilitarización de una parte del país, la denominada Zona de Distensión, que los terroristas ocuparon inmediatamente. En ningún momento pensaron las FARC en la rendición. Durante todo ese tiempo de distensión, además de obtener apoyo internacional se fortalecieron militar y financieramente. Los asesinatos y secuestros –también de niños– no cesaron.


Las FARC, como otros muchos grupos guerrilleros y terroristas de izquierdas, tienen bien claros sus objetivos y los medios: todo vale si permite alcanzar el fin. De la misma manera que el Komintern pasó de la revolución pura y la violencia directa a la colaboración con ciertos enemigos en los denominados frentes populares, los grupos terroristas han optado cuando lo han creído conveniente por la creación de partidos políticos o por la alianza con otros ya existentes, por el apoyo a candidatos negociadores del enemigo o por conceder ayudas sociales entre quienes los padecen.


En España, esto nos suena. La banda terrorista ETA lleva muchos años anunciando ceses limitados de su actividad, treguas parciales o incluso totales, mientras sus aparatos logístico y político siguen actuando y fijando objetivos. 


Pocos se pueden ya sorprender con la aparente falta de lógica que las FARC han mostrado en febrero de este mismo año. A principios de mes colocaban varias bombas en distintas localidades, provocando así 18 muertos y 77 heridos, y anunciaban que dejaban sin efecto la prometida liberación de seis secuestrados. Días más tarde atacaron la base militar de Los Farallones, donde asesinaron a tres militares e hirieron a otros 18. Luego anunciaron que renunciarían al secuestro como medio de financiación y liberarían a diez soldados que mantenían como rehenes.


No deja de resultar sorprendente que personas aparentemente formadas e inteligentes no muestren la menor desconfianza cuando un grupo terrorista con un historial tan sangriento anuncia una limitación de su actividad delictiva. No pocos medios de comunicación han querido ver ahí un rayo de esperanza, lo cual es sólo achacable a candidez impropia o ideologismo descarado. Ambas opciones son perfectamente legítimas, pero también criticables.


Si los dirigentes y simpatizantes de un grupo terrorista no abandonan sus principios totalitarios, la sociedad civil no debe sino permanecer alerta y las autoridades, mantenerlos a raya mediante el uso escrupuloso de la ley. Bien es cierto que terroristas y guerrilleros pueden llegar a cambiar, pero generalmente lo hacen a título individual; es entonces que se convierten en apóstatas de su causa, algo mucho peor que ser un no creyente. Cuando es una organización entera lo que cambia, simplemente se disuelve, pues deja de tener razón de ser. Las negociaciones y pasos intermedios no son más que estrategias que engañan a algunos y que, en más de un caso, dan excelentes resultados a sus muñidores.

© Instituto Juan de Mariana

No hay comentarios:

Publicar un comentario