La economía norteamericana parece haber salido de la UVI en la que entró en setiembre de 2008 cuando, después de casi un año de recesión, se vio el borde del abismo con el colapso del sector financiero y la desaparición de Lehman Brothers.
Ahora, primer trimestre de 2012, parece que las tasas de crecimiento son positivas, la economía ha creado más de 100.000 puesto de trabajo al mes durante nueve meses consecutivos y más de 250.000 empleos en los últimos 4. Los inversores vuelven a la bolsa y ésta ha recuperado los niveles de mayo de 2008 y va camino de alcanzar los valores que tenía antes de la crisis, en el último trimestre de 2007. El optimismo parece que ha vuelto a los Estados Unidos. Todo esto es una muy buena noticia para Barack Obama porque la historia demuestra que si la economía no está en recesión durante los seis meses antes de las elecciones, el inquilino de la Casa Blanca siempre sale reelegido.
La pregunta es: ¿Están fuera de peligro los Estados Unidos? La respuesta es NO. Existen riesgos que pueden comportar una recaída. Yo distinguiría cuatro riesgos.
Primero, estamos en año electoral. Y por lo tanto, los demócratas de Obama han diseñado una política fiscal con el objetivo de que el crecimiento sea positivo en 2012... pero cuyos efectos se van acabar justo después de las elecciones. En este sentido, algunos de los gastos se acabarán a final de año (por ejemplo, la extensión del subsidio de paro que se aprobó el año pasado expira en 2012 y muy probablemente no se renovará) y algunos de los recortes impositivos temporales también expiran justo después de las elecciones de Noviembre (por ejemplo, los descuentos impositivos por depreciación de inversiones). Cuando esta fiesta fiscal se acabe, los EEUU se van a encontrar con un déficit extravagante y el stock de deuda más grande que jamás ha visto el hombre. Para corregir esa situación insostenible, los recortes de gasto y los aumentos de impuestos que hoy viven los europeos, deberán ser implementados en el nuevo continente, y ese “fiscal drag” puede arrastrar a los Estados Unidos hacia una nueva crisis.
Segundo, el precio del petróleo sigue subiendo. Esta vez la explicación no es ni un aumento generalizado de la demanda que viene de China y los países emergentes, como pasó en 2008, (éstos parece que ya no crecen tanto como solían) ni una reducción de la oferta (ni causada por política del cartel de la OPEP, como 1973-75, ni causada por guerras como la de Iran en 1979). Parece que la razón ahora es la percepción de riesgo de guerra entre Israel e Irán, por culpa del programa nuclear de este último. Los Estados Unidos, y por lo tanto, el mundo entero, está pendiente de las locuras de Ahmadinejad y la más que probable reacción violenta del estado Hebreo. Yo no tengo información de primera mano pero estoy seguro de que los EEUU están haciendo toda la presión posible a Israel para que no ataque a Iran hasta después de las elecciones de Noviembre. La incertidumbre, pues, seguirá unos meses más y los precios del petróleo seguirán perjudicando las economías de todo el mundo. La americana incluida.
El tercer motivo de preocupación es la creciente evidencia que la “leve desaceleración” (© JL Rodríguez Zapatero) de China se parece cada vez más a un aterrizaje forzoso (“hard landing”) resultado de la explosión de una burbuja inmobiliaria como la de la España que a una simple reducción del ritmo de crecimiento. A la explosión de la burbuja se suma el fin del programa fiscal que el gobierno de China llevó a cabo en 2008, para substituir la caída de la demanda exterior debido a la crisis financiera internacional. Como casi todos los programas de gasto púbico llevados a cabo con las prisas de una recesión, éste programa ha dado lugar a una estratosférica cantidad de monumentos a la inutilidad pública que no llevan a ninguna parte: una vez se acaba el gasto, no queda nada de provecho. Una excesiva “desaceleración” China tendría consecuencias sobre la economía norteamericana, no sólo por la reducción de demanda sino por la desaparición de una fuente de financiación que permite a los Estados Unidos financiar sus déficits fiscales a tipos de interés reducidos.
Y finalmente, ¿cómo no?, Europa. La paz que el BCE “compró” en diciembre con su programa LTRO (Long Term Refinancing Operations) parece que está llegando a su fin, y los nervios vuelven a aflorar en países periféricos como Portugal o, sobre todo, España. Una caída catastrófica del euro tendría consecuencias devastadoras para todo el mundo. También para los Estados Unidos.
Resumiendo, la economía norteamericana está dando señales positivas y todos nos debemos alegrar por ello. Sin embargo, todavía es temprano para cantar victoria. Debemos seguir estando alerta porque si los Estados Unidos salen del pozo, pueden arrastrar al resto del mundo. Por el contrario, si vuelven a estornudar, al resto del mundo le va a coger un resfriado. Y a los que, como España, ya estén resfriados, les puede coger una letal pulmonía.
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