La siguiente historia ha gozado de una amplia difusión.
Un turista llega a un hotel en un pueblo, deja un billete de 100 euros en el mostrador y pide inspeccionar las habitaciones. Cuando se pierde de vista, el propietario echa mano del billete y corre a pagar su deuda de igual cuantía con el carnicero; éste se apresura a saldar la misma deuda con el panadero; éste le debía 100 euros a la prostituta, que los cobra y, a su vez, se acerca al hotel y vuelve a dejar el mismo billete en el mostrador en pago de lo que debía al propietario. En ese momento, regresa el turista, dice que no le gustan las habitaciones, toma el billete y se marcha. Nadie ha producido nada, nadie ha ganado nada, pero el pueblo ahora vive sin deudas y puede mirar hacia el futuro con más confianza. ¡Magia potagia! Basta con que el dinero circule para superar la crisis.
La clave de estas paradojas estriba en que la visibilidad de lo accesorio oculta lo principal. Si los habitantes del pueblo mantienen sus empleos y sus activos intactos, y sólo se deben dinero a sí mismos, los 100 euros del turista son innecesarios para cancelar las deudas: esto se podría hacer en el pueblo si los cuatro actores simplemente hablaran, y se hace en el mundo real mediante sistemas de compensación. Análogamente, el tiempo durante el cual el turista se desprende de sus 100 euros es tan breve que no percibimos que estamos asistiendo a una apropiación indebida, nublada por el hecho de que cuando el propietario del billete vuelve al punto de partida puede recuperar su dinero.
Así como el problema que pretende presentar esta historia imaginaria no es un problema, ni reclama la solución planteada, en la realidad las cosas son muy diferentes y, por tanto, esa solución no sirve. En la realidad, el grueso de las deudas no nos las debemos los unos a los otros, sino a los bancos (que, a su vez, prestan al Estado), que pueden prestar al amparo del sistema público de bancos centrales, de modo tal que generan burbujas que desembocan en deudas infladas que no se pueden pagar, respaldadas por activos que valen mucho menos que antes, y a cargo de trabajadores que pierden su empleo o empresarios que quiebran.
La moraleja que puede desprenderse de la parábola del billete mágico, a saber, que la economía padece sólo un problema de liquidez que se puede arreglar fácilmente expandiendo la oferta monetaria (o su velocidad de circulación) y el crédito, no se puede trasladar al mundo real, en el que esa expansión puede acabar agravando la situación y, en todo caso, no hay turistas que vayan dejando billetes en mostradores, sino contribuyentes arruinados por las autoridades y forzados por ellas a entregar su dinero para rescates que les son ajenos. Un dinero, por cierto, que esos contribuyentes, al revés que el turista, no recuperan.
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