Por el humo se sabe

Arcadi Espada.



Los disturbios en Atenas son una metáfora tan deslumbrante que hay que ponerse gafas de sol para ver algo. Metáfora global del tiempo, local de la crisis y particular del periodismo. «Atenas arde», dicen los periódicos con su acostumbrado sentido del ridículo y de la sinécdoque. Una niña de la prensa socialdemócrata titulaba hace un rato que «Atenas amanece en cenizas» lo que ha debido de motivar la intervención de un adulto, porque ya no consta en portada. 
Busco en vano en el relato de los periódicos qué es lo que pretenden los vándalos a cambio del cese de sus actividades, porque a mí me habían enseñado que uno sale siempre a la calle a ejercer un chantaje; pero no logro dar con sus pretensiones. No se sabe si pretenden que el parlamento no apruebe los recortes, la quiebra de Grecia y su salida del euro, que la quita sea del 100 por cien en vez del 70 acordado, o simplemente que llegue el día, el día en que por fin las cosas dejen de venir mal dadas. Comprendo la incertidumbre. Uno de los graves problemas para echarse a la calle contra la crisis es que es difícil identificar a quién debe colgarse del pino. Sí, uno puede vociferar que los bancos son culpables o los políticos;  pero se trata de identificaciones demasiado vagas, simplemente comunistas. Hay otro problema. Una responsabilidad extendida. La de muchos ciudadanos. Probablemente de muchos de los que salen a la calle: gastaron lo que no tenían. Es cierto que, al tratarse mayoritariamente de jóvenes, podrían protestar contra sus padres: pero no se ha visto que uno incendie edificios y lance cócteles molotov a la policía para protestar contra sus padres.
O sea que Atenas arde. La revolución solipsista.

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