Suecia ha sido el paradigma socialdemócrata. Tras la crisis de los
noventa, su crecimiento actual y la catástrofe de parte del mundo desarrollado
han hecho renacer el modelo sueco como la demostración palpable de que,
efectivamente, otro mundo es posible, a saber, el nirvana progresista donde
suben los impuestos pero el crecimiento es sostenido. Los socialistas, así, no
matan la gallina de los huevos de oro, sino que la alimentan.
Un historiador económico de la Universidad de Umea, Olle Krantz, aporta
datos que cuestionan esta versión: “Economic growth and economic policy inSweden in the 20th century: a comparative perspective”).
A finales del siglo XIX, Suecia empieza a aparecer en el horizonte
económico con fuerza: se realizan grandes inversiones en infraestructuras, en
el sector siderúrgico y en la silvicultura, y al tiempo nacen y se desarrollan
los gigantes de la industria sueca: Ericsson, Asea Brown Boveri y SKP. Señala
Olle Krantz factores cruciales en lo económico y lo político. Por un lado,
Suecia es un país pequeño, y esos países tienden a tener economías abiertas y
competitivas. Aún con sus elevados impuestos, los cuatro países nórdicos
siempre figuran entre los países más globalizados y flexibles; para que nos
demos una idea, son más abiertos que Estados Unidos o Alemania. Por otro lado,
Suecia no participó en ninguna de las dos Guerras Mundiales.
Es lógico que el ritmo de crecimiento no crezca indefinidamente, ni
siquiera que se mantenga. “Pero el asunto –apunta Krantz– es la virulencia de
la caída: ¿por qué se produjo el cambio de un crecimiento económico claramente
por encima de la media de los países industrializados a uno claramente por
debajo de dicha media?”
Lo que empezó a suceder a mediados del siglo XX fue, mire usted por
donde, el socialismo. Los políticos empezaron a intervenir en los mercados,
sobre todo en el laboral, y a aumentar los impuestos para financiar su criatura
por excelencia: el Estado del Bienestar. Se aliaron con los sindicatos y las
grandes empresas para cerrar los mercados y fomentar los privilegios de una
economía cada vez menos competitiva. El gasto público creció espectacularmente
y pasó del 31% en 1960, una cifra comparable a la del resto de Europa, al 60%
del PIB en 1980.
En ese proceso de elevación sostenida de los impuestos y de
intervencionismo rampante en los mercados, el crecimiento se frena marcadamente
en los años 1990 y la renta per cápita de los suecos cae al nivel más bajo de
toda la OCDE. No se trata, pues, de un paraíso socialdemócrata, y los
socialistas, efectivamente, matan la gallina de los huevos de oro, o al menos
la ahogan hasta que los votantes los echan del poder, como hicieron en Suecia,
que debió detener y corregir el intervencionismo para volver a crecer.
¿Se han vuelto liberales los suecos? Qué va, ya me gustaría. Padecen
impuestos todavía muy elevados y similares dolencias progresistas que
revisaremos otro día.
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