La crisis siria ya no puede resolverse con diálogo o iniciativas diplomáticas. El último intento de conciliación, protagonizado por la Liga Árabe, quedó sepultado ayer bajo una nueva oleada de violencia. El presidente Bachar el Asad ha perdido ya a todos sus aliados árabes, pero sigue confiando en que la fidelidad de su Ejército y la brutalidad de la represión acaben sofocando una revuelta que no ha hecho sino crecer en los últimos siete meses.
Los presuntos acuerdos alcanzados el martes entre el régimen sirio y la Liga Árabe no despertaron demasiadas esperanzas, dadas la intransigencia demostrada hasta ahora por El Asad y la tradicional irrelevancia de la institución regional. La jornada de ayer, viernes, día de rezos y de manifestaciones, constituía la prueba definitiva. El resultado confirmó las previsiones más pesimistas. Las fuerzas de seguridad del régimen, que según los términos del acuerdo debían empezar a retirarse de las calles, redoblaron la violencia contra las marchas de opositores, especialmente en Homs. Portavoces de la oposición dijeron que a mediodía había ya nueve víctimas mortales. El Gobierno aseguró que reinaba la tranquilidad. [Por la noche, activistas opositores elevaron la cifra de muertos a 19 personas, informa Reuters].
Homs, con una población de 800.000 personas, se ha convertido en el agujero negro por el que desaparece cualquier posibilidad de transición pacífica en Siria. Según fuentes médicas de la ciudad citadas por la agencia Reuters, en los dos últimos días han muerto unas cien personas. La prohibición de acceso a la prensa internacional, salvo excepciones elegidas por el régimen, impide verificar cuál es la situación real en Homs y en el resto del país.
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