Un mundo ordenado. Arcadi Espada

Steve Jobs prohibió la pornografía en las aplicaciones del iPhone: «Que compren Android», zumbó. Otra vez contestó así: «Nosotros no vendemos basura. La diferencia con nuestra competencia es que nosotros no ofrecemos productos pelados y piojosos». Mucho antes, en 1996, dijo: «Cuando eres joven, ves la televisión y piensas: hay una conspiración. Las cadenas han conspirado para bajar nuestro nivel. Pero cuando te haces un poco más mayor, te das cuenta de que no es verdad. Las cadenas están en el negocio para dar a la gente exactamente lo que quiere». La idea reaparecía en todo su esplendor en una entrevista posterior: «No es tarea de los consumidores el saber lo que quieren». Aunque bien es verdad que en Playboy aún había algo más antiguo y contundente: «No fabricamos el Mac para los demás. Lo construimos para nosotros mismos. Fuimos el grupo de personas que juzgarían si era grande o no. No íbamos a hacer investigación de mercado. Simplemente construimos lo mejor que podíamos construir». Y esto último, de hace un año, cuando las presentaciones del iPad: «No quiero ver cómo descendemos a una nación de blogueros. Necesitamos el criterio editorial más que nunca».


En las comparaciones aplicadas a Jobs se ha deslizado la especie de que no inventó nada. Afirmación temeraria sobre alguien que registró 317 patentes. Afirmación que desconoce el carácter de ensamblaje que tiene el conocimiento. 



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