La luz al final del túnel. Matt Ridley




Matthew Parris metió el dedo en la llaga el sábado pasado con su afirmación de que hemos vivido por encima de nuestras posibilidades y que ahora hemos de esperar tener que trabajar más duro y ser un 25% más pobres. Me llamó la atención como a muchos lectores. Ahorró todos los detalles de la deuda, el impago y el déficit para extraer una verdad esencial. Occidente ha funcionado con un sistema piramidal, gastando capital prestado para estimular los actuales estándares de vida. De las pensiones a las hipotecas, y del gasto público a la extravagancia del consumidor, ha llegado el ajuste de cuentas.

Todo eso es cierto, pero aquí van algunas reflexiones para animarles a ustedes y a Matthew. En primer lugar, el dinero lo prestaron aquellos que tenían activos netos, principalmente los chinos. Permitiendo algunos trucos matemáticos, el mundo no puede estar en deuda, aunque si tuviese la mínima oportunidad, Goldman Sachs encontraría sin duda la forma de lograr un préstamo de los marcianos. Por tanto la economía mundial, en su conjunto, no puede ser un esquema piramidal. 

Y la economía mundial, en su conjunto, ha seguido creciendo: retrocedió en solo un 0.6% en 2009 y luego repuntó al alza en un 5% en 2010, según el FMI. Los últimos cuatro años han resultado fatales para nosotros, pero buenos para los chinos, los indios, los brasileños e incluso los africanos. Nigeria está creciendo en un 9% al año. 

Gran parte de África, habiéndose estancado en los 80 y los 90, ha empezado a crecer como un tigre asiático, elevando de forma incremental la esperanza y los estándares de vida, reduciendo inexorablemente las tasas de nacimientos y la pobreza. Dado que en África se encuentra mucha de la población más pobre del mundo, estas son unas excelentes noticias para cualquiera que se preocupe por la humanidad en su conjunto. Hay un largo camino que recorrer, pero cada vez se demuestra más que los pesimistas que dijeron que África jamás podría emular a Asia están equivocados.

¿Triste consuelo para los británicos, dicen? Los tigres asiáticos se han comido nuestro almuerzo: si los leones africanos se están uniendo al banquete ¿qué esperanzas nos quedan? Muchas, la verdad. Sin duda, podríamos haber crecido también más rápido si hubiésemos pedido menos prestado y hubiésemos formado a los ingenieros en vez de a coordinadores de promoción comunitaria. Pero el comercio no es un juego de suma cero. Que otras personas se hagan más ricas significa más clientes para nuestros productos y servicios. Algunas exportaciones europeas a China, que van desde los seguros al perfume, están floreciendo. Las líneas aéreas asiáticas están pidiendo Airbuses como si fueran pizzas. 

Hay una oportunidad que debe ser aprovechada. 

Además, una década de estancamiento mientras saldamos (o incumplimos, o desinflamos) nuestras deudas, si es eso a lo que nos enfrentamos, no significa una década de estancamiento tecnológico. Los años 30 trajeron una serie de innovaciones —desde el neopreno al nylon, desde Lego a Biro, desde el pan en rebanadas a la televisión— que hicieron que la vida fuese mejor entonces y en la década de 2010. El crecimiento económico funciona ahorrando segundos del tiempo que debes trabajar para permitirte algo que quieres, dejándote ese tiempo libre para satisfacer una nueva necesidad. Cuanto más trabajemos los unos para los otros, y cuanto más aumentemos nuestra productividad con herramientas y combustible, más deseos podremos satisfacer. 

Las noticias de la semana pasada de que la localidad de Blackpool se asienta sobre un gigantesco yacimiento de gas, ahora accesible gracias a las nuevas tecnologías. El gas pizarra, barato, limpio y con niveles relativamente bajos de carbono, puede reducir el coste de la electricidad, del transporte y la producción, como ya ha empezado a hacer en América. Eso rebajará los costes de los bienes y servicios, posibilitando a los consumidores a permitirse más, lo que crea empleos y sube los niveles de vida. (Y hace que el aumento de la pobreza energética y la profanación de los paisajes con parques eólicos resulten innecesarios). 

Pensemos en el cambio tecnológico de esta manera. Aunque viajaras en el tiempo hasta los años 80, con tu salario moderno, y te vieras más rico que la mayoría de la gente, seguirías sin encontrar maletas con ruedas, señal de teléfonos móviles, vacunas para la hepatitis C o buenos descafeinados con leche en las principales calles. De manera similar, viajen en el tiempo hacia un próspero 2040 sin un aumento de sueldo y verá que es relativamente pobre. Pero piense en los productos que podrá encontrar allí, algunos de ellos proporcionados por los recientemente ricos e inventivos africanos. Que otra gente se haga rica significa otra gente que trabaja inventando cosas para ti. 

Por eso se equivoca Matthew Parris cuando dice que el libre mercado no nos garantiza el crecimiento, al menos para el mundo en su totalidad. La generalización de la especialización y el intercambio en todo el mundo hará de todo excepto garantizar al mundo un flujo estable de innovaciones y crecimientos de niveles de vida. Es tarea nuestra asegurarnos nuestra parte de esos beneficios. 

Si los británicos siguen viviendo por encima de sus posibilidades, y optando por perdedores seguros como la energía eólica y (Dios no lo quiera) los «productores» definidos por Milliband, entonces sí que nos caeremos en el tablero de la liga económica. Podríamos ser incluso tan estúpidos de emular a Corea del Norte o Somalia y lograr el absoluto declive, perdiéndonos las nuevas ideas, servicios y bienes que el mundo estará produciendo. Pero eso requiere de los esfuerzos heroicos de una locura colectiva que están sin duda más allá de nuestro alcance. ¿Verdad?

Así que, decir que tenemos que volver al trabajo si queremos subsanar la deuda y permitirnos el estilo de vida que creíamos que ya teníamos, es solo la mitad de la historia. A la larga es más positivo que eso. Si volvemos al trabajo, de manera productiva, existe una inmensa oportunidad: de vender suficientes mercancías y servicios a los consumidores del mundo y permitirnos así comprar todas las cosas maravillosas que a su vez pueden proporcionarnos ellos. Así es como podemos duplicar nuestra renta per capita real otra vez, como hemos hecho ya tres veces y media desde 1830.

La prosperidad no es un montón de activos. Es un sistema de oferta y demanda eficientes. Recuérdese lo que dijo Lord Macaulay sobre las consecuencias de la Burbuja de los mares del sur: «Si cualquiera le hubiese dicho a un Parlamento en estado de perplejidad y terror tras la crisis de 1720 que en 1830 la riqueza de Inglaterra sobrepasaría sus sueños más imposibles (…) que la diligencia viajaría de Londres a Nueva York en 24 horas, que los hombres se acostumbrarían a navegar sin viento, y que empezarían a cabalgar sin caballos, nuestros ancestros le habrían dado tanta credibilidad a la predicción como se la darían a Los viajes de Gulliver. Pero la predicción habría sido cierta».


Fuente: Arcadi Espada.

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