Desde Siria. Jordi Pérez colomé

Cuando iba a ver activistas, imaginaba que me encontraría con jóvenes desaliñados o adultos curtidos. No fue así. Sahar era una chica delicada, con diadema: “Tengo miedo a morir. No tengo el coraje de otros para ponerme delante en una manifestación”, decía. Said (la cita inicial es suya) iba en camisa y hablaba un gran inglés: “Si esto acaba mal, no me quedaré a vivir en esa Siria”, dijo.


La catedrática Nora era aún más peculiar. Una mujer madura, fina, vestida con americana roja y tacones blancos, el pelo con mechas, muy maquillada y a quien no renovaron el contrato en su antigua universidad por defender a tres de sus alumnos que expulsaron por protestar (ahora trabaja en otra universidad).


La tortura más severa que sufrió alguno de sus conocidos fue un amigo de Said que debió estar tres días de pie y sin comer antes del interrogatorio -estaba con otros treinta en una celda de dos metros por uno y medio.


Todos los activistas coinciden en una cosa: “Si paramos ahora, estamos todos muertos”. Hay suficientes vídeos, llamadas y mensajes grabados para que la seguridad los analice con calma y los encuentre a todos. Ahora el régimen tiene otras prioridades, pero si la presión en la calle cede, están seguros de que irán a por todos, uno por uno. No tienen salida.



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