Entre generaciones por el General Luis Alejandre

Artículo del General Luis Alejandre en el que analiza las relaciones entre las fuerzas armadas y la política.

Destaco:

Pero no deberían llegar a Defensa políticos por cupo ni por equilibrios autonómicos, cuando no por amiguismo o por pago de favores. Porque el recién llegado sin bagaje específico, se tiene que apoyar en los supuestamente fieles a su partido, que llevan años en el Ministerio, separados del mundo real de los ejércitos, o se rodean de sumisos, que faltos de porvenir en sus escalafones buscan la posible promoción por la vía del reconocimiento político, dueño de los ascensos en Consejo de Ministros. Por supuesto, no todos. Y así salen las leyes que salen, completamente desconectadas de la realidad.



ARTÍCULO:

No deberían llegar a Defensa políticos por cupo ni por equilibrios autonómicos, cuando no por amiguismo o por pago de favores

Somos muchos los que nos hemos esforzado a lo largo de nuestra carrera en acercar posiciones entre lo que podríamos llamar el mundo político con el mundo militar. Podría defenderme atacando, pero lo haré reflexionando, intentando buscar las causas que forman las trincheras del desencuentro en el mundo de la Defensa.

En mi opinión, aparecen como causas principales las diferencias generacionales y las formaciones culturales consecuentes. Los políticos que han ido llegando a Defensa rondan los 40 años, máximo los 50, y despachan habitualmente con generales que pasan de los 60. Esto no sería un problema grave si esta generación no viniese educada en el espejismo de la década de los noventa en la que la disolución de la URSS hizo concebir esperanzas de una paz perpetua y cuya mayor experiencia en materia de Defensa fue la de marchar tras las pancartas del «no a la guerra». Son los que bebieron las ideas de la insumisión, la objeción y todas las formas de romper un sistema de valores apoyado más en los deberes que en los derechos.

Admitían que las Fuerzas Armadas se involucrasen en «misiones de mantenimiento de la paz» y cuando no tuvieron más remedio, se ampararon en las teorías de Betatti y de Kouchner para asumir la «injerencia humanitaria» -casos de Bosnia, Somalia y Kosovo- mirando a otro lado, cuando se bombardeaban duramente con aviones de la OTAN objetivos que meses antes se proponía defender una flácida Unión Europea con observadores desarmados -los llamados «lecheros», aquellos oficiales vestidos insultantemente de blanco-. No hace falta que les recuerde quién ordenó el bombardeo y cuál era, meses antes, su posición respecto a la Alianza: ¡OTAN, NO! pregonaba, quien luego sería su secretario general. Por cierto: de buen recuerdo. ¡Había madurado!

Este «apagón del pensamiento estratégico», desaparecido el enemigo tradicional, contagió incluso a los estrategas estadounidenses que, tras la primera Guerra del Golfo, diseñaron una «limpia» Revolution in Military Affairs (RMA) que preconizaba una forma de ganar las guerras con base en el uso de armamento de alta precisión, en la obtención de información procedente de sensores y satélites y en alta tecnología en el uso de las comunicaciones. Era una guerra de diseño, casi robotizada, que aseguraba un mínimo de bajas. Pero, trágicamente, sin enterarse, con su misma tecnología, les abatieron las Torres Gemelas de Nueva York y poco faltó para que arrasasen el Capitolio y el Pentágono. La dura realidad los había traicionado. Luego las guerras de Irak y de Afganistán les obligaron a poner los pies en el suelo. Los generales de ISAF piden sobre todo soldados, porque pelean contra una insurgencia -ha vuelto la vieja doctrina de la contrainsurgencia- sobre un territorio hostil. No sienten la necesidad de costosísimos programas de la NASA, ni necesitan grupos de portaaviones nucleares. Necesitan batallones. Pero a esta generación, educada con la caída del Muro, le va costando reconocerlo. Y no quieren aún hablar de guerra, ni en unas Ordenanzas Militares. Con el tiempo, bien asesorados por la generación anterior, viajando a los teatros de operaciones, reunidos en conferencias internacionales, maduran, se asientan y llegan a servir. Pero lo consiguen cuando se agotan las legislaturas. Seguramente dentro de un año habrá que comenzar de nuevo. ¡Cuántas energías se volverán a perder! ¡Cuántas horas han dedicado y van a dedicar los Jefes de Estado Mayor y otros mandos, a discutir, a explicar, a convencer, a aclarar conceptos!

Yo pediría que los dos partidos que nos gobiernan fuesen preparando con tiempo a las «tripulaciones» que pretendan desembarcar en Defensa. Que formen a sus «tapados». Las Comisiones del Congreso y del Senado son buenos bancos de prueba. El Centro Superior de Estudios de la Defensa Nacional (CESEDEN ) proporciona cursos y especializaciones constantemente. Sus publicaciones, de gran calado, aunque de poco atractiva presentación, abarcan todos los campos en la materia.

Pero no deberían llegar a Defensa políticos por cupo ni por equilibrios autonómicos, cuando no por amiguismo o por pago de favores. Porque el recién llegado sin bagaje específico, se tiene que apoyar en los supuestamente fieles a su partido, que llevan años en el Ministerio, separados del mundo real de los ejércitos, o se rodean de sumisos, que faltos de porvenir en sus escalafones buscan la posible promoción por la vía del reconocimiento político, dueño de los ascensos en Consejo de Ministros. Por supuesto, no todos. Y así salen las leyes que salen, completamente desconectadas de la realidad.

Las generaciones que ahora sirven en las Fuerzas Armadas han crecido en Bosnia, en Centroamérica, en Irak y en Afganistán. Los que escriben estas leyes llevan años en Castellana 109. Necesitamos gentes que lleguen con conocimiento de causa, respecto al puesto donde tienen que servir y para el que tienen que servir. ¡Hasta el prestigioso colectivo de Ingenieros Industriales nos acusa ahora de injerencia y suman su protesta a los miles de recursos contra la Ley de la Carrera Militar. ¡Todo, todo hubiera podido evitarse! Reflexionemos juntos, ahora que vienen tiempos de descanso.

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