Si el descaro es propio de la política, resulta inseparable del socialismo. El expresidente Felipe González explica así el origen de la crisis económica:
La galopada arrancó con la ley de liberalización del suelo, que se puso en marcha con el argumento banal de que mientas más ofertas de suelo hay más barato es, como si los mercados fueran racionales.
Él no puede no saber que esto es falso, que el proceso no arrancó por esa razón, y que la mayor oferta presiona a la baja a los precios en ausencia de otras circunstancias. Si la mayor oferta de suelo coincide con una subida de sus precios, obviamente es porque pasó alguna otra cosa, que él prefiere ignorar para colar el mensaje de la irracionalidad de los mercados, como si la expansión de la liquidez hubiese sido un fenómeno independiente de la intervención de las autoridades en el mercado.
Su osadía llega al extremo de asociar la deuda del sector eléctrico a la ¡liberalización! Otra vez, él no puede no saber que eso no es verdad, porque lo que sucedió con la energía, en su tiempo y después, no fue la liberalización.
Pero su estrategia es ignorar el intervencionismo, o saludarlo, o repetir topicazos sin fundamento: "El origen de esta crisis está en la implosión del sistema financiero global desregulado". Y lo malo siempre es la libertad: repite, por ejemplo, el desvergonzado bulo de que la política democrática ha retrocedido en favor de "los centros de decisión financieros del mundo".
Arrebatado en el precipicio mendaz, lógicamente, no hay freno al descaro: "La mayoría absoluta es hoy una máquina de destrucción de legitimidad". Ni una palabra dedica a las reiteradas mayorías absolutas que sostuvieron sus gobiernos, los gobiernos del paro, de la mayor subida de impuestos y de la mayor corrupción de la España democrática.
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