ETA ha perdido su batalla contra la sociedad española. De un modo indiscutible. Tan indiscutible como que habrá sido a pesar de la prensa. ETA ha hecho de la prensa su aliada, su más eficaz quintacolumna. Al principio de la transición, la prensa pura y simplemente tapó sus crímenes: los asesinados se escurrían por el sumidero de un breve. En los últimos años ETA ha sido para la prensa una atracción constante y fatal. Un puñado de periodistas heroicos, que entendieron mejor que nadie, en ninguna parte, cómo una sociedad democrática debía informar sobre el terrorismo no fue suficiente para contrarrestar la viciosa ola general. Lo más sorprendente, lo puramente devastador, es que después de muerta ETA siga gozando de la simpática (como la onda expansiva de la bomba) amistad de la prensa, que no solo retransmite en directo sus akelarres de perdón sino que es capaz de organizarle gratuitamente, estos mismos días, una buena huelga de hambre.
Un preso gravemente enfermo pretende saltarse la tantas veces desquiciante burocracia carcelaria (que tiene que examinarle y decidir sobre la gravedad de su estado) y anuncia que se pone en huelga de hambre hasta que no le liberen. Al poco rato otros presos etarras anuncian su difusa solidaridad con él. Esta solidaridad se traduce en que a veces se saltan alguna comida, o el postre, o evitan los alimentos de la prisión, o escriben cartas campanudas a la dirección, etcétera. Pero los grupos filoetarras del exterior dicen: «Huelga de hambre». Y la prensa dice: «Huelga de hambre». Uno de esos antiguos preceptos del tiempo en que los periódicos no estaban en el museo ni en las ceremonias de clausura obligaba a los periodistas a no informar de una querella hasta que el juez no la aceptaba. Del mismo modo, cualquier periodista sabe que la noticia de una huelga de hambre no se da hasta que le clavan al huelguista la aguja de su primer suero. Por si fuera poco han sacado en seguida la palabra carcelero. El carcelero de Ortega Lara. Esto que ha hecho exactamente Basagoiti al reprocharle a Otegi que hable de humanidad para quien no la tuvo con el secuestrado. Esto, lo último que debe hacerse: insinuar por pasiva que el Estado está aplicando algún tipo de venganza tácita. Esta generosa donación a las misiones etarras: la oportunidad de que los voceros extramuros prendan fuego al esparto del verano.
Mi beocia falta de entendimiento sobre el oficio (¡y no será por falta de obstinación y de años!) y esta imposibilidad de asumir que ETA, antes que cualquier otra cosa, fue, es aún, lo más acogedor y sagrado, un puto tema.
(El Mundo, 14 de agosto de 2012)
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