Uno de los acuerdos que más expectativas ha generado de la reunión-a-4 entre los presidentes de Italia, Alemania, Francia y España es la supuesta estrategia de crecimiento. François Hollande parece haber ablandado a Angela Merkel en el tema de la austeridad pero, en lugar de relajar los objetivos de déficit impuestos a países como España, parece que ha sacado un compromiso de aumento del gasto público en unos 130.000 millones (el 1% del PIB europeo). En la cumbre que se tiene que celebrar esta semana (días 28 y 29) se darán más detalles y quizá se apruebe el plan.
Siento ser yo quien eche un jarro de agua fría sobre el optimismo que este plan de aumento de gasto va a generar, pero debo decir que si no se hace bien, puede ser una mala idea. En general, los planes de salir de la crisis a base de aumento del gasto público solo tienen efectos a corto plazo porque, al ir dirigidos a remediar la crisis a base de aumentar la demanda de manera inmediata, el gasto tiende a ir a parar a proyectos que no han sido pensados y diseñados para aumentar la productividad sino a cosas que se pueden aprobar de manera urgente e improvisada. Y si no se aumenta la productividad, los planes de gasto aumentan la demanda mientras existen pero no dejan ningún efecto sobre el crecimiento en el momento que el plan desaparece. En España hay multitud de ejemplos de gasto público destinado a la construcción de infraestructuras que generó demanda mientras duró la obra, pero que no aumentó el negocio de la región en la que se hizo porque la obra no había sido diseñada de manera inteligente (Cartuja de Sevilla para la Expo de Sevilla, el Forum de las culturas de Barcelona o los aeropuertos de Ciudad Real, Castellón y Alguaire serían solo algunos de los miles de ejemplos).
Si, como es de esperar, el nuevo plan de “crecimiento” se hace aprisa y corriendo para ayudar que la periferia de Europa salga de la crisis, los 130.000 millones de euros pueden acabar siendo el mayor despilfarro de dinero público que se ha visto nunca en Europa. No sé qué dinero va a ser asignado a España, pero el gobierno tendrá la tentación de cometer dos tipos de errores. El primero será canalizar una parte importante de éste al sector de la construcción, un sector muy castigado por la crisis y que tiene empresas y empresarios importantes, con mucho poder y a los que se les deben muchos favores políticos, que están al borde de la ruina. Eso sería un error. El sector de la construcción era demasiado grande en la época de la burbuja debe empequeñecer. Muchas de las empresas de ese sector han cerrado y muchas más deben cerrar. Los trabajadores que estuvieron en ese sector deben ser reciclados a otros sectores. Posponer la reestructuración del sector de la construcción a base de hacer obra pública sería un error y en la medida que el gasto público del nuevo plan de crecimiento posponga lo inevitable va a representar una pérdida de dinero para el contribuyente europeo (aunque no para el empresario español al borde de la ruina).
El segundo error que el gobierno tendrá la tentación de cometer será el de canalizar el dinero hacia sectores “prioritarios”. El gobierno anterior decidió que un sector prioritario era el de las energías renovables, dedicó millones de euros a subvencionar empresas en esos sectores, empresas que hicieron quiebra una tras otra una vez el subsidio desapareció. Un buen plan de crecimiento no debe permitir que el gobierno decida qué sectores son prioritarios entre otras cosas porqué no hay nadie en el gobierno (de hecho, nadie en ningún gobierno) que sea capaz de visualizar cuales son los sectores en los que España va triunfar en el futuro.
Es decir, el gobierno debe hacer inversiones que no sean necesariamente en infraestructuras físicas que beneficien al sector de la construcción y debe hacerlo de manera que se sienten las bases para que sean los ciudadanos y los empresarios los que decidan en qué sector van a intentar sacar sus proyectos adelante. Algunos saldrán mal pero otros saldrán bien. Y entre todos, los ciudadanos van a diseñar el futuro de la economía española. Ya hemos visto demasiados “Sillicon Valleys”, demasiados parque tecnológicos y demasiados clusters fracasados en España y en el resto del mundo. Es hora de que el gobierno utilice el poco dinero del que va a disponer para facilitar la creación de actividad económica en cualquier sector en el que los ciudadanos desean invertir, ya sea de alta tecnología (telecomunicaciones, biomedicina o aplicaciones informáticas) ya sea primario (agricultura, vinos, alimentación), industrial (textil, zapatos o automóvil) o servicios (restauración, atención a los jubilados o educación).
Los líderes deben recordar que, aunque las tecnologías verdes, las comunicaciones y la biotecnología son políticamente sexys, algunas de las grandes innovaciones empresariales han sucedido en sectores milenarios como la moda (Zara), el circo (Cirque du Soleil), café (Nespresso, Starbucks), muebles (Ikea) o restauración (El Bulli de Ferran Adrià).
Por favor, señores ministros, no volvamos a dilapidar dinero en arreglar plazas públicas porque eso no lleva a ninguna parte.
No hay comentarios:
Publicar un comentario