LA HABANA, Cuba, abri, www.cubanet.org -Fidel Castro morirá, más temprano que tarde, y con él acabará una época. Los cubanos deberán orientarse hacia un futuro ya previsible, pero inevitablemente habrán de hacer un recuento, el resumen de una era. ¿Dónde están los sueños de libertad, de prosperidad, de justicia, de igualdad y bienestar, que fueron soñados hace más de cincuenta años, y cuyos turbios desvelos han sido siempre achacados al bloqueo y al imperialismo?
Fidel Castro morirá, y dejará tras de sí muchas cosas: lo primero, es una estela de destrucción a lo largo de la Isla, un país atrasado, y no obstante con una pobreza turística, graciosa y compasiva. Dejará ciudades envejecidas, infraestructuras colapsadas, barrios marginales e ilusiones flotantes. Dejará deudas impagables (sobre todo la del tiempo) a tres generaciones de cubanos, y más de un quinto de la población viviendo fuera de su país de origen, o del que debió ser su país de origen, si sus padres hubieran tenido un horizonte de realización más tangible. Dejará familias separadas y dispersas, que tal vez aviven la esperanza del reencuentro.
Habrá dejado también miles y miles de discursos y artículos –imposibles de agrupar en obras completas– los cuales serán la biblia santa de sus seguidores, a donde irán a beber un párrafo vibrante, una frase lapidaria, un concepto patriótico, o el pie forzado de una arenga. Vendrán las comparaciones entre su figura y la de Martí, y la absurda especulación sobre quién fue más grande en la historia de Cuba.
Habrá dejado un país militarizado, de consciencia y de facto, en donde impera la cultura del “ordeno y mando”, y se extraña una cultura de los servicios. Habrá dejado millones de personas que no se piensan como ciudadanos (con derechos), sino como soldados de un fantasma llamado Revolución, y cientos de miles de empleados que trabajan para las dos grandes compañías del gobierno: el MINFAR y el MININT.
Pero lo más terrible, es que nos dejará su fantasma durante muchas décadas (Dios quiera que no), como un eclipse profundo sobre la consciencia nacional, como una toxina lenta de purgar. Y en un principio, dejará al pueblo dividido entre sus acérrimos fanáticos, sus acérrimos detractores (moderados por las circunstancias), y una masa de simuladores e indiferentes que fingirán la austeridad de una pena, cuando en realidad sentirán un poco de miedo y desorientación. Sin embargo, lejos del fatalismo, los más ecuánimes verán la oportunidad para un renacimiento social.
Dejará un pueblo resentido, hastiado, y con enormes deseos de superar el trance. Dejará pretextos para justificar las frustraciones, y unos “éxitos” que cada día serán más cuestionados.
Habrá logrado la más dudosa de todas las victorias: la del “eterno” recuerdo. Por eso, su alma no conocerá la paz.
Finalmente, espero que un día no muy lejano en Cuba, ser fidelista deje de ser “la mayor virtud” de un ciudadano, y no serlo, el “peor defecto” de un cubano. Yo aspiro a un tipo de sociedad en la que todos tengan su espacio, incluso los fidelistas.
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