Suecia, esa maravilla progresista, tiene la presión fiscal más alta del mundo (la mayor parte de la recaudación corresponde a impuestos indirectos) y además la fiscalidad no es progresiva, sino proporcional: el grueso de los ciudadanos paga el mismo tipo de gravamen.
Tino Sanandajy y Björn Wallace (Fiscal illusion and fiscal obfuscation. Tax perception in Sweden, The Independent Review, vol. 16, nº 2, otoño de 2011) aclaran que un trabajador sueco que obtenga una renta media paga tres impuestos, aunque él perciba que sólo está pagando uno. La Seguridad Social, teóricamente pagada por los empleadores, equivale al 32,8% del salario nominal, y el IVA es del 22%. El impuesto sobre la Renta, que recaudan los municipios, es prácticamente proporcional, un flat tax del 32,4% de media. De este modo, el trabajador medio paga el 63% de lo que gana, pero sólo el 32% es visible. La fiscalidad sobre el capital, a pesar de tanto progresismo, es allí también más baja que sobre el trabajo. La encuesta de Sanandajy y Wallace preguntó a los suecos cuánto creen que pagan. Respuesta: el 40%, es decir, subestiman la presión fiscal en 23 puntos porcentuales. Saben cuánto es el payroll tax, pero creen que no lo pagan.
Suele pensarse que la ilusión o la anestesia fiscal deriva de la complejidad y multiplicidad de los gravámenes, pero los autores subrayan que “también puede emanar de la percepción equivocada de la incidencia fiscal, incluso en el caso de impuestos elevados. Los votantes pueden ser conscientes tanto de la existencia como del peso de un impuesto determinado, pero simplemente no darse cuenta de que son ellos los que lo están soportando”. De esta forma, la presión tributaria puede ser subestimada incluso en un sistema con pocos impuestos.
James Buchanan anotó en su día que el Estado recurre a tres grandes estrategias para ocultar la presión fiscal: el empleo de la propiedad pública para generar ingresos, “lo que impide la individualización de los costes netos de oportunidad”; el uso de impuestos indirectos, que complica la percepción por parte del ciudadano de cuánto está pagando él por las cosas que compra; y la inflación. Dijo: “El Estado procurará no depender de impuestos cuya incidencia sea conocida. El objetivo será inducir la máxima incertidumbre posible, manteniendo así al individuo en la oscuridad sobre la suma real que paga en impuestos en términos reales”. Hoy, anotaría particularmente las retenciones.
Tino Sanandajy y Björn Wallace, y sospecho que en esto nuestro país no sería muy diferente, señalan que los encuestados fueron incapaces de percibir la segunda fuente más importante de los ingresos públicos: las cotizaciones sociales. Por doquier se difunde la falacia de que es un coste para los empresarios, no para los trabajadores. Por eso hablan de “ofuscación fiscal”, que subraya la “explotación por parte de la autoridades de la ignorancia racional del público, ocultándole información mediante política indirectas”.
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