Memoria de la barbarie y construcción del futuro
Reyes Mate:
La mirada de las víctimas ve lo que escapa al ojo humano normal. Lo que ve es lo que lo que la ciencia o la cultura han ocultado a la hora de explicar la historia: el sufrimiento. El famoso progreso que ha sido la lógica de la historia se ha construido invisibilizando el sufrimiento; no eliminándole sino explicándolo como inevitable e insignificante. La memoria no pasa por ahí. Las víctimas se han hecho visibles gracias a la memoria.
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Si Auschwitz es el lugar fontanal de la memoria es porque, para los nazis, era un proyecto de olvido: no tenía que quedar ni rastro del pueblo judío, por eso la carne debía ser quemada, los huesos triturados y las cenizas aventadas. Sin soporte físico, debía desaparecer igualmente la significación cultural de ese pueblo y su contribución a la historia de la humanidad. Se trataba de producir un crimen de tal magnitud que, aunque alguien escapara de la cámara de gas y lo contara fuera, nadie le creería por la desmesura del acontecimiento. Y, aunque le creyeran, tratarían de olvidarlo porque tenerlo presente era vivir con un fardo insoportable.
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¿Y qué significa repensar la ética a la luz de la barbarie? Las éticas modernas están basadas en la buena conciencia, en la lealtad a un núcleo humano que nos es común a todos y que llamamos dignidad. Ser bueno consiste en respetar esa dignidad. Pues bien, en Auschwitz, para sobrevivir, había que dejar la dignidad fuera. Jean Améry decía: nos salvamos los peores; no éramos solidarios, salimos sin haber aprendido nada... No es que estuvieran hechos de peor pasta que nosotros, es que, como apunta agudamente Elie Wiesel, “los santos (o los héroes) son los que mueren antes del final”. Hay un umbral de sufrimiento que si se le traspasa, ya no hay dignidad, ni santidad, ni heroicidad posible. Y en los Campos ese límite fue sistemáticamente superado. Claro que hubo héroes y santos, pero eran la excepción. Eso explica en parte el sentimiento de culpa de los supervivientes. Recuerdan que los mejores quedaron en el camino y que, para seguir adelante, tuvieron que bajar la cabeza, como les ocurrió cuando no fueron capaces de quitarse la gorra en señal de respeto por quien iba a morir ahorcado gritando para animarles: “¡ánimo, compañeros, yo seré el último!”. En lugar de ello recuerda un pesaroso Levi “no nos hemos descubierto la cabeza más que cuando el alemán nos lo ha ordenado... ya no quedan hombres fuertes entre nosotros. El último pende ahora sobre nuestras cabezas y para los demás pocos cabestros han bastado. Pueden venir los rusos: no nos encontrarán más que a los domados, a nosotros los acabados, dignos ahora de la muerte inerme que nos espera. Destruir al hombre es difícil, casi tanto como crearlo: no ha sido fácil, no ha sido breve, pero lo habéis conseguido, alemanes. Henos aquí dóciles bajo vuestras miradas: de nuestra parte nada tenéis que temer: ni actos de rebeldía, ni palabras de desafío, ni siquiera una mirada que juzgue” (los textos de Levi están tomados de Primo Levi, 1988, Si esto es un hombre, Proyectos editoriales, Buenos Aires). Y en el estremecedor relato de Gradowski, el Sonderkommando, que escondió su relato entre las piedras de la cámaras de gas antes de ser asesinado, reconoce, abatido: “la moral, la ética, igual que la vida, yacen en una tumba”.
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