Ayer, a las 11 de la mañana, el reactor número 1 de la central nuclear británica de Oldbury detuvo su reacción en cadena para no volver a iniciarla nunca más. Se ponía de este modo el punto final a un reactor nuclear que comenzó su operación en 1967 y que, durante estos casi 45 años de funcionamiento, ha producido 137 millones de MWh. El equivalente al consumo de un millón de hogares durante 20 años.
Oldbury-1 es el claro ejemplo de cómo, con una operación impecable y periódicas inversiones en seguridad y actualización de equipos y tecnologías, el concepto de “vida de diseño” deja de tener sentido cuando se habla de la operación de una central nuclear. Oldbury tenía una vida de diseño original de 25 años y, ayer, los casi 500 trabajadores de la planta pudieron ver en directo desde el comedor de la central cómo se insertaban definitivamente las barras de control casi 45 años después de que se levantaran por primera vez. La central operó 20 años más de lo estimado inicialmente, cumpliendo siempre con los criterios de seguridad exigidos por el organismo regulador inglés.
Y es que la vida de diseño no tiene por qué coincidir con la vida útil de una central nuclear. La vida útil la define la única autoridad competente para hacerlo en España, el Consejo de Seguridad Nuclear. En concreto, se define como “el periodo de tiempo desde su puesta en funcionamiento hasta su retirada de servicio, siempre que se mantenga su capacidad para realizar las funciones relacionadas con la seguridad o relevantes para la misma, que tenga asignadas” (las negritas son mías). Es decir, la vida útil no tiene una fecha de caducidad a priori, no tiene un límite preestablecido. Mientras una central nuclear demuestre su seguridad, puede seguir operando.
Los detractores de la energía nuclear, en cambio, utilizan el juego semántico de confundir, premeditadamente o por ignorancia, los conceptos de vida de diseño y vida útil, con el indiscutible fin de manipular a la opinión pública. Desgraciadamente, han sido muy frecuentes estos circunloquios y juegos dialécticos con respecto a la continuidad de la central nuclear de Santa María de Garoña. Unas de las últimas manifestaciones en este sentido correspondieron al portavoz de Izquierda Plural en el Parlamento, Chesús Yuste. Este miembro de la Chunta Aragonesista declaró: “instamos al cierre inmediato de la central nuclear de Garoña por razones de seguridad pues se trata de una instalación obsoleta que ya ha superado su vida útil” y no contento, sigue insistiendo con “La central nuclear de Santa María de Garoña (Burgos) fue inaugurada en 1971, habiendo expirado en julio de 2009 su permiso de explotación y habiendo cumplido sus cuarenta años de vida útil precisamente en 2011” (las negritas también son mías).
Esta misma mañana, en un acto en Madrid, el Vicepresidente del CSN ha declarado que no existen impedimentos de seguridad nuclear ni de protección radiológica que impidan la renovación de Garoña. Atendiendo a la legislación vigente, por tanto, el señor Yuste (un cargo público, representante de la ciudadanía) miente con un descaro inaudito y sin un mínimo de sonrojo. ¿Dónde está escrito, señor Yuste, que la vida útil de la central nuclear de Garoña sea de 40 años? Como dice mi buen amigo Juan Gómez, gran aragonés: “Cuánto mejor nos iría si este hombre se dedicara a arreglarnos el tema del agua”. Al menos, hace tiempo que no escuchamos aquellos elaborados argumentos esgrimidos en 2009 para el cierre de Garoña, que se limitaban a afirmar que se trataba de una central franquista.
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