El nazi yihadista

Arcadi Espada.



Mientras la policía rodeaba la casa de Mohamed Merah mi corresponsal Jacobo Schwarz me enviaba una noticia del 15 de marzo donde se daba cuenta de la detención de un yihadista en Brescia. Lo interesante de la noticia es que el yihadista guardaba una bandera nazi en el armario y una kufiya con la esvástica. Es decir: dada la sorpresa que ha provocado el yihadista entre los que esperaban ver aparecer un nazi tras los asesinatos de Montauban (un nazi que liquidara a Le Pen e ilustrara letalmente la política inmigratoria de Sarkozy), el caso de Brescia probaba con gran plasticidad que se puede ser yihadista y nazi. Comprendo que eso sea difícil de integrar en el cerebro de los que tras la matanza yihadista de Madrid llamaron asesino y nazi al presidente Aznar; pero uno de los problemas de la realidad es la dificultad con que se instala en algunos cerebros. Sería un grave error considerar que hay dos modelos del criminal político en serie, el modelo Breivik y el modelo Merah, cuando lo que hay es una psicopatía similar que elige diferentes sedas y mona se queda.
Es imposible controlar el ropero de un asesino. Puede, por ejemplo, que eche mano de las mujeres. Odio a las mujeres, dijo antes de partir a su madre en cuatro trozos. Pero los varones, por más que lo pretendan algunas románticas, no son cómplices del crimen. Quien dice mujeres, dice dioses o naciones. La pregunta crucial ante la violencia, y específicamente ante la violencia de Breivik o Merah, es si la idea hace al criminal. No creo que nadie esté hoy en condiciones de responder con seguridad a esa pregunta. Tiendo a pensar que en aquel Euskadi diseñado por el pensador Otegi, sin inglés ni internet, pero con pastos, los recordmen Santi Potros y De Juana tampoco habrían sido honrados jóvenes. Pero yo tengo tendencias. Lo cierto es que se desconoce la capacidad de infección de una idea. Así pues, lo que hay que observar atentamente en el debate sobre la culpabilidad es la distancia fáctica que mantienen frente al criminal y su obra los que tienen sus mismas o adyacentes ideas. No tengo dudas de que el nacionalismo vasco ha sido cómplice (estos chicos…) de los crímenes de ETA. Por el contrario no creo que la derecha xenófoba europea deba pagar por Breivik (en realidad, le basta con lo suyo) o que los musulmanes (a los cuales también con su Corán les basta) deban hacerlo por Merah. La politización del psicópata no deja de ser una forma de hacerle entrar razón. De consuelo ante la certeza de que a la pregunta: «¿Por qué mataste ayer a una niña de siete años?», la única respuesta profunda sea porque sí.
(El Mundo, 22 de marzo de 2012)

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